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Meditaciones Peruanas


Enviado por   •  25 de Noviembre de 2014  •  526 Palabras (3 Páginas)  •  329 Visitas

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MEDITACIONES PERUANAS

1. Nuestra incoherencia:

Contrastes en el medio físico y discontinuidad en nuestro desenvolvimiento histórico, han despojado a nuestro espíritu colectivo de la armonía en el pensamiento y de la necesaria congruencia en la acción.

El medio social les presta generalmente una colaboración eficaz, los agiganta, los transforma, y hace que superen a sí mismo. Tuvo muchísima razón Nietzsche, cuando dijo que el que realiza un fin lo traspasa. El ideal que formula el reformador traduce muchas aspiraciones subconscientes; se ve obligado a luchar con los intereses creados, pero sabe que por debajo de estos palpitan energías ocultas.

En nuestro pueblo la colaboración colectiva es casi nula, nuestro medio es una masa inerte; la resistencia, se concilia con una ductilidad extraordinaria para adoptar los cambios superficiales y seguir con toda fidelidad los últimos caprichos del esnobismo internacional. El pensamiento social no toma un rumbo definitivo y único, sino que se bifurca, se multiplica, se dispersa.

La incoherencia es la multiplicidad, amorfa y anodina, desacompasada y estéril. El pensamiento como fulguración no precede, sino que sigue al calor del hecho, Goethe dijo que al principio no era el verbo, sino la acción. Hamlet, el más genial de los incoherentes, sentía con fuerza abrumadora el peso del terrible dilema: ser o no ser.

El distinto escolástico y la diferenciación erudita son aspectos morbosos de la pereza intelectual. La incoherencia colectiva se hermana y se explica a su vez por la incoherencia individual. Nos faltan ideas centrales y pensamientos directores. Necesitamos someternos a una higiene espiritual que aparte las solicitaciones múltiples y las aspiraciones divergentes.

2. Nuestros rencores:

El medio social en que vivimos tiene la apariencia de un campo de enconada lucha; se agitan la murmuración intencionada y el chisme tendencioso. Las fuerzas negativas no necesitan ser apreciados con el habitual convencionalismo.

Si quisiéramos buscar un personaje que simbolizan nuestro afán destructivo, lo encontraríamos en Mefistófeles, el espíritu que lo negaba todo.

El odio no se concibe sin el amor. Teniendo todo ideal resistencias en la vida, el odio no es sino el amor por ese ideal, en cuanto niega los hechos que a él se oponen y destruye los obstáculos que se presentan. Si tenemos un ideal, es justo que odiemos el ideal contrario; ese odio será tanto más grande, cuanto más unidos estemos a nuestro ideal y más energías poseamos para realizarlos. El odio así entendido, es una de las más altas y nobles pasiones humanas.

El rencor es de muy distinta, no supone ideal propio y positivo, y repugna a toda idea de energizo vigoroso esfuerzo.

La ausencia de un ideal propio y la falta de potencia para realizarlo, nos llevan de modo mecánico a oponernos al ideal ajeno,

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