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Enviado por   •  5 de Mayo de 2014  •  1.663 Palabras (7 Páginas)  •  161 Visitas

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Emile Pouget

El sabotaje

Primera edición cibernética, enero del 2004

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

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Indice

Presentación, por Chantal López y Omar Cortés.

La mercancia trabajo.

Moral de clase.

Los procedimientos del sabotaje.

Conclusiones.

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Presentación

Emile Pouget pasaría a la historia del movimiento obrero en Francia por haber sido el autor del ensayo que a continuación publicamos.

Escrito que marcaría de manera definitiva el desarrollo del movimiento sindicalista a nivel mundial, El sabotaje es de lectura obligada para todo aquel interesado en el desarrollo del derecho del trabajo.

El término, en sí, convirtiose de inmediato en vocablo propio del derecho positivo al haber sido añadido ipso facto en la casi totalidad de las legislaciones del trabajo del mundo entero.

Miles de cosas terribles se han expresado en contra de esta herramienta obrera en su lucha en pro de su emancipación, sin embargo, si nos atenemos a lo expuesto por Pouget, el concepto de sabotaje, inmerso en la tremenda lucha de clases que cotidianamente se desarrolla por doquier, constituye un instrumento utilizado no sólo por la clase obrera, sino también por la burguesía.

Pouget ejemplifica lo anterior señalando todas las acciones negativas de que es capaz la burguesía con tal de aumentar sus ganancias: la adulteración de la leche cuando se le adelgaza con agua; la venta de kilos de ochocientos o novecientos gramos; en fin, todas las marrullerías de las que hace gala la burguesía tanto en el campo del comercio como en el de la producción, constituyen ellas también, descarados sabotajes.

Sin duda alguna podemos afirmar que quien lea esta edición cibernética adquirirá los elementos necesarios para comprender, en su integridad, el satanizado concepto de sabotaje en cuanto instrumento utilizado por las dos clases en constante pugna: la burguesía y el proletariado.

Chantal López y Omar Cortés

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El sabotaje

La mercancía trabajo

El sabotaje, fórmula de combate social que recibió el bautismo sindical en el Congreso Confederal de Toulouse, en 1897, no fue, al principio, bien acogido en los medios obreros. Algunos le reprochaban sus orígenes anarquistas y su inmoralidad. Hoy goza, sin embargo, de la simpatía de los trabajadores. Sería un error creer que la clase obrera, para practicar el sabotaje, ha esperado a que esta forma de lucha haya recibido la consagración de los Congresos corporativos. Como todas las formas de rebeldía, es tan viejo como la explotación humana.

Desde que un hombre tuvo la criminal ingeniosidad de sacar provecho del trabajo de su semejante, desde ese día, el explotado, por instinto, procuró dar menos de lo que exigía su patrono. Al proceder así, con tanta insconsciencia como M. Jourdain en hablar en prosa, este explotado practicaba el sabotaje, manifestando de este modo, sin saberlo, el antagonismo irreductible que pone, uno contra otro, al capital y al trabajo.

El sabotaje deriva de la concepción capitalista de que el trabajo es una mercancía.

Esta tesis es la de los economistas burgueses, según los cuales hay un mercado de trabajo, como hay un mercado de trigo, de carne, de pescado o de aves.

Admitido ésto, es muy lógico que los capitalistas procedan frente a la carne de trabajo que encuentran en el mercado, como cuando se trata para ellos de comprar mercancías o materias primas; es decir, que se esfuercen por obtenerlo al precio más bajo.

Estamos en pleno juego de la ley de la oferta y la demanda. Pero lo que es menos comprensible es que estos capitalistas quieran recibir, no una cantidad de trabajo en relación con el tipo de salario que pagan, sino independientemente del nivel de este salario, el máximum de trabajo que pueda rendir el obrero.

En una palabra, pretenden comprar, no una cantidad de trabajo equivalente a la suma que desembolsan, sino la fuerza de trabajo intrínseca del obrero: en efecto, es el obrero completo -su cuerpo y su sangre- su vigor y su inteligencia lo que exigen.

Cuando emiten semejante pretensión, los patronos olvidan que esa fuerza de trabajo es parte integrante de un ser pensante, capaz de voluntad, de resistencia y de rebeldía.

Cierto que todo iría mejor en el mundo capitalista si los obreros fuesen tan inconscientes como las máquinas de que se sirven y si, como ellas, no tuviesen a guisa de corazón y de cerebro más que una caldera o un dinamo.

Pero no es esto lo que ocurre. Los trabajadores saben las condiciones en que les coloca el medio actual, y si las toleran no es de grado. Saben que son dueños de la fuerza de trabajo, y si consienten que su patrono consuma una cantidad dada de ella, se esfuerzan porque esta cantidad esté en relación más o menos directa con el salario que reciben. Hasta en los más desprovistos de conciencia, hasta en los que sufren el yugo patronal sin poner en duda su justicia, brota instintivamente la noción de resistencia a las pretensiones capitalistas:

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