Muerte del padre, sufrimiento del niño
Enviado por Barbara Melo • 30 de Mayo de 2017 • Ensayo • 1.495 Palabras (6 Páginas) • 259 Visitas
Muerte del padre, sufrimiento del niño
Sicología del Desarrollo
Universidad San Francisco de Quito
Quito, 7 de diciembre de 2016
Muerte del padre, sufrimiento del niño
El presente ensayo contestará en qué medida afecta a un niño la muerte de un padre o una madre en la niñez media, entre los siete y once años (Feldman, Martorell y Papalia, 2012), para esto se partirá explicando cómo se dan las distintas relaciones de éste con sus padres de acuerdo a las diferentes etapas del desarrollo psicosocial para poder entender cómo las figuras paternas y maternas marcan la vida del ser humano.
El desarrollo psicosocial se refiere al “crecimiento de la personalidad de un sujeto en relación con los demás y en su condición de miembro de una sociedad, desde la infancia y a lo largo de su vida.” (Psicoactiva, 2013). Es importante resaltar que dicho desarrollo involucra cambios emocionales, de personalidad y de relaciones sociales del individuo (Feldman, Martorell y Papalia, 2012).
A partir del nacimiento hasta los tres años, el desarrollo psicosocial del infante se establece a través de sus padres, vínculo que le permite adquirir confianza y seguridad en sí mismo (Feldman, Martorell y Papalia, 2012 y Unicef, 2004). Erikson (1966) resalta la importancia de adquirir la “confianza básica” durante este periodo, pues el pequeño aprende no solo a confiar en su proveedor y progenitor sino también en sí mismo, fortaleciendo su identidad yoica que busca relacionar sus sentimientos y emociones con el exterior. Para afirmar lo dicho, John Bowly y Mary Ainswoth plantean la Teoría del Apego, donde los cuidadores deben generar en el crío un vínculo emocional en sus primeros años que le brinden seguridad, para así garantizar un próspero desarrollo de su personalidad en futuros años (Repetur y Quezada, 2005). Por lo tanto, cuando “un niño que sabe que su figura de apego es accesible y sensible a sus demandas les da un fuerte y penetrante sentimiento de seguridad, y la alimenta a valorar y continuar la relación” (Bowly, s.f. citando en Cataño, 2004).
De igual manera, la niñez temprana entre los tres a seis años (Feldman, Martorell y Papalia, 2012), es trascendental para el progreso psicosocial, ya que se da el “desarrollo de las capacidades interpersonales y de la personalidad” (Unicef, 2004, p. 23). Es durante esta etapa que el apego entre la madre o quien le cuida y el niño se fortalece y su autoestima incrementa. Adicionalmente, las aptitudes sociales se consolidan, ya que la criatura practica juegos imaginativos, que le ayudan a relacionarse con otros niños y personas cercanas (Unicef, 2004). Además, la familia perdura como el centro de su vida social donde él se desenvuelve y adquiere importancia (Feldman, Martorell y Papalia, 2012). Finalmente, durante la edad temprana el niño adquiere independencia y autocontrol, al saber que sin importar que su madre no esté cerca de él 24/7, cuando la necesite ella acudirá.
De igual modo, durante la niñez media, es decir de los siete a los once años, se resalta que los padres y las personas más cercanas al niño son quienes lo estimulan para relacionarse mejor con el exterior al conocer sus intereses y gustos (Unicef, 2014). Esto Piaget explica como el período de operaciones concretas, donde el niño utiliza la razón lógica y la objetividad al resolver problemas, sin embargo, únicamente resuelve complicaciones “sobre la base de experiencias que en realidad han tenido o sobre objetos concretos que están presentes y los cuales pueden trabajar, pero por lo general no pueden resolver problemas abstractos.” (Eller y Henson, 2000, p.53). La relación entre padres e hijo suele evidenciar un cambio gradual, pues empiezan los primeros años de escuela y sus compañeros ganan importancia. Además, Freud explica que el niño calma su búsqueda de identidad al identificarse con las actuaciones y gestos del padre de su mismo género, hecho con el que éste fundamenta sus emociones y exploraciones sociales relacionadas con la escuela, sus amigos y pasatiempos (Feldman, Martorell y Papalia, 2012).
En esta etapa, el rol de los padres es trascendental, ellos cubren tanto el lado afectivo como el aspecto de seguridad frente a las amistades que frecuentan. Por ello, a la pérdida de uno de éstos el niño sufre un desequilibrio al darse cuenta que las cosas han cambiado, se refleja a través de “cambios de conducta o de humor, alteraciones en la alimentación y en el sueño, y disminución del rendimiento escolar” (Gallego y Reverte, s.f. p, 125). La muerte del padre o madre suele ser entendida por el niño en esta etapa como algo irreversible que solo les sucede a los demás y no a ellos (Gallego y Reverte, s.f.).
Sin embargo, el pequeño al no saber cómo afrontar esta situación, opta por negar lo ocurrido y actuar de manera indiferente como un mecanismo de defensa. Por otro lado, para conservar su relación con el progenitor ausente suele idealizarlo para vincularse imaginariamente o procura suplir el papel del padre y cuidar de sus hermanos menores, aunque también puede sentir culpabilidad por lo ocurrido. Adicionalmente, la muerte del padre durante la edad media lleva a que en ocasiones se dé un retroceso en su desarrollo, evidenciándose conductas inapropiadas para su edad como hablar como un bebé, exigir y demandar atención, surgir miedos inexistentes o hambre a deshoras (Gallego y Reverte, s.f.).
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