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Deshabitados


Enviado por   •  1 de Junio de 2014  •  1.289 Palabras (6 Páginas)  •  337 Visitas

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Cuando aquello que las gentes llaman “ser adulto” sirve únicamente para frenar los caballos indomables que pugnan por emerjer de nuestro interior, la única respuesta sensata consiste en ejercer nuestra juventud en medio de las obligaciones. Tristán Marof lo dice de una manera más bella: “La madurez y la llamada experiencia no sirven en resumidas cuentas sino para frenar los impulsos y los heroísmos de la sangre. Lo admisible es permanecer joven en la edad madura”. Pero son pocos los que permanecen jóvenes aún cuando la etapa de vida que atraviesan podría calificarse de “adulta”. La adultez suele resguardarse bajo las faldas de “la responsabilidad” y puede ser lo mismo una palabra vacía como un eufemismo. Me pregunto ¿cuántas vidas se quedan postergadas año tras año en los sótanos de la existencia luego de que un día sus dueños prefirieron quedarse con la sensación metálica que les aportaba el ser responsables, evitando así los desafíos que se abrían hacia una irresistible experimentación consigo mismos? Digo todo esto porque cuando escucho el nombre de Marcelo Quiroga se me viene a la mente la imagen de un hombre maduro, que en la persecución de sus ideales supo vivir con cierta irresponsabilidad juvenil. Chispazos, sólo chispazos, pero miren que marcó una diferencia. Hoy es fácil escribí sobre él y deshacerse en elogios. Aquí nos interesa hablar de un concepto que dejó en germen.

Cuando uno habla de Marcelo Quiroga no puede evitar referirse a la parálisis y la inmovilidad de la llamada "clase media". Un amigo orureño me decía una tarde: “si tuviera tiempo, si no trabajara hasta las 9 de la noche, me gustaría dedicarme a hablar sobre estos temas del pensamiento y a filosofar. ¡Pero quién diablos tiene tiempo para eso!”. Vaya uno a saber lo que significaba filosofar hasta ese día para mi camarada. El chiste de la filosofía consiste en que hace pensar por algo que lo provoca, que lo urge: problemas, situaciones de vida, encrucijadas, conflictos, ya sea a nivel de individuos o de grupos, y que cortan transversalmente a una sociedad… Si todo estuviera arreglado cerraríamos todos la tienda y nos vamos.... Tomás Abraham decía en su visita a La Paz que el filósofo es, desde siempre un animal de polis piensa los problemas de su época. Nuestra bella ciudad de La Paz, por ejemplo, plantea sus propias coordenadas de pensamiento, engendra sus monstruos, invoca la necesidad de creación de ciertos conceptos e ideas que le corresponden. No es lo mismo pensar dentro de un volcán –mirando por la ventana aquellas casitas construidas hasta en la punta de los cerros–, que hacerlo en las pampas cruceñas, con ese calor húmedo, con esa planicie que nunca se acaba y el ancho firmamento que se extiende paralelo hacia el infinito.

En Los deshabitados 1959 –a la postre la única novela que Marcelo Quiroga publicaría– queda implícita una invitación para que la idea general desemboque en la creación de un concepto. Marcelo no explicita la figura del deshabitado como concepto ni como personaje conceptual. No tiene necesidad de ello. Esa es tarea nuestra. Lo que sí tenemos es la constancia de una entrevista posterior donde esboza una definición: “los deshabitados son seres que viven con un sentimiento de soledad, con cierta angustia metafísica, y acentuando esa tortura en ellos el hecho de que se hallan incomunicados”.

Habría que comenzar por las distinciones de rigor: deshabitado no quiere decir vacío. Al contrario de lo que se podría pensar, deshabitado no es algo que se pueda decir solamente de un pueblo o de una casa, sino también de un cuerpo, una cabeza, un corazón, un estómago, y hasta de una toma en cine, por ejemplo, cuando se habla de “un plano deshabitado”. Muy influenciado por la literatura francesa y en general por el clima que dejó la posguerra, la cual hizo

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