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Eternos Adolescentes


Enviado por   •  13 de Noviembre de 2011  •  4.021 Palabras (17 Páginas)  •  589 Visitas

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REPORTAJE: DE LOS 10 A LOS 40

Retrato del eterno adolescente

LUZ SÁNCHEZ-MELLADO 09/10/2011

Los niños quieren dejar de serlo. Los adultos no se ven como tales. La infancia se acorta. La adolescencia se estira. La juventud se eterniza. Las fronteras entre edades se difuminan. Las nuevas tecnologías, la crisis económica, el aumento de la esperanza vital y el hedonista estilo de vida moderno redefinen las etapas de la existencia. Cada cual diseña su ciclo biográfico como quiere. O como puede. Hablamos con un puñado de adolescentes de todas las edades.

Un enjambre de helicópteros tele-dirigidos zumba entre las cabezas del personal en la típica nave diáfana de oficinas. Hace calor, y los bermudas, las minifaldas y las camisetas son lo más parecido a un uniforme. Proyectiles diversos -pelotillas, clips, bolígrafos- vuelan por doquier. Se diría que han soltado a un hatajo de mocosos. Pero no. En la productora 7 y Acción, lo s gamberros están en nómina. Son los más veteranos, respetados y mejor pagados del staff. Juan Ibáñez, Trancas; Damián Moyá, Barrancas, y el resto de treintañeros y cuarentones de El hormiguero, dirigidos por Pablo Motos, de 46 años, ya no son adolescentes. Pero lo parecen. Por su actitud, por su lenguaje, por sus pintas. Aunque superan varios lustros los años atribuidos a esa etapa entre la niñez y la edad adulta, no les molesta la etiqueta. Es más, la reivindican, y a mucha honra.

La provisionalidad y el juego no les son ajenos. Son sus señas de identidad

Ya no hay edades estanco sino edades yo-yó. Se va y se viene en la vida

En El hormiguero se trabaja a destajo. Aquí se concibe, se gesta y se pare un programa diario que acredita picos de audiencia del 23%. Pero no está mal visto hacer el tonto. Al contrario. De los juegos, las pullas, el vacile entre colegas surge la materia prima de su producto. Un talk-showbasado en entrevistas graciosas, experimentos entre lo científico y lo circense y bromas de patio de colegio que lleva cinco años convocando a un público fiel entre los 5 y los 50 años. "El programa atrae a los críos porque se ríen. Y a los mayores porque hacemos cosas que les gustaría hacer pero no se atreven. Lo pasamos bomba, y se nota. Claro que el ambiente es de juego: no puedes escribir tonterías de 8 a 8 sin levantarte de la silla", justifica Juan Ibáñez, alma de la hormiga Trancas y uno de los pilotos de los helicópteros.

"Sé que ya soy mayorcito, pero no me veo como un adulto", reconoce Juan, Juanito para todos, camisa hawaiana, barba bíblica, rizos en coleta, 31 años cumplidos en agosto. "Relaciono la adultez con ser triste, tenerlo todo firmado, casarse, tener hijos, un chalé y un todoterreno, escribir listas y hacer la declaración de la renta. Así nos la han vendido: saber lo que vas a hacer todos los días, una cárcel vital. No hay necesidad de entrar en eso. Prefiero no ser adulto nunca".

No puede decirse que a Ibáñez, al que le quedan siete asignaturas para terminar Publicidad, sea un niñato que se niegue a crecer ni un tarambana o un desafortunado que no quiera, no sepa o no pueda buscarse la vida. Se la gana "de puta madre" trabajando en lo que le gusta desde los 20 años, se fue de casa a los 25 y vive con su novia en un piso recién comprado con una hipoteca a ni siquiera sabe cuántos años. Pero aunque se considera "hiperresponsable" en el trabajo, no quiere más obligaciones, no hace planes a más de dos meses vista, y su futuro son "las próximas vacaciones".

Juanito es, por talante y estilo de vida, un preadulto, un kidult, un miembro de laemerging adulthood -algo así como la nueva edad adulta-, según el término acuñado en 2000 por el psicólogo estadounidense Jeffrey Jensen Arnett en la revista American Psychologist para definir la nueva etapa vital que atraviesan muchas personas entre los 18 y los 40 años en los países desarrollados. El nuevo escenario social y económico -más esperanza de vida, prolongación de los estudios, dificultad para iniciar la vida laboral, eclosión de las nuevas tecnologías, cultura del hedonismo, mayor tolerancia familiar- determina que los hitos que marcaban el ingreso en la adultez -empezar a trabajar, irse de casa, casarse, tener hijos- se retrasen, de media, una década. Si es que se traspasan. Esos nuevos 10 o 15 años, de los 25 a los 40, plena madurez en el siglo XX, son los que muchos continúan dedicando en el XXI a la experimentación que solía asociarse con la adolescencia y la primera juventud. En todos los terrenos. Las relaciones personales, el trabajo, la propia imagen, la vida.

No es asunto exclusivo de una clase social, una cosa de pijos. Los nuevos adultos pueden estar en el paro o trabajando a tope como Ibáñez. Malviviendo de empleos precarios o estudiando el tercer máster costeado por papá. Viviendo con los padres, solos o compartiendo piso. Son mayores de hecho y derecho. Pero por obligación y/o por vocación, su ocio, su consumo, sus gustos en moda y su modo de vida se asemejan al de los adolescentes. La diversión, el juego, la provisionalidad, el ensayo y error, el vivir al minuto, no les son ajenos. Son sus señas de identidad. Puede que esa sea una de las claves del éxito de audiencia de El hormiguero.

Los mayores se resisten a dejar de ser niños. Y a la vez "los niños quieren dejar de parecer niños y hacer cosas de niños cada vez más niños", en palabras del antropólogo de la Universidad de Lleida Carles Feixa. Ya en 1982, el pensador Neil Postman profetizaba, en su obra El fin de la infancia, el acortamiento de la niñez con el cambio de siglo basándose en la influencia de la televisión en el consumo y el modo de vida de los pequeños. "Hoy vemos que se quedó corto, porque no previó el impacto de la revolución digital", explica Feixa, para quien las nuevas tecnologías "facilitan enormemente el proceso de semiemancipación infantil cada vez antes". Los publicistas llaman tweens a los críos de entre 8 y 12 años, un nuevo nicho de mercado que sabe lo que quiere, lo pide y lo compra. Si la idea de la juventud se estira, la de la infancia se acorta. La decisión de Sanidad de prescribir -y sufragar- la vacuna del papiloma a las niñas de 14 años, presuponiendo que a partir de esa edad es probable el inicio de las relaciones sexuales, es un síntoma. Tan gráfico como el hecho de que la consola Wii que anuncian los talluditos Trancas y Barrancas se despache por igual a clientes entre los 10 y los 40.

Alba Romero sí es una adolescente de libro. A sus 16 años, estudiante de bachillerato en un instituto público madrileño, Alba restalla de vida. Casi se ve emanar hormonas por sus poros. Lo dice ella: "Me noto el pavo encima. Hay veces que me siento tonta. Me río sola. Lloro. Tengo

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