RESUMEN CAMINO A CRISTO
Enviado por Melielt • 18 de Julio de 2015 • 3.712 Palabras (15 Páginas) • 506 Visitas
RESUMEN CAMINO A CRISTO
AMOR SUPREMO
La más grande ley que rige al universo entero, es la ley del amor. No existe nada en el infinito cosmos que no sea regido por dicha ley, así mismo nada existiría sin esta ley.
El fundamento del carácter divino es el amor, por amor creo todo, por amor soportó la rebelión del enemigo, y más aún por amor creo el plan que redimiría a todo el universo, un plan el cual, su núcleo, era el amor. Este sentimiento se expresa en cada creación divina, desde el más ínfimo átomo que vive para demostrar su utilidad, hasta el astro más descomunal, todos reflejan el amor de Dios. Pero más allá de esto, el amor del Creador se expresó en su grande esplendor al “…dar a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en Él crea, no se pierda, más tenga vida eterna.” Al permitir que la raza caída, la mancha en el universo, pudiera regresar a su estado de intimidad con Dios y poder ser llamados los hombres de nuevo hijos de Dios; este es el más grande amor de todos, tener la bendición de a través de los méritos de Cristo, poder entrar en comunión con nuestro Padre y ser llamado sus hijos.
LA MÁS URGENTE NECESIDAD DEL HOMBRE
Cuando el pecado entro al ser humano, su capacidad moral decayó tanto que lo volvió incapaz de reconciliarse por su propia cuenta con su Hacedor. Sin embargo la raza caída necesitaba una salvación, ¿Cómo podría salvarse de una sentencia de muerte, cómo, siendo débil e indigno de dirigirse al Regente del universo, obtener perdón? El futuro parecía incierto y oscuro. Sin embargo, antes de la caída del hombre, el plan de Dios ya había sido hecho, el sacrificio por nuestros pecados ya había sido previsto y el Redentor del mundo puso en marcha su plan para restituir a sus hijos descarraidos.
A pesar de todo, el humano buscó y aún busca maneras erradas de llegar a la paz y tranquilidad que da el perdón y la comunión con Dios. En las rebuscadas y meras formalidades de la supuesta cultura, el refinamiento y el conocimiento vanal, no se encuentra el secreto que suplirá aquello que el hombre no puede alcanzar por sí solo. Sólo en Cristo, por sus méritos y por la fe en él, el humano suple su mayor necesidad y anhelo, el perdón y la paz; solamente por la gracia del Redentor, aquel que nos reconcilia con el Padre, podemos llegar a lograr ese cambio que nos elevará hasta Dios.
UN PODER MISTERIOSO QUE CONVENCE
Ya que el humano, ha encontrado a Aquel que puede llevarlo ante el Padre y presentarlo como hijo suyo, surge la necesidad y la pregunta ¿Cómo, lograré entrar en contacto con Dios, siendo pecador, cómo me justificaré ante Él?
La respuesta es imposible para un ser creado, su condición no le permite allegarse a su Creador y justificarse ante Él. Más sin embargo, a través de Cristo, esto es posible. Arrepintiéndose el hombre de sus pecados y dejándolos, puede acercarse a Dios. Pero para que el arrepentimiento se dé, hay que comprender la magnitud y lo horrible que es el pecado para el Padre; hay que ceder a aquel sentimiento que nos mueve a postrarnos y con el corazón necesitado de ayuda y perdón, acuda al cielo por ello. Es necesario dejar que el Espíritu Santo actúe en el ser, Aquel que es el único que puede transformar y hacer que el pecador admita su pecado, vea la enormidad y santidad de la ley, más sin embargo, que reconozca que en él no hay nada bueno, pero que hay Uno que se presenta ante Dios con toda la autoridad y el poder para decir: “Él es mi hijo, morí por él, mi sangre suplió su culpa, ahora está en amistad conmigo.” Pero sólo se puede lograr, si el corazón se abre a la influencia de esa Voz que invita a reconocer la necesidad de un Salvador y de perdón.
PARA OBTENER LA PAZ INTERIOR
Las condiciones indicadas para obtener la misericordia de Dios son sencillas, justas y razonables. El Señor no nos exige que hagamos alguna cosa penosa para obtener el perdón de nuestros pecados. No necesitamos hacer largas y cansadoras peregrinaciones, ni ejecutar duras penitencias, para encomendar nuestras almas al Dios de los cielos o para expiar nuestras transgresiones, sino que todo aquel que confiese su pecado y se aparte de él alcanzará misericordia.
Los que no han humillado su alma delante de Dios reconociendo su culpa, no han cumplido todavía la primera condición de la aceptación. Si no hemos experimentado ese arrepentimiento del cual nadie debe arrepentirse, y no hemos confesado nuestros pecados con verdadera humillación del alma y quebrantamiento del espíritu, aborreciendo nuestra iniquidad, no hemos buscado verdaderamente el perdón de nuestros pecados; y si nunca lo hemos buscado, no hemos encontrado la paz de Dios. La única razón por la cual no obtenemos la remisión de nuestros pecados pasados es que no estamos dispuestos a humillar nuestro corazón ni a cumplir las condiciones que impone la Palabra de verdad. Se nos dan instrucciones explícitas tocantes a este asunto. La confesión de nuestros pecados, ya sea pública o privada, debe ser de corazón y voluntaria. No debe ser arrancada al pecador. No debe hacerse de un modo ligero y descuidado o exigirse de aquellos que no tienen una comprensión real del carácter aborrecible del pecado. La confesión que brota de lo íntimo del alma sube al Dios de piedad infinita. El salmista dice: “Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón, y salva a los de espíritu contrito.”
El corazón humilde y quebrantado, enternecido por el arrepentimiento genuino, apreciará algo del amor de Dios y del costo del Calvario; y como el hijo se confiesa a un padre amoroso, así presentará el que esté verdaderamente arrepentido todos sus pecados delante de Dios. Y está escrito: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda iniquidad.”
LA CONSAGRACIÓN
Debemos dar a Dios todo el corazón, o no se realizará el cambio que se ha de efectuar en nosotros, por el cual hemos de ser transformados conforme a la semejanza divina. Por naturaleza estamos enemistados con Dios. El Espíritu Santo describe nuestra condición en palabras como éstas: “Muertos en las transgresiones y los pecados,” “la cabeza toda está ya enferma, el corazón todo desfallecido,” “no queda ya en él cosa sana. “Nos sujetan firmemente los lazos de Satanás, “por el cual” hemos “sido apresados, para hacer su voluntad.” Dios quiere sanarnos y libertarnos. Pero como esto exige una transformación completa y la renovación de toda nuestra naturaleza, debemos entregarnos a Él completamente.
Es un error dar cabida al pensamiento de que Dios se complace en ver sufrir a sus hijos. Todo el cielo está interesado en la felicidad del hombre. Nuestro Padre celestial no cierra las avenidas del gozo a ninguna de sus criaturas.
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