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Contigo Ni A La Esquina


Enviado por   •  13 de Octubre de 2011  •  1.787 Palabras (8 Páginas)  •  580 Visitas

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Contigo ni a la esquina

Me habían enviado a esa tienda donde vendían ropa de mujer para diversas edades y varias calidades. Había ropa muy moderna y otra algo más conservadora para las damas más serias, diría yo. Siempre pensé que una tienda de ropa de diseñador o de exclusivas, una “boutique”, debió ser mi destino, pues de buen vestir yo sí sé, pero eso no me correspondía a mí decidirlo. No me sentiría muy a gusto en ese lugar; pensaba, pero una vez allí, todo cambió.

Mi primer día en la tienda fue el día en que quedé prendado de ella. “Amor a primera vista” es el “cliché” que describe exactamente el momento en que la obsesión por su escultural figura, su elegancia y clase se apoderaron irremediablemente de mí. Iba a menudo a la tienda y deseaba ser yo en quien se fijara, mas siempre la atajaba Jenny, la linda pelirroja de diecinueve años que vestía con el último grito de la moda y mira que daban ganas de gritar la ropita que usaba “la Jenny”. Dejaba muy poco a la imaginación. Tenía un buen cuerpo, no puedo negarlo. Realmente cualquier cosa que usara luciría bien en ella, pero no era necesariamente mi área de “expertise”. Siempre pensé que estas muchachas de la moda actual se visten con retazos y colorines, ropas rotas y gaseadas y una mezcla de diferentes estilos que no se definen. Además no tenía la clase que tenía Lucía. Le aconsejaba Jenny algunas cositas que no le quedaban mal. Lucía es una mujer tan hermosa que hace ver bien la ropa que se pone, pero creo que no era recomendable que utilizara ropa de “teenagers”, no a su edad. No era una vieja, pero tampoco una chamaquita. Yo deseaba mostrarle algo más acorde con ella, que se diera cuenta de que con su porte y nivel de elegancia, no era necesario tratar de verse como una jovencita de veinte para ser atractiva. Yo voto por la elegancia sobre la sensualidad o el desorden.

Así pasaban los días y las semanas y yo desesperaba cada vez que llegaba Lucía y no pasaba tan siquiera por el área que me habían asignado. Cierto día, luego de re-acomodar la tienda para que la gente no se cansara de lo mismo, mi posición pasó a ser una más ventajosa, pues quedaba más cerca de la sección de ropa moderna, justo haciendo esquina con el único vestidor de la tienda. Un casi armario de “gipsum board” con una cortina por puerta y un espejo en la pared del fondo que todas las clientas usaban y frente al cual se formaban filas interminables los días de cobro, fines de semana y días de barata. Esos eran los días que Lucía evadía. Le gustaba pasearse tranquila por la tienda semi-vacía y medirse infinidad de piezas antes de comprar las diminutas faldas, livianísimas blusitas y mocroscópicas braguitas que acostumbraba a usar. Un jueves en la mañana, recién abre la tienda, escucho su voz acercarse y preguntar por Jenny, quien por suerte, estaba libre ese día. Estuvo Lucía paseando su figura por toda la tienda como si fuera su dueña. Su expresión facial era la de una niña pequeña en el interior de una castillo de Disneylandia. Visitó otras secciones que antes ni miraba y esperaba yo silente que se me acercara, pero cuando lo hizo fue solo para pasar de largo frente a mí, rozándome descuidada con su cadera, impregnándome de su delicioso aroma a mujer elegante, de camino al vestidor para probarse algunas piezas que había hallado en el estante de los mahones. Llevaba varias piezas en las manos, las cuales mostró a las empleadas, que estaban reunidas frente al mostrador de caja, pues no habían más clientas y a ella ya la conocían, por lo cual le hicieron señas de que entrara en confianza al vestidor.

Una vez allí, viví uno de los momentos más excitantes de mi vida. Lucía, en su distracción y su confianza dejó un poco abierta la cortina de vestidor, por donde yo podía ver sin obstáculo alguno su interior, pudiendo contemplar directamente sus espaldas y, a través del reflejo del espejo, el hermoso resto de ella. Comenzó por quitar lenta y delicadamente su blusita y luego su pequeña falda, descubriendo para mí lo poco que había quedado a mi imaginación. Soltó luego su sostén, dejando ver un firme y juvenil busto nunca tocado por rayo de sol alguno, que saltaba alegre e inocente a cada movimiento de ella, tal como lo hubiese imaginado. Finalmente, su “pantaleta” cayó al suelo, de donde la recogió, permitiéndome percatarme de sus más íntimos secretos. Yo me quería morir, allí inmóvil, casi sin respiración. Ella procedió a ponerse otras braguitas que había traído entre los pantalones y faldas de mahón que había seleccionado. Dos, tres, cuatro braguitas, una encima de la otra y luego las cubrió con su inmensa pantaleta de vieja. Lucía era una ladrona, pero no me importaba, yo solo pensaba en cuánto me hubiese gustado cubrir esa desnudez de su torso con flores mías y recorrer la piel de su espalda desde la nuca hasta el lugar donde pierde su nombre. Se midió algunas falditas cortas, un par de mahones largos y finalmente

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