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Comentario de Alberto Ruano al artículo de Salomón Kalmanovitz:


Enviado por   •  28 de Junio de 2017  •  Ensayo  •  1.400 Palabras (6 Páginas)  •  187 Visitas

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Comentario de Alberto Ruano al artículo de Salomón Kalmanovitz:

El despertar de la historia

El artículo de Salomón Kalmanovitz “La utilidad de las cuentas nacionales” que me propongo comentar, se centra en el valor de las Cuentas Nacionales como un vehículo de comprensión del pasado histórico colombiano.

Su interés particular recae en el siglo XIX, un tema sustancial en la obra del autor de “Economía y Nación” (1985), “Las Instituciones y el Desarrollo Económico en Colombia” (2001), “La agricultura colombiana en el siglo XX”, más recientemente, la investigación “El PIB de Colombia en el siglo XIX” (en co-autoría con Edwin López). El autor nos presenta los rasgos fundamentales de este último trabajo.

Sería conveniente, entonces, para contextualizar el artículo, explicar qué entendemos por el sistema de contabilidad nacional o Cuentas Nacionales, cuáles son sus aportes fundamentales y sus limitaciones como elemento de comprensión de las realidades económicas y, al fin, restituir su valor en contraste con los períodos históricos a los que el autor se refiere.

Las Cuentas Nacionales representan un registro contable de los hechos considerados más relevantes para la economía de un país y aparecen como un conjunto de estadísticas en la evolución de los indicadores macroeconómicos, sobre el producto, sobre el ingreso general o el ingreso per capita, para lo cual es necesario contar con confiables datos sobre el crecimiento de la población.

Los niveles de ahorro y de inversión que se comprueban durante un período determinado, los registros de las operaciones y transacciones realizadas entre la economía de un país con los otros países del orbe, entre otras mediciones contables, ayudan a establecer un cuadro económico descriptivo - básico y fundamental - tanto para el análisis económico como para la toma de decisiones en políticas públicas.

Sin las Cuentas nacionales, sin el registro minucioso de esos datos estadísticos que nos informan acerca del comportamiento de los indicadores económicos, el análisis de las tendencias del crecimiento, como de igual modo, del impacto de las políticas implementadas para favorecerle - o acaso perjudicarle - quedarían prácticamente “ciegos” y sin fundamento empírico comprobable. Las orientaciones de política económica se resolverían por la pura intuición o el fanatismo de los apegos ideológicos o por el poder de los intereses sectoriales, sin la posibilidad de acudir al argumento sereno y riguroso que ofrecen las cifras, las representaciones numéricas de los “tozudos hechos”, ante los cuales han palidecido algunas de las más brillantes concepciones económicas y han mellado sus dientes en el intento por roer esa impenetrable carcasa del dato, del indicador económico.

A pesar de los denodados esfuerzos de los economistas – o “fisiócratas” como se les llamó en la época de De Quesnay[1] – por cuantificar y medir las actividades y los productos económicos, sólo será después de la Gran Depresión de 1929, que se establecerán las bases de las Cuentas nacionales modernas. Simon Kuznets, apodado “el padre del PIB”, desarrolló, aplicada a la economía estadounidense, la metodología de la contabilidad de los datos macroeconómicos en su reporte “Ingreso Nacional, 1929-32”[2] que le valiera en 1971 el premio Nobel de Economía y la cual serviría de base para la extensión del método contable, prácticamente, a escala planetaria luego de concluida la segunda guerra mundial.

El Producto Interno Bruto – PIB – pasó a ser uno de los indicadores del crecimiento económico más importantes en los diversos países y, de hecho, su ponderación ha sido muy útil para la recuperación de las economías del occidente europeo y de los Estados Unidos y Japón, después de 1945. No obstante ello, y del valor que ha adquirido como instrumento de medición del crecimiento económico de las naciones, también presenta varias limitaciones que son blanco de críticas a la hora de considerar las consecuencias del crecimiento económico sobre el aumento o disminución del nivel de bienestar y desarrollo integral en cada sociedad.

Existen varios métodos para la medición del PIB, por la oferta agregada o método del gasto, por el método del ingreso (tal como postula Kalmanovitz en su artículo para calcular el producto en el siglo XIX, siguiendo a Paul Bairoch) y por la oferta agregada o valor agregado; pero ninguno de los métodos se sustrae a ciertas limitaciones que podríamos sintetizar en los siguientes reparos:

  • El PIB al ser una medición cuantitativa del crecimiento logrado a través de valoraciones estadísticas macroeconómicas, no lograr discernir problemas en la distribución del ingreso, valer decir, puede enmascarar grandes disparidades y desequilibrios entre los sectores más ricos y pobres de la sociedad. El PIB per capita, obtenido a partir de la división del producto por el número de habitantes, representa una mera posibilidad – bastante abstracta por lo demás – de una distribución equilibrada del ingreso entre todos los habitantes de un país.
  • El PIB, al contabilizar como crecimiento económico el conjunto de bienes y servicios finales producidos por una economía en un determinado período no considera las llamadas externalidades – que pueden ser positivas o negativas – sobre el conjunto de la economía. En particular el impacto sobre los recursos naturales de cierto tipo de crecimiento que puede resultar depredador sobre los recursos no renovables o que puede resultar de altos costos ambientales, embargando con ello las posibilidades de desarrollo económico sostenible hacia el futuro, no serán considerados por la contabilización registrada en el PIB.

A solicitud del presidente francés, Nicolas Sarkozy, el premio Nobel de economía 2001, Joseph Stiglitz expresó su concepto sobre la vigencia actual del PIB como indicador del crecimiento en la riqueza de las naciones:

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