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Hora De Juego


Enviado por   •  24 de Mayo de 2014  •  1.190 Palabras (5 Páginas)  •  294 Visitas

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El Bullying no se minimiza ni erradica si no se aborda singularizadamente. En estos últimos tiempos, estamos asistiendo a un baile de cifras y números referidos al fenómeno del bullying que confunden y generan una alarma social completamente innecesaria. Se confunde el bullying (maltrato entre iguales, sistemático, mantenido en el tiempo y con la intención de hacer daño imponiendo el esquema de abuso de poder, desequilibrado entre víctimas y agresores) con las agresiones esporádicas entre el alumnado.

A ello está contribuyendo el uso en los medios de términos como “acoso escolar” en sentido general, sin expresión de recurrencia, duración, intencionalidad y desequilibrio. Se está dando la impresión de que esto es algo bastante habitual y generalizado entre nuestro alumnado, con el daño que supone esta generalización y banalización del término para quienes, de verdad, están sufriendo bullying. El uso del anglicismo bullying evita errores de generalización, extensión, sobrevaloración o minimización del maltrato, puesto que hoy en día, la comunidad científica acepta este término refiriéndolo a parámetros de ocurrencia, intensidad y desequilibrio aceptados por todos.

Igualmente está colaborando a esa alarma social innecesaria los resultados de ciertas encuestas que pretenden obtener datos del fenómeno. Así, estamos viendo cómo se dan a conocer los resultados de estudios realizados a partir de “encuestas telefónicas”, algunas de ellas realizadas por empresas profesionales en la forma pero no el fondo de lo que se pregunta. En otros casos, se están empleando cuestionarios que no están validados, no marcan un tiempo de recuerdo máximo en sus preguntas a los alumnos y que utilizan categorías en las escalas de medida que, cuanto menos, “dirigen” al alza los resultados de las respuestas de quienes contestan.

En este sentido, tenemos que velar por que se cumplan unos requisitos mínimos de rigor, exigibles en cualquier investigación, para luego poder dar validez y reconocimiento a los resultados que arroje. Incluso, cuando hagamos pequeñas investigaciones para conocer qué sucede en nuestro entorno más cercano. Si no se respeta esto, las cifras resultantes distorsionadas, por la alarma social que generan, trasladarán al escenario escolar un plus más, si cabe, de presión para la intervención. La sociedad, en general, siempre que se dan esas cifras, se escandaliza y necesita “personificar” la culpabilidad en una suerte de proceso colectivo, sumarísimo y litúrgico que permita digerirlas para seguir avanzando. Como consecuencia, en el espejo de ese debate social, los medios de comunicación, se reflejan acusaciones explícitas o veladas a las actuaciones y comportamientos de quienes están más cerca de nuestros chicos/as y adolescentes en la escuela, el profesorado: “tenían que haber hecho algo”, “se denunció y no se hizo nada”, “es su trabajo, para eso les pagan”, “el profesor puede ser el primer culpable del acoso”, etc. Alumnado, profesorado y familias se hacen preguntas que no siempre obtienen respuestas.

Por una parte, se escenifica, así, la confrontación de la sociedad con “su” escuela y por otra se simplifica hasta el reduccionismo más plano el proceso culpabilizador, dando una visión sesgada e interesadamente exculpatoria, impidiendo, así, el necesario compromiso colectivo para su abordaje. Sorprende la confrontación de la sociedad por lo que sucede en “su” escuela. Sí, porque no se debe tratar a la escuela como una entelequia abstracta. Es la escuela de la sociedad. Su escuela. Con los valores, dinámicas y conflictos que las y los adultos promovemos en ella. ¿O es que el bullying es muy diferente al maltrato a mujeres en el

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