Emile Dubois
Enviado por adeninadenon • 19 de Diciembre de 2012 • 2.415 Palabras (10 Páginas) • 747 Visitas
Biografía
Emile Dubois (nacido en Étaples, Pas-de-Calais, 29 de abril de 1867 - Valparaíso, 26 de marzo de 1907), fue también conocido como Emilio Dubois, Emilio Morales o Emile Murraley, todos alias del inmigrante francés Louis Amadeo Brihier Lacroix, hijo de José Brihier y María Lacroix.
Fue un asesino en serie,1 que se hizo famoso en Chile a comienzos del siglo XX al ser acusado y posteriormente condenado por matar, entre los años 1904 y 1906, a cuatro personas extranjeras, que eran connotados hombres de sociedad. Ellos fueron, Ernesto Lafontaine, comerciante francés y primer alcalde de Providencia —entre los años 1897 y 1900—;2 Gustavo Titius, empresario alemán; Isidoro Challe, comerciante francés; y Reinaldo Tillmans, comerciante inglés.
1906 hubo otro suceso que también quedaría inscrito en las almas porteñas. Ese año -y en las semana previas al terremoto- fue capturado el francés Louis Amadeo Brihier Lacroix, más conocido como Emilio Dubois, acusado de cuatro alevosos crímenes cometidos en la capital.
El singular inmigrante fue fusilado el 26 de marzo de 1907 en la antigua Cárcel de Valparaíso, sin confesar los delitos que se le imputaron, pese a la evidencia de las pruebas. Desde entonces, Dubois es un genuino Santo Popular, que recibe ofrendas de sus seguidores en el mismo sitio donde falleció hace más de un siglo.
Ernesto Lafontaine, Reinaldo Tillmans, Gustavo Titius e Isidoro Challe son sus víctimas. A cada uno lo última con calculada crueldad: con dagas, hachazos o puñales por la espalda. El primero de todos los crímenes ocurrió en la calle Huérfanos de Santiago, y los tres siguientes en Valparaíso. El robo habría sido el principal móvil de esos crímenes, por la sólida condición económica de sus víctimas, pero el mito destierra esas versiones.
“Dubois, con la misma admirable tranquilidad de que ha dado tantas pruebas, contestó las preguntas que le dirigió el señor juez y a la salida del interrogatorio se mostró indiferente de todo lo sucedido (…) El reo se ha mostrado estos últimos días bastante tranquilo: hace poco se quejó al señor director de la cárcel de una afección a los bronquios y solicitó se le enviasen algunos medicamentos”3. Incluso Salvador Reyes consideró en sus relatos episodios vinculados al santo-criminal francés develando su trascendencia en Valparaíso.
“La ciudad se transforma. Están demoliendo una serie de edificios de la calle O‟Higgins. La picota dobla por Melgarejo hacia la Avenida Brasil. Por ahí huyó el famoso asesino Dubois después de atacar al rentista inglés”3. Los periódicos siguieron con particular atención el proceso contra Emilio Dubois.
1 Elecciones Municipales: Historias e Historietas. Cuerpo A. Santiago de Chile: El Mercurio. 28 de octubre. p. A18. Consultado el 28 de octubre.
2 Diario La Nación (Chile). «Emile Dubois, el inmigrante francés que se convirtió en mito.
3 Diario El Mercurio. Chile. 27 de Marzo de 1907.
Los diarios siguen hablando de "un señor del crimen", "asesino silencioso", "artista del crimen", "el hombre del laque de goma", "el genio del crimen", "el hombre monstruo".
La defensa, su abogado Sanz Frías, como recurso pretendió presentarlo como un enajenado mental, irresponsable, que no merecía sanción, sino que la ciencia médica tenía que hacerse cargo de él. Dubois, al saber esto, se indignó y descalificó a su defensor que aducía que se trataba de un enfermo de manía criminal y le quitó de inmediato el poder, después de tildarlo de ignorante.
Él asumió su defensa, trató de comprobar que era inocente, que la causa era mal llevada.
Se defendió sin ayuda, lo que cumplió durante tres días en el tribunal de alzada; actuó con extraordinaria facilidad de palabra, originando estupor y desasosiego entre los ministros del tribunal.
La noche del último alegato, en una de las plazas de la ciudad se organizó un comicio público en favor de Dubois.
Consultado si creía que ese movimiento lo favorecía —"yo no podría decirlo"— dijo y añadió: "Vox populi, vox Dei".
No obstante, el Juez del Crimen de Valparaíso, don Santiago Santa Cruz Artigas, lo condenó a muerte por cuatro crímenes y un asalto.
En la madrugada del fusilamiento, muy temprano se le sirvió un café, luego atendió a Ursula Morales, que en compañía de su hijo venía a dar el último adiós al hombre al que había unido por amor su suerte desde hacía catorce años y que el día anterior había recibido por esposo ante los hombres. El mismo que en pocas horas más habría de perecer en el cadalso.
Confundidos en un solo abrazo permanecieron un largo rato.
Poco después de las siete de la mañana penetraron a la celda dos religiosos de la Compañía de Jesús.
Dubois dijo a uno de ellos que no necesitaba auxilio de ninguna clase. Como insistiera, tratando de convencerlo con frases cariñosas y persuasivas, el reo le respondió: "Yo creo en Dios, señor, ya lo he dicho, no soy hereje, pero no creo en sus representantes. Es inútil lo que ustedes me piden; yo me confesaré con Dios".
No vencido aún, el religioso le dijo: "Dios tiene misericordia infinita. Sus fallos son superiores a los de los jueces de la Tierra".
—"Sí, al juez necesita confesar, no a mí. Al juez que ha ordenado mi asesinato, a él vaya a inspirarle arrepentimiento, no a mí".
La mañana era fría y nebulosa. La hora avanzaba y la concurrencia estaba tensa.
De repente hace la entrada al patio el reo completamente tranquilo, acompañados sus pasos por el lúgubre sonido de los grillos. Un Dubois enérgico, indomable, con su largo pelo y barba rubia, cuidadosamente peinada y un cigarrillo puro recién encendido, que chupaba tranquilamente. Tuvo una frase de protesta que pocos oyeron: "Parece que aún estamos en los tiempos de Nerón, tanta gente para ver morir a una víctima".
Avanzó hasta llegar al banquillo y ocupó el fatídico asiento con tranquilidad.
Parecía contento de exhibir en el patíbulo su varonil figura y supremo valor.
No se le movía un músculo y el cigarrillo permanecía en sus dedos sin la más pequeña oscilación.
En medio de la inquietud del público se acerca el receptor al reo y comienza la lectura de la sentencia. Después de leer algunos párrafos éste lo interrumpe y le pide: "Abrevie... pase a la conclusión". Así lo hizo el receptor, que leyó sólo la denegación del curso de nulidad del indulto y el cúmplase de la sentencia.
Al instante se procedió a circundarlo con una cuerda en el banquillo, a lo que el reo protestó, pero como
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