Gratitud.
Enviado por anaiit • 30 de Noviembre de 2016 • Resumen • 1.971 Palabras (8 Páginas) • 276 Visitas
Gracias Señor, porque cuando te pedimos todo para disfrutar la vida,
Tu nos das la vida para para disfrutar de todo. Gracias Dios! Gracias.
Recuperemos la gratitud, Jesús ¡ mi modelacion
Según la Real Academia, es «sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera»
En el griego del Nuevo Testamento la kharis (gracia) da lugar a la eukharistía (acción de gracias), derivada del verbo eukharistéo(agradecer).
Los antiguos griegos veían en la gratitud eumnemia, buena memoria de los beneficios.
Esa memoria prolonga el goce de los mismos. Además, entre la persona que da y la que recibe se establece una comunión de sentimientos que se entrelazan y enriquecen la personalidad de ambas. Renunciar a tal comunión puede ser indicativo de ruindad moral. En ella caen quienes corresponden al don o el favor recibido con indiferencia o incluso con enemistad. No exageraba Séneca cuando decía que «nuestros más capitales enemigos lo son no sólo después de haber recibido beneficios, sino precisamente por haberlos recibido». ¿Inexplicable?
La gratitud es un signo de nobleza y dignidad. Sin embargo, lo que parece prevalecer en nuestro entorno no es el agradecimiento, sino la ingratitud.
Ejemplo patético de ello lo hallamos en el relato de Lucas sobre los diez leprosos sanados por Jesús (Lc. 17:11-19).
La estadística cristiana de la gratitud lo muestra el pasaje de los 10 leprosos. Solo 1/10
Según la biblia, Lo horrible de la lepra en días del primer siglo. No sólo era repugnante, destructiva e incurable. Era también temible por sus efectos sociales. El leproso debía ser aislado de su familia y del resto de la sociedad, aunque frecuentemente en compañía de otros leprosos. Tan rigurosa era la prohibición de contacto físico para evitar el contagio que, cuando alguien se acercaba al desdichado, éste había de avisar gritando: ¡Inmundo! para que nadie se le acercase. Padecer tan horrorosa enfermedad era prácticamente vivir una prolongada experiencia de muerte, de la que sólo la muerte misma podía librar. Ningún médico humano tenía capacidad para poner fin a tan horrible azote. Pero un día diez de tales leprosos tuvieron un encuentro con Jesús. No se nos dice cómo le reconocieron ni qué conocimiento tenían de él; pero evidentemente sabían que era un Maestro hacedor de maravillosas curaciones. ¿Podría sanarlos a ellos? No se detienen en razonamientos y especulaciones. Sin pérdida de tiempo, claman a él: «Ten misericordia de nosotros». Jesús les dice que vayan a mostrarse a los sacerdotes para que acrediten su curación. Ellos obedecieron y, «mientras iban, fueron limpiados». ¡Sorprendente! Pero más sorprendente aún es el final del acontecimiento. «Uno de ellos (samaritano), viendo que había sido sanado, volvió glorificando a Dios a gran voz y se postró en tierra a los pies de Jesús dándole gracias. Jesús le preguntó: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los otros nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?»
¿Tiene alguna explicación el comportamiento de los nueve? ¿Qué hicieron después de verse sanados? Probablemente, tras la acreditación de su sanidad por algún sacerdote, correr a sus casas respectivas para abrazar a sus seres queridos, lo que en sí habría sido loable. O tal vez empezaron a planear y decidir su nueva vida con posibilidades insospechadas. Volvían a ser ciudadanos normales, por lo que tenían que reorganizar sus actividades sin demora. Pero cualquiera que fuese la explicación, quedaba sin justificación el hecho de no volver inmediatamente al lugar en que se habían encontrado con Jesús para darle las gracias por el maravilloso milagro obrado en ellos. No podía ser más innoble y egoísta su orden de prioridades.
DAR GRACIAS A DIOS NOS MANTIENE EN RELACION CON EL, Y NOS AYUDA A SENTIRNOS BIEN CONSIGO MISMOS.
Obs. que los nueve desagradecidos han tenido multitud de imitadores a lo largo de los siglos. En un momento dado de su vida se han visto sorprendidos por algún beneficio inesperado. Lógicamente, se han alegrado; pero no se han detenido a pensar en la causa de tal experiencia. Muchos la atribuyen a la suerte, a personas, a lugares ect, a la vida misma siendo que la vida es solamente el camino por donde transitamos, y que lo que a lo largo de ella recibimos lo debemos o a circunstancias determinadas o personas, dirigidas por Dios; ¿Por qué esa resistencia a reconocer en Dios y su amor la causa de nuestros momentos felices, la fuente de innumerables bienes?
La gratitud no humilla ni esclaviza a nadie. Lo que nos esclaviza es nuestro orgullo. La gratitud es manifestación de magnanimidad, grandeza de espíritu. Para el cristiano, el deber de la gratitud es claro e indeclinable. Le es impuesto por la Palabra de Dios. El apóstol Pablo exhortaba a los Efesios a vivir gozosamente «dando siempre gracias por todo al Dios y Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Ef. 5:19-20). A los Tesalonicenses les instaba a «dar gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Ts. 5:18). Y a los Colosenses les recuerda, entre otros, ese mismo deber: «Y sed agradecidos» (Col. 3:15). La ausencia de gratitud no sólo afea nuestro carácter. Revela la oscuridad de la mente y el corazón humanos cuando hace oídos sordos a la revelación natural. Pablo traza atinadamente el perfil de los paganos de su tiempo diciendo que, «habiendo conocido a Dios (vv. 19, 20), no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias» (Ro. 1:19-21). Es el retrato del incrédulo de todos los tiempos.
Los textos citados nos muestran que el agradecimiento debe distinguir al cristiano en sus relaciones humanas, pero también -y sobre todo- en su relación con Dios. Es la mejor evidencia de que hemos entendido el significado y el alcance del amor divino, pues, como alguien ha dicho, «la gratitud es una actitud del corazón». «Amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Jn. 4:19).
A lo largo de toda la Escritura, vemos los muchos bienes que Dios nos concede en Cristo, por los cuales debemos estarle agradecidos. Todos fluyen de su gracia (curiosamente gracia -gratia- y gratitud están emparentadas etimológicamente). Y todas corresponden al propósito eterno de Dios de bendecirnos «con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo» (Ef. 1:3).
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