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Amigo Verdadero


Enviado por   •  24 de Febrero de 2013  •  2.488 Palabras (10 Páginas)  •  544 Visitas

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UNRN – Sede Andina

CARRERAS: Licenciatura en Letras – Profesorado en Lengua y Literatura

ASIGNATURA: Introducción a los Estudios Literarios

EQUIPO DOCENTE: Jorge Luis Arcos (Profesor) – Fabián H. Zampini (Auxiliar)

E-MAIL: estudios.literarios.unrn@gmail.com

BLOG: www.estudiosliterariosunrn.wordpress.com

AÑO ACADÉMICO: 2011

Clase N° 12: Harold Bloom, el canon, la angustia de las influencias

Clase elaborada por el Profesor Jorge Luis Arcos

En 1973 se publicó un pequeño librito, The Anxiety of Influence (La angustia de

las influencias), del crítico y profesor de la Universidad de Yale, Harold Bloom;

traducido también, más literalmente, como La ansiedad de las influencias. Bloom,

descendiente de la llamada crítica psicoanalítica, es uno de los últimos críticos que tiene

una fe absoluta (y apasionada) en los valores perdurables y permanentes de la obra

literaria. Su tesis más general es que, a partir de la post ilustración, es decir, a partir del

romanticismo, o comienzo de la época moderna, el poeta comienza a tener conciencia

de la importancia de la prioridad, como síntoma del reconocido tópico de la

originalidad romántica. Bloom cita un pensamiento de Valentín, pensador gnóstico del

siglo II: “Y era una maravilla que estuviesen en el Padre sin reconocerlo”, para aludir a

lo que llama “relaciones intrapoéticas”, es decir, una suerte de nueva historia de la

poesía desde la perspectiva de las relaciones (angustiosas o ansiosas) que establecen los

llamados por él “poetas fuertes” con sus precursores o antecesores.

Por un lado, la profunda conciencia trágica de la mortalidad y, por otro, la

intolerable sospecha de que han llegado de algún modo tarde (“el gran cansancio de

llegar tarde”, escribe), de que todo ya ha sido creado, produce en el poeta fuerte una

angustia que sólo puede resolverse a través del agón (la lucha) que entonces establece

con otros poetas fuertes anteriores (o contemporáneos) para eludir la angustiosa

sensación de sentirse deudor, hijo, discípulo o epígono, o condenado a repetir o

simplemente reproducir o imitar lo ya creado. Es por ello que insiste en que el

verdadero poeta fuerte no soporta la idea de haber sido creado, de ser simplemente hijo,

pues en realidad él quiere crearse a sí mismo, quiere ser de algún modo su propio padre.

Pero esto es radicalmente imposible, por lo que entonces la ilusión de prioridad se logra

a través de una lucha con el precursor; una lucha donde el poeta fuerte realiza lo que

Bloom llama una consciente o inconsciente “interpretación errónea” o “mala lectura” de

su antecesor para, a través de ésta, “desviarse”, esto es, negar (o superar) o completar a

su padre literario. La angustia de las influencias es entonces una exposición de algunas

de las estrategias de desvío o mala lectura, a través de la cuales el crítico describe cómo

los poetas se relacionan agonísticamente entre sí.

En cierto sentido, la teoría de las influencias (que va más allá de la ya conocida

relación de aprendizaje mediante la cual el poeta joven debe necesariamente imitar

determinados modelos en su etapa formativa antes de aventurarse a expresar su propia

singularidad, o de la constatación que realiza la llamada crítica de fuentes, donde se

estudian las variadas y puntuales relaciones de dependencia con determinada tradición)

es la lucha por crearse a sí mismo o, si se quiere, por ser original, es decir, por ser

simbólicamente Dios mismo, como si la índole misma de su percepción no fuera

derivada sino primigenia, no creada sino absolutamente creadora. En cierto sentido, el

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poeta fuerte (o efebo, como también le llama Bloom) quiere sentir que el nacimiento de

su percepción coincide con el primer día adánico o con el propio acto inicial (big bang)

de creación.

Pero, como ya se advertía, lo mismo que el poeta sufre un cataclismo cuando sabe

que es mortal (de lo que deriva Bloom su tesis de que el poeta expresa siempre una

relación antitética con la naturaleza, en la que siempre termina derrotado), siente

también que tiene que superar o derrotar a sus precursores –esa suerte de club de los

poetas muertos–, que es lo mismo que decir ser diferente. Marx decía que la tradición

pesa (o persiste en) sobre la mente de los hombres como una pesadilla. Pero esa

singularidad, la más de las veces, se logra en los poetas fuertes a través de una revisión

o corrección o relectura errónea, mediante la cual, si se tiene la suficiente fuerza, el

poeta aspira a subsumir al precursor dentro de sí.

El caso arquetípico, para Bloom, fue Shakespeare, quien logró subsumir a sus

precursores (Marlowe). Para Bloom, Shakespeare es el centro del canon porque es

superior cognitivamente no sólo a sus precursores sino a todo poeta posterior. A través

de una radical ruptura o a través de un completamiento (ir más allá), o a través, en

excepcionales ejemplos, de una suerte de canibalismo creador, el poeta fuerte tiene la

ilusión de que, como diría Borges en “Kafka y sus precursores”, crea a sus padres y es

el padre de todo poeta futuro. Bloom, a propósito de Shakespeare (a quien dedicó un

imponente libro, Shakespeare, invención de lo humano), expresa que nosotros de algún

modo primordial conocemos a través de Shakespeare, porque Shakespeare nos contiene

a la vez que nos rebasa.

En esta polémica tesis (que presupone a Nietzsche, con relación a la fuerza) radica

el centro de su otro gran libro, El canon occidental, La escuela y los libros de todas las

épocas (primera edición: Nueva York, 1994), donde, a partir de su teoría de la angustia

o ansiedad de las influencias, Bloom trata de argumentar sobre la necesidad o

inevitabilidad del canon, no como algo dado para siempre (porque reconoce su

mutabilidad) sino como un proceso mediante el cual el canon se renueva (se abre)

continuamente a sí mismo. El canon será, pues, en cierto modo, el arte de la relectura

(releemos este libro y no otro; es decir, seleccionamos y excluimos,) o de la memoria.

Tiene, pues, un contenido elegíaco. El canon –nos dice Bloom– existe porque somos

mortales. La eternidad o vastedad de la conciencia, de la percepción, se enfrenta a la

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