Sopa De Pollo Para El Alma
Enviado por aleserpas • 22 de Septiembre de 2013 • 2.524 Palabras (11 Páginas) • 317 Visitas
Sopa de pollo para el alma
Jack Canfield
Mark Victor Hansen
Título Original
CHICKEN SOUP FOR THE SOUL
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Por qué escogí que mi padre fuera mi papá
Crecí en una hermosa y extensa granja en Iowa, criada por padres de esos a quienes con frecuencia se describe como la «sal de la tierra y la columna vertebral de la comunidad». Eran todas las cosas que sabemos que definen a los buenos padres: tiernos, entregados a la tarea de educar a sus hijos transmitiéndoles confianza y seguridad en ellos mismos. Esperaban que hiciéramos nuestras tareas de la mañana y de la tarde, que llegáramos a la escuela puntualmente, que sacáramos buenas notas y fuéramos personas honradas.
Somos seis hermanos. ¡Seis! Nunca pensé que tuviéramos que ser tantos, pero está claro que a mí nadie me consultó. Para colmo de males, el destino me dejó caer en pleno corazón de Norteamérica, en un clima que no podía ser más inhóspito y frío. Como todos los niños, también yo creía que se había producido una gran confusión universal y que conmigo se habían equivocado de familia... y además, con toda seguridad, de estado. Me enfermaba tener que enfrentarme con los elementos. Los inviernos en Iowa son tan gélidos, tan helados, que hay que hacer turnos para salir durante la noche a asegurarse de que las vacas y las ovejas no se hayan quedado en un lugar donde puedan morir congeladas. A los animales recién nacidos había que llevarlos al establo y, a veces, ocuparse de hacerlos entrar en calor para que no se nos murieran. ¡Así de fríos son los inviernos en Iowa!
Mi papá, un hombre increíblemente guapo, fuerte, carismático y enérgico, estaba siempre en acción. Mis hermanos y hermanas, como yo, sentíamos ante él un gran respeto. Lo honrábamos y le profesábamos la mayor estima. Ahora entiendo el porqué. En su vida no había incongruencias. Era un hombre honrado y de elevadísimos principios. El trabajo de la granja, que él mismo había escogido, era su pasión; y él, el mejor de los granjeros. Se encontraba en su elemento criando y ocupándose del ganado. Se sentía unido a la tierra y se enorgullecía de plantar y recoger las cosechas. Se negaba a cazar fuera de temporada, por más que ciervos, faisanes, codornices y otros animales silvestres abundaran pródigamente en nuestras tierras. Se negaba a incorporar abonos artificiales al suelo o a alimentar a los animales con otra cosa que no fuera forraje y grano. Nos enseñaba por qué actuaba de esa manera y por qué nosotros debíamos abrazar los mismos ideales. Hoy puedo darme cuenta de lo escrupuloso que era, porque todo aquello sucedía a mediados de los años cincuenta, antes de que se soñara siquiera con un compromiso universal tendente a la preservación del equilibrio ambiental en toda la tierra.
Papá era también un hombre muy impaciente, pero no en mitad de la noche, cuando estaba haciendo el recuento de los animales durante su última ronda nocturna. La relación que surgió entre nosotros a partir de todas aquellas situaciones compartidas fue simplemente inolvidable, y constituyó en mi vida una influencia compulsiva, tanto fue lo que llegué a saber de él. Con frecuencia oigo comentar a hombres y mujeres el poco tiempo que solían pasar con su padre. De hecho, todavía hoy, al estar con un grupo de hombres, uno siente que siguen buscando a tientas un padre a quien nunca conocieron. Yo sí conocí al mío.
Por entonces tenía la sensación de ser, secretamente, su hija favorita, aunque es muy posible que cada uno de los seis hermanos haya sentido lo mismo. Ahora bien, aquello tenía su lado bueno y su lado malo. El lado malo fue que papá me eligió a mí para que lo acompañara en aquellos controles de los establos, de noche y de madrugada, pese a que yo detestaba tener que levantarme y dejar la cama calentita para salir al aire helado de la madrugada. Pero en aquellas ocasiones era cuando papá se mostraba mejor y más cariñoso. Era enormemente comprensivo, paciente, tierno y, además, sabía escuchar. Su voz era suave y cuando lo veía sonreír entendía la pasión que mi madre sentía por él.
Fue durante aquella época cuando para mí se constituyó en el maestro modelo, concentrado siempre en los porqués, en las razones para seguir adelante. Hablaba interminablemente durante la hora u hora y cuarto que duraba nuestro paseo nocturno: de sus experiencias en la guerra, de los porqués de la guerra en que él había servido, dentro y fuera de la región, de la gente, de los efectos de la guerra y de sus secuelas. Una y otra vez volvía sobre el relato y a mí, en la escuela, la asignatura de historia se me hacía tanto más interesante y familiar.
Papá nos hablaba de lo que había sacado de positivo en sus viajes y de por qué era tan importante salir a ver mundo. Me inculcó la necesidad y el amor a los viajes. Cuando tuve treinta años, yo ya había visitado, fuera por trabajo o por placer, cerca de treinta países.
Él me hablaba de la necesidad y el amor del aprendizaje, y del porqué una educación formal es importante, e insistía también en la diferencia entre inteligencia y sabiduría. Deseaba ardientemente que yo no me limitara a terminar la escuela secundaria.
—Tú puedes hacerlo —me repetía—. Eres una Burres. Eres inteligente, tienes buena cabeza, y recuérdalo, eres una Burres.
No había manera de que pudiera decepcionarle. Tenía confianza de sobra para acometer cualquier carrera. Finalmente me doctoré, primero en filosofía y luego obtuve un segundo doctorado. Aunque el primero era para papá y el segundo para mí, hubo decididamente un sentimiento de curiosidad y de búsqueda que me facilitó la consecución de ambos.
Él me hablaba de normas y de valores, del desarrollo del carácter y de lo que esto significa en el curso de una vida. Yo escribo y enseño sobre un tema similar. Él hablaba de cómo tomar y evaluar decisiones, de saber cuándo hay que acabar con las pérdidas e irse y cuándo es preciso aferrarse a las decisiones tomadas, incluso frente a la adversidad. Hablaba de conceptos como ser y llegar a ser, y no solamente de tener y conseguir, y yo sigo usando esa frase. Nunca traiciones a tu corazón, decía. Hablaba de instintos viscerales y de cómo diferenciarlos para no venderse emocionalmente; también de cómo evitar que los demás le engañen a uno.
—Escucha siempre a tus instintos —decía—, y no olvides nunca que todas las respuestas que puedas necesitar están dentro de ti. Tómate tiempo para la soledad y el silencio. Mantente en silencio hasta que llegues a encontrar las respuestas dentro de ti y entonces escúchalas. Encuentra algo que te guste hacer y lleva una vida que lo demuestre. Tus objetivos deben provenir de tus valores y entonces tu trabajo irradiará el deseo de tu
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