Dialogo En El Infierno
Enviado por Jayme • 28 de Agosto de 2012 • 66.946 Palabras (268 Páginas) • 722 Visitas
Diálogo en el Infierno entre
Maquiavelo
(1469-1527)
y
Montesquieu
(1689-1755)
Maurice Joly
Prefacio de
Jean-Francois Revel
Traducido del francés por
Matilde Horne
El autor de Diálogo en el Infierno, Maurice Joly, (Los elementos de este prefacio fueron tomados del extraordinario libro de Henri Rollin, El Apocalipsis de nuestro Tiempo. Valdría la pena reeditar esta obra, destruida por los alemanes en 1940), abogado ante los Tribunales de París, vivió una existencia difícil y oscura. Típico rebelde (se fugó de cinco colegios en su juventud), puso sus dotes brillantes al servicio de la libertad y de sus antipatías. Opositor bajo todos los regímenes, tuvo un sinnúmero de enemigos y algunos admiradores. Revelan sus escritos que conocía tan bien el arte de encumbrarse (consagró a tema un curioso líbelo) como el de gobernar (los Diálogos lo atestiguan). Sin Embargo, empleó su saber con el solo objeto de atacar a quienes aplicaban para su beneficio personal las técnicas del éxito. Su palabra mordaz eligió sucesivamente como blanco a Napoleón III, Víctor Hugo, Gambetta , Jules Grévy, en quienes apenas hizo mella. Pobre, enfermo y acabado, el 17 de julio de 1887 se descerrajó una bala de revolver en la cabeza. Abierto sobre su escritorio hallaron un ejemplar de los Hambrientos, libro que publicara dos años antes.
Nacido en Lons-le-Saunier en 1829, de padre que fuera consejero general del Jura y de madre italiana, debió, para poder terminar sus estudios, trabajar durante siete años como empleado subalterno en un ministerio, luego de pasante en la Escuela Superior de Comercio. Inscrito en 1859 en el Colegio de Abogados, fue secretario de Jules Grévi, con quien no tardó en reñir.
Su primer libro, Le Barreau de París, études politiques et litteraires, consiste en una galería de retratos de abogados cáusticos e inclementes ; el segundo, Cesar, es un vigoroso ataque a Napoleón III. En 1864 publica en Bruselas, sin nombre de autor, el Diálogo en el Infierno. El libro fue introducido en Francia de contrabando, en varias partidas; pero como algunos de los contrabandistas pertenecían a la policía, esta sin gran esfuerzo – unas cincuenta pesquisas simultaneas – logró incautarse de toda la edición y desenmascarar al autor. Maurice Joly fue arrestado. La instrucción del proceso le costó seis meses de prisión preventiva, Condenado, la instancia de apelación y el recurso de casación demoraron otros dieciocho meses, durante los cuales permaneció recluido en Sainte-Pélagie. Quedó en libertad en mayo de 1867, pero sus conflictos con la justicia crearon el vació a su alrededor. Los defensores del Imperio lo atacaban; para los republicanos, lejos de ser un mártir glorioso, constituía un estorbo. Como si deseara agravar su situación y sumirse en una soledad huraña y taciturna, en sus Recherches sur l’art de parvenir ataca con inusitada violencia a sus contemporáneos más ilustres. La respuesta de ese mundo que detestaba fue el silencio.
También culmina en fracaso una nueva tentativa que hace bajo el Imperio. Funda un periódico jurídico, Le Palais, que desaparece después del duelo que Joly sostiene con su principal colaborador, Edouard Lajarriere.
Juzga con severidad a los hombres del 4 de septiembre: en vano solicita de Jules Grévy un empleo en la Jura. El 31 de octubre de 1870 se unía a los miembros de la resistencia a ultranza – Flourens, Delescluze, Blanqui – los que invadieron el Ayuntamiento. Al parlamentar con Jules Favre, reprocha a este sus proyectos de armisticio, conducentes a la capitulación. Un mes más tarde, este “republicano del Imperio” era arrestado. Puesto en libertad provisional, fue luego absuelto por el Consejo de Guerra, el 9 de marzo de 1871.
Joly no tuvo ninguna participación en la Comuna. Actuó siempre por puro patriotismo; y en su autobiografía, que redactó durante su detención en la prefectura, se declaraba “social” y “revolucionario”, pero rechazaba “indómita y netamente, sin rodeos” el comunismo.
La República pudo proporcionar a este heterodoxo inveterado una oportunidad de desquite. En 1872 los hermanos Péreire le ofrecieron un puesto de jerarquía en su periódico La Liberté. Empero, algunos años más tarde, las circunstancias volvieron a convertir a Joly en el combatiente solitario de una batalla sin esperanzas. En medio de la crisis provocada por la disolución del Parlamento, en el momento en que los adversarios de MacMahon sostenían la candidatura de Jules Grévy a la presidencia, Joly hizo fijar en los muros de la ciudad proclamas donde atacaban con violencia a su antiguo empleador quien, afirmaba, le «había hecho todo el mal que un hombre puede hacer a otro sin matarlo». La prensa oportunista lanzó rayos y centellas. Le Temps, Gambetta, Edmond About, Sarcey fulminaron « la abominable maniobra » de esos « insolentes falsarios ». Maurice Joly envió a sus padrinos a About y Sarcey y al mismo tiempo empezó ante el Tribunal Correccional a diez periódicos por difamación, injurias públicas y por rehusarse a publicar comunicados. Él mismo presentó su defensa y desplegó su facundia contra Gambetta y sus amigos. Salvo dos, todos los periódicos que emplazara fueron condenados. Fue su postrer victoria.
Pocos meses después. Maurice Joly se declaraba vencido.
Tal vez sus obras hubieran sido definitivamente olvidadas, pese a sus descollantes méritos, si un ejemplar del Diálogo en el Infierno, que escapara a la policía de Napoleón III, no hubiese caído en manos del falsario redactor de los Protocolos de los Sabios de Sión, donde se exponen los presuntos planes secretos de dominación mundial, concebidos por los dirigentes de la Alianza Israelita Internacional.
Publicados incidentalmente en ruso, los Protocolos fueron traducidos y difundidos en todos los países del mundo en 1920. Al año siguiente, una sucesión de extraordinarias casualidades puso la superchería al descubierto. Fue Graves, corresponsal del Times en Constantinopla, quien se percató de la similitud que existía entre el documento ruso, publicado por Nilus y Boutmi, y el Diálogo de Joly, entre los supuestos Protocolos de los Sabios de Sión y el líbelo del abogado parisiense contra el sobrino del gran emperador.
Graves contaba entre sus amistades a un emigrado ruso. Este había comprado a un antiguo funcionario de la Ocrana, también refugiado en Constantinopla, un lote de libros viejos. Entre ellos descubrió, con sorpresa, un pequeño
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