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CONSTRUCCIONISMO SOCIAL


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2013  •  2.358 Palabras (10 Páginas)  •  376 Visitas

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El construccionismo social.

Teniendo en mente pues, las breves pinceladas que nos ayudan a entender superficialmente la situación de la tradición modernista, encontramos bajo la concepción postmoderna al construccionismo social, el cual abarca un grupo de ideas cuya base se fundamenta en el hecho de que el conocimiento y los fenómenos sociales son creados (construidos) artificialmente por la sociedad, con todas las consecuencias que esta sentencia implica para lo social. Esta tendencia postmodernista tiene su origen en los primeros años del siglo XX, con Vygotsky y Mead, pasando por el trabajo de Moscovici entre otros y que posteriormente, autores como Peter Berger y Thomas Luckmann recopilan y amplían en la obra que actualmente es considerada para muchos como la biblia de los construccionistas sociales, La Construcción Social de la Realidad (1966), donde los autores tratan de demostrar que toda la realidad no es otra cosa que una construcción de la misma realidad. Construcción, además de aludir al hecho de que la realidad es creada por el hombre y por tanto dependiente de él, también hace referencia al hecho de equiparar el término realidad al de opción o posibilidad, desmontando el carácter casi sagrado o intocable que a muchos conceptos y teorías se les atribuye sobre las formas de comportamiento de las personas. Así pues, podemos empezar la exposición de las teorías construccionistas con un repaso al pensamiento plasmado en el manual de estos dos autores. La construcción social de la realidad entro de las teorías sobre el conocimiento, concretamente, de la sociología del conocimiento, el construccionismo social es una de las que se posiciona a favor de la dimensión intersubjetiva de la realidad social; considerando que esta se construye intercediendo en las prácticas sociales concretas que desempeñan las personas y los colectivos en la vida cotidiana (Gergen, 2007).La construcción social de la realidad está aconteciendo continuamente en nuestra vida cotidiana. Así, aunando las posiciones clásicas en sociología (por un lado la de Durkheim, el cual argumenta que los hechos sociales son cosas, y por otro la de Weber, que considera al complejo de significados particular de la acción como el objeto del conocimiento), Berger y Luckmann nos explican cómo esos significados acaban convirtiéndose en facticidades externas e independientes al hombre, objetivadas: es el hombre quien produce las cosas, no en el sentido físico al modo industrial de fabricar los objetos, sino las ideas, teorías, y constructos; y por ende, los conocimientos y las realidades a las que esos objetos aluden. Esto ocurre a partir de la forma en que entendemos el mundo: el hombre establece la realidad a partir del aquí y ahora que le rodea. Es en base a esos dos puntos cardinales con los que una persona ubica y ordena su mundo, sus experiencias, y lo que acontece en relación a él, tanto en el pasado, como en el presente y en el futuro. En la vida cotidiana, no se necesita una verificación de ser real, pues el aquí y ahora están continuamente reforzando la noción de que efectivamente existe. La estructura temporal es sumamente importante pues, como sabemos que un día moriremos, la realidad se ve amenazada por este evento. Este aquí y ahora, que más tarde se desarrolla y desplaza a otros escenarios (en el hogar, en el trabajo, en el cine…), se inicia en las interacciones cara a cara con otros actores. En ese momento, el otro es totalmente real: estás hablando con él en persona, lo ves, y ocurre ahora y ocurre en este sitio. Sin embargo, ocurre que el cara a cara va dando lugar a otras interacciones más alejadas y complejas tejidas sobre las relaciones más directas. Sin embargo, todas y cada una de esas relaciones son igualmente reales. Entonces ocurre que la manifestación humana es capaz de objetivarse por manifestarse en productos de la actividad humana. La realidad humana se retroalimenta para mantenerse y solo es posible por estos productos de la humanidad. Esto ocurre también con la significación. Los signos son uno de los resultados de la actividad humana, nos rodean allá donde vamos, y son infinitamente diversos. El lenguaje como signo, tiene la capacidad de convertirse en un almacén de significados que perduran a través del tiempo, trascendiendo por completo la realidad cotidiana del aquí y ahora, el cara a cara. Así pues, el lenguaje se nos presenta como una huella, el testimonio de una realidad que estaba ahí previamente a nuestro nacimiento, con un gran acúmulo de significados, y que encima es indispensable para entender la realidad cotidiana: llega un momento en el que perdemos de vista que esos signos fueron creados por la humanidad cierto tiempo atrás, aparentando que las realidades a las que reemplazan son externas e independientes, otorgándoles un estatus de objetividad, como si de entes distintos a nosotros, con cuerpo (esencia en términos tradicionales) propio se trataran: observamos el espejismo de una realidad independiente a la persona. Este fenómeno es conocido como reificación: la aprehensión de los referentes creados en base a los significados humanos como si fueran cosas, en términos humanos o no humanos. Como si los productos de la actividad humana pudieran dejar de ser considerados productos de la propia actividad humana. La reificación pues, consiste en una deshumanización. Lo que acaba ocurriendo es que todo lo que alude a lo social queda reificado.

Desde las instituciones, hasta los constructos, pasando por los roles, las leyes… todo cuanto nos rodea pues, fue construido (creado), por el hombre: todo es dicho con palabras o está mediado por significados. Perdemos esa visión antropológica de la realidad; debido a ese espejismo de objetividad que otorga el descubrir los enormes edificios de significados que nos rodean desde que nacemos, pero que en última instancia, no son más que la posibilidad de entre infinitas que se acordó, la que se impuso en un momento particular contextualizado. Para el construccionismo social, nada es absoluto, nada es universal, nada es inmortal pues, todo es cuestionable, relativo y efímero. Las premisas, objetos, teorías universales modernistas anteriormente enunciadas han muerto.

El lenguaje. Es la herramienta por la que podemos estructurar nuestra experiencia del mundo y del ser que somos, los conceptos que utilizamos no son anteriores al lenguaje (Burr, 1996). Así pues, sin el lenguaje, difícilmente podríamos dar cierta apariencia, cierto contorno a un mundo difuso y fragmentado, vacío de significado en sí. La mera dicotomía lingüística de dividir algo llamado mundo en dos partes, denominadas mental y físico; el significante y el significado, conlleva una serie de implicaciones sociales y que invisibilizan la existencia de una cultura y un momento histórico que sostienen esos postulados. El lenguaje mueve el mundo. En esta

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