EL CAMINO DE LA SERVIDUMBRE
Enviado por juan_augus • 4 de Julio de 2012 • 4.888 Palabras (20 Páginas) • 651 Visitas
Resumen de libros
EL CAMINO DE LA SERVIDUMBRE
Capítulo I
El Camino Abandonado
Desde por lo menos 25 años antes de que el espectro del totalitarismo se convirtiera en una amenaza real, nos hemos estado alejando de las ideas básicas que han servido de fundamento a la civilización occidental. Hemos ido renunciando progresivamente a la libertad en los asuntos económicos. Sin embargo, sin esa libertad en los asuntos económicos, la libertad política y personal nunca ha existido en el pasado. Aunque hemos sido advertidos por los más grandes pensadores políticos del siglo XIX como De Tocqueville y Lord Acton, de que el socialismo significa esclavitud, nos hemos estado moviendo precisamente en la dirección del socialismo.
Nos hemos estado alejando rápidamente no sólo de las ideas de Adam Smith y Hume, sino de las de Locke y Milton, y hasta de las características básicas de la civilización occidental establecidas por el cristianismo y la filosofía de los griegos y los romanos. Se ha estado abandonando progresivamente el individualismo básico de Erasmo y Montaigne, de Cicerón y Tácito, de Pericles y Tucídides. El individualismo se ha convertido en una mala palabra, y se ha querido hacer sinónimo de mezquindad y de egoísmo. Esto es completamente erróneo. El individualismo es el opuesto del socialismo, el fascismo y las demás formas de colectivismo. Los rasgos esenciales del individualismo se han derivado de elementos cristianos y de la filosofía de la antigüedad clásica que se cristalizaron por primera vez en el Renacimiento, y que se siguieron desarrollando en lo que conocemos hoy como la civilización occidental (2).
La progresiva transformación de un rígido sistema jerárquico en otro sistema en donde los hombres pudieran intentar escoger su propio camino y donde hubiera la posibilidad de escoger entre diversas formas de vida, se encuentra íntimamente relacionado con el desarrollo del comercio. Una nueva perspectiva de la vida fue extendiéndose junto con el comercio desde las ciudades comerciales del norte de Italia hacia el norte y el oeste, a través de Francia y del suroeste de Alemania hasta Holanda y las islas británicas, echando profundas raíces dondequiera que no hubiera algún despotismo que pudiera asfixiarla.
Fue en Holanda y en Inglaterra donde el comercio pudo desarrollarse mejor y convertirse en el fundamento de la vida política y social de esos países. Y fue de ahí que, a fines de los siglos XVII y XVIII comenzó de nuevo a extenderse, en una forma más desarrollada, hacia el este y el oeste, hacia el Nuevo Mundo y el centro de Europa, donde la opresión política y guerras devastadoras habían asfixiado los tempranos inicios de un desarrollo similar.
Durante todo este período moderno de la historia de Europa, la dirección general del desarrollo social había sido hacia la liberación del individuo de las tradiciones culturales que lo mantenían limitado en sus actividades ordinarias. La consciencia de que los esfuerzos espontáneos de los individuos eran capaces de producir un orden complejo de actividades económicas, como era el mercado, sólo pudo producirse después que ese desarrollo hubo hecho algún progreso. La subsiguiente elaboración de una argumentación coherente a favor de la libertad económica fue el resultado del libre crecimiento de esa actividad económica que, a su vez, había sido el resultado, espontáneo e imprevisto, de la libertad política.
Quizás si el mayor resultado del desencadenamiento de las energías individuales fue el maravilloso crecimiento de la ciencia que siguió la marcha de la libertad individual de Italia a Inglaterra, y más allá. Por supuesto que en otras épocas la capacidad de invención no había sido menor. Sin embargo, en otras épocas, los intentos de extender el uso de las invenciones mecánicas había sido rápidamente suprimido y el anhelo de conocimiento había sido sofocado. La concepción dominante en la mayoría se utilizaba como justificación para rechazar al innovador individual. Sólo desde que la libertad industrial abrió el camino para explorar nuevos conocimientos, sólo cuando todo pudo ensayarse -si se podía encontrar a alguien que lo respaldara a su propio riesgo- fue que la ciencia comenzó a avanzar con pasos de gigante.
Lo que el siglo XIX añadió al individualismo del período precedente fue la consciencia de la libertad, el desarrollo sistemático de lo que había ido creciendo de manera espontánea, y extender esas ideas de Inglaterra y Holanda al resto de Europa.
Los resultados de este crecimiento superaron todas las expectativas. Dondequiera que se eliminaron las barreras al libre ejercicio del ingenio humano, el hombre pudo satisfacer un diapasón cada vez más amplio de sus necesidades (3). Y aunque el aumento del nivel de vida llevó a descubrir rápidamente aspectos tenebrosos de la sociedad, aspectos que la gente ya no estaba dispuesta a tolerar, el progreso llegó a todos los estratos de la sociedad. Lógicamente, el éxito desarrolló la ambición. Pronto, lo que había sido una deslumbradora promesa dejó de parecer suficiente. Se percibió el ritmo del progreso como muy lento, y los mismos principios que habían hecho posible ese progreso comenzaron a percibirse como obstáculos para un progreso todavía más rápido.
Los principios básicos del liberalismo no se oponen en lo más mínimo al cambio. El principio fundamental del liberalismo: que para el ordenamiento de nuestros asuntos debemos hacer tanto uso como sea posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad, y recurrir tan poco como sea posible a la coerción, es capaz de infinitas variaciones. Y, por supuesto, también ha progresado nuestra comprensión de las fuerzas sociales y de las condiciones más favorables para que esos principios funcionen de la mejor manera posible.
En realidad, la pérdida de popularidad del liberalismo se explica, en cierta medida, por su propio éxito. Ha venido a ser considerado un credo "negativo" porque no puede ofrecerle a los individuos otra cosa que una participación en el progreso general. Sin embargo, ya no se reconoce que ese progreso ha sido precisamente el resultado de la política liberal de libertad. Todo lo contrario, los hombres se han acostumbrado tanto a su nueva prosperidad que ahora las desigualdades les parecen insoportables e injustificadas. Ahora, la gran pregunta no es por qué algunos llegan a la riqueza, sino por qué no todos somos ricos.
En este cambio de perspectiva ha jugado un papel decisivo la transferencia acrítica al terreno social de los hábitos intelectuales engendrados por los hábitos del ingeniero. Desde hace tiempo se pretende desplazar los anónimos e impersonales mecanismos del mercado por la dirección "consciente" de todas las fuerza sociales para poder
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