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Sociologia De La Educacion

SARTREE016 de Junio de 2014

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Por qué y para qué una

sociología de la educación en la

formación de los docentes

La opción por la mirada temática

La defi nición de las disciplinas, “materias” o “cursos” en un programa de formación de profesionales no

es una cuestión meramente técnica o epistemológica, sino que es sobre todo una cuestión social que se

relaciona con intereses de individuos y sobre todo de grupos de individuos que comparten identidades e

intereses específi cos. Estos pueden ser funcionarios, expertos, representantes de corporaciones profesionales,

etc. Cuando se discute la necesidad de introducir cursos de fi losofía o de sociología en la formación

docente es evidente que la cuestión “interesa” sobre todo a los fi lósofos y a los sociólogos. Las profesiones

existen como corporaciones que buscan garantizar ciertas posiciones laborales para los poseedores de

determinados títulos o credenciales educativas. En otras palabras, los cursos y seminarios, sus denominaciones

y contenidos no son sólo una cuestión curricular, sino que implican la creación de puestos de

trabajo con destinatarios específi cos.

Por eso, cuando se toma la decisión de incluir espacios curriculares de sociología de la educación ya se

está tomando posición. El nombre mismo de “la materia” sugiere un profesor ideal. No es lo mismo un

curso sobre “escuela y estructura social” o de “culturas adolescentes y juveniles” que uno de “sociología

de la educación” o “sociología”. Estos dos últimos remiten específi camente a una disciplina cultivada

por agentes especializados y titulados, que tienen ciertos monopolios ocupacionales (es obvio que los

sociólogos reivindican los puestos relacionados con la sociología). Las dos primeras denominaciones

remiten a temas, los cuales pueden ser tratados por titulados de diversas disciplinas (antropólogos,

politólogos, historiadores, comunicólogos, etc.).

En concordancia con esta visión amplia respecto al perfi l del docente, en este módulo preferimos una

estructura curricular que privilegie el enfoque temático. Esta elección supone descartar la clásica organización

de contenidos por “corrientes de pensamiento”, “corrientes sociológicas”, “escuelas” o “autores”,

que tendía a predominar en los cursos tradicionales de “teoría”. Por lo general, las “corrientes”

se ordenaban por criterios cronológicos: primero los “antecesores” de la sociología (tipo Saint Simón,

Compte, etc.), luego “los clásicos” (Carlos Marx, Max Weber y Emilio Durkheim), para llegar fi nalmente

a los contemporáneos (los cuales, por lo general se veían muy superfi cialmente por falta de tiempo...).

Es preciso superar este enfoque. Incluso habrían razones pedagógicas (que no es oportuno desarrollar

aquí) que pueden justifi car comenzar por los contemporáneos (porque usan un lenguaje más cercano

a la cultura de los alumnos y discuten temáticas incluidas en las agendas de las sociedades presentes,

etc.). La pedagogía no tiene porqué reproducir en la enseñanza el orden cronológico del proceso de

producción del conocimiento. Múltiples experiencias indican que es más efectivo comenzar por las

contribuciones más actuales de una disciplina para luego avanzar hacia las raíces, los antecesores, las

etapas previas del desarrollo de una disciplina determinada. Y esto es mucho más cierto cuando se trata de enseñar sociología a no especialistas, como es el caso de los maestros o pedagogos.

Por lo tanto preferimos el enfoque temático (que por defi nición obliga a seleccionar problemas que

son actuales) y lo hacemos porque estamos convencidos que de esta manera se pueden evitar ciertos

efectos perversos que se producen cuando se traslada al campo pedagógico la lógica que es propia de

los campos disciplinarios de producción científi ca. ¿Qué queremos decir con esto? En lo que aquí nos

interesa, sucede que la relación entre el sociólogo y los fenómenos sociales tiende a ser una relación de

“sujeto” a “objeto”. En otras palabras, el sociólogo mira la realidad social como si estuviera allí para ser

observada, estudiada, analizada. La escuela, por ejemplo, para un investigador (sociólogo o miembro

de otra disciplina) vendría a ser, primariamente, una especie de fenómeno-objeto de análisis. En cambio

para el profesor, el maestro, o el director de escuela, ésta no es básicamente un objeto de estudio, sino

otra cosa. Es “un lugar de trabajo” para el profesor y/o el director. Para un padre de familia, es un lugar

donde manda a sus hijos para que se eduquen y aprendan.

El sociólogo de la educación, en tanto que investigador, tiene la responsabilidad de enriquecer el capital

de conocimiento heredado acerca de estos fenómenos. Esa es su tarea y por eso la educación se

convierte en “su objeto de análisis”. Pero esta no es la función del profesor y del maestro. Ellos son

profesionales de la educación, son especialistas de otra disciplina, la pedagogía, y como agentes sociales

tienen la responsabilidad de planifi car, organizar y conducir un proceso de aprendizaje. En esto

ocupan la mayor parte de su tiempo y es esta tarea la que defi ne la especifi cidad de su función social.

Y si necesitan conocer el mundo de la escuela, sus procesos, sus vinculaciones con otras dimensiones

sociales, no es para hacer avanzar ese conocimiento sino para actuar mejor y ser más efi cientes en su

trabajo en el aula y/o la institución.

El maestro (como otros profesionales, como el médico, el ingeniero o el arquitecto) es un “usuario”

del conocimiento acumulado por las distintas tradiciones sociológicas nacionales e internacionales.

Por eso sería errado que los profesores de los cursos de sociología de la educación “enseñaran” de la

misma manera a alumnos futuros profesores que a alumnos futuros sociólogos. En este segundo caso

se justifi can los desarrollos epistemológicos, el estudio sistemático de autores y corrientes teóricas,

la historia de la disciplina, etc. En una institución de formación docente el profesor de sociología de la

educación tiene que seleccionar algunas respuestas que la sociología da a ciertas temáticas relevantes

para entender los procesos, agentes e instituciones educativas y sus vinculaciones con el resto del la

sociedad. El objetivo de un curso como éste es el de enriquecer la mirada del futuro profesor a través

de la apropiación de un lenguaje, es decir, de un conjunto de categorías de percepción que vaya más

allá del sentido común o del conocimiento que de la experiencia y el trato directo con “el mundo de la

educación”. Ciertos hallazgos de la sociología podrían favorecer que ciertas relaciones que permanecen

ocultas en las apariencias de las cosas, puedan ser vistas y por lo tanto apreciadas y tenidas en cuenta

cuando se actúa y se toman decisiones.

Podemos avanzar varias razones para justifi car la utilidad de la sociología en el campo de la educación.

La primera es que ella misma, en gran parte, es un fenómeno social que tiene una lógica compartida con

otras realidades que a primera vista pueden ser diferentes, pero que forman parte de la misma “clase” de

fenómenos. Veamos más en detalle. La escuela es una institución social, es decir, es una realidad que está

más allá de los sujetos que le dan vida. Los hombres pasan, las instituciones quedan. Las instituciones tienen una consistencia propia. También tienen su propia dinámica y sus propios ritmos de cambio. El

cambio de las instituciones muchas veces no está sincronizado con el cambio de los agentes. Las personas

evolucionan en forma no coordinada con las instituciones y viceversa. Estos fenómenos no son propios de

la institución escolar, sino que son un atributo de todas las instituciones sociales. Y “la institución” es uno

de los objetos básicos de la sociología de todas las épocas.

Además de institución, organización o “sistema” (para esta discusión estos términos pueden tomarse

como sinónimos, pero no es el caso para otros fi nes) la educación es práctica, es un conjunto de agentes

interrelacionados, que interactúan en forma sistemática, tanto en condiciones de co-presencia (es

decir, en el mismo tiempo y en el mismo lugar, como en un aula, por ejemplo) como en términos estructurales

(lo que hace el director, depende y se articula con lo que hacen los padres o los profesores).

La relación profesor alumno es una práctica social y como tal, también tiene todas las cualidades de la

interacción social en general, otro objeto predilecto de los sociólogos. En la interacción el maestro usa

niveles más o menos relevantes de autoridad, es decir, que no se trata de una relación entre iguales,

sino que algunos tienen recursos que los otros no poseen. A su vez, el alumno también tiene sus propios

recursos de poder, puede colaborar o no con el profesor. La relación también puede estar caracterizada

por dosis variables de cooperación y/o confl icto. Los agentes educativos no sólo tienen una existencia

individual, sino que también existen como “agregados” o como “grupos”

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