CASO HIRAOKA
Enviado por Daniale30 • 29 de Septiembre de 2014 • 1.508 Palabras (7 Páginas) • 316 Visitas
CASO HIRAOKA
La historia de un japonés visionario: Hiraoka, la empresa que soñó un hombre.
Esta historia empieza en un local de veinte metros cuadrados lejos de Lima, en un pueblo ayacuchano. A Carlos Chiyoteru Hiraoka le habían dado su liquidación por tiempo de servicio, tenía 27 años y la experiencia de un joven que hizo crecer dos pequeñas tiendas. Ahora quería la suya propia. Era 1941.
Había llegado de Japón unos años antes, primero a dar un vistazo invitado por su hermano que ya vivía en el Perú; después para quedarse. Trajo en su equipaje sus herramientas de odontólogo recién egresado, no sabía que en vez de cuidar dentaduras iba a fundar un negocio tan popular que su apellido es moneda común en el lenguaje limeño. A Hiraoka de Miraflores, le digo al taxista. No necesito precisar más.
Tras un tiempo en Lima haciendo cachuelos, Carlos Chiyoteru vio en un periódico el aviso que lo llevó como administrador hasta Ayacucho. Dejar la capital fue más fácil que dejar su natal Kumamoto. Se decidió a pesar de que todavía no hablaba bien el español por tratarse del bazar de una familia japonesa, Comercial Ishikawa, ahí lo recibieron y le enseñaron los tejes y manejes del comercio.
Y Carlos Chiyoteru aprendió, porque tres años después el negocio se expandió al pueblo de Huanta con él de administrador, hasta que la persecución a los japoneses vino con la Segunda Guerra Mundial y el local tuvo que cerrar. Entonces es cuando recibe la liquidación y empieza su propia historia.
Desde la puerta de Importaciones Hiraoka de Miraflores no es posible darse cuenta de que tres torres de siete pisos componen todo el local. Ha sido diseñado con discreción, dejando ver solo lo que se quiere; me doy cuenta recién del detalle al ver la maqueta que muestra Raúl Hiraoka Torres al momento de la foto. Se necesita espacio para tener stock de la variedad de electrodomésticos que aquí se venden.
Cuatro de los ocho hijos de Carlos Chiyoteru quedaron a cargo de esos comercios que todos los taxistas conocen sin necesidad de referencias. En el segundo piso de la filial de Miraflores, el tercero del clan familiar habla con la calma de un profesor de yoga. Difícil imaginar que traspasando la puerta 300 personas bajo sus órdenes no paran de moverse. Pero aquí Raúl sigue contando los orígenes remotos de la empresa sin inmutarse por el tiempo.
Dice que su padre era un liberal para su época: se adaptó a las costumbres, aprendió a hablar castellano, quechua, a disfrutar la comida; a todos trataba por igual, gente de ciudad, campesinos pobladores de las alturas, así se hizo querer; se casó con una huantina, una que “tuvo una paciencia de santa” y con ella logró abrir su primera tienda. Vendió sombreros, lana, hilos, agujas, telas, siempre aplicando la famosa técnica de la yapa, el regalito o el descuento.
“Fueron años duros. Todo el dinero que entraba se ahorraba”, comenta Raúl. Nada de bancos y prestamistas, su padre prefería crecer de a pocos con dinero propio, alejado de las deudas y los intereses, trabajando desde las seis de la mañana hasta que ya no hubiera luz.
Mientras su economía crecía (y Raúl recién había nacido) empezaron las mudanzas, el bazar pasó a ser almacén y de los veinte a los cien metros. La familia se multiplicaba. En el ínterin incluso el japonés que un día llegó sería alcalde de Huanta. Eran épocas en que la designación venía desde el gobierno entre los más destacados del pueblo.
Lima, el próximo objetivo
Cuando en Huanta tocó el techo sus ojos apuntaron hacia Lima; su ilusión era tener una tienda en la avenida Abancay. Encontró el terreno en una esquina y con paciencia lo fue construyendo hasta que hizo de él un edificio de nueve pisos. Para terminar la construcción rompió por única vez una de sus reglas: recurrió altanomoshi (también llamado pandero), pero solo entre amigos.
Y por fin en el 64 se abrió Importaciones Hiraoka. El éxito no llegó tan fácil: se probaron varios rubros por casi cinco años. Al inicio vendieron importaciones de plásticos y accesorios, luego fue bazar, más adelante tienda de regalos, después juguetería y al final se llenó de artículos de escritorio.
- Los electrodomésticos llegaron por coincidencia.
- ¿No fue porque la gente le pedía?
- No, en uno de esos viajes que papá hace a Ayacucho se sienta con un señor que era un judío, los dos conversan, y el judío le dice por qué no vendes radios portátiles en tu tienda.
Él era mayorista de radios
Tras aquel encuentro vino la expansión: cuatro tiendas ubicadas estratégicamente (con proyectos para dos sucursales más)
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