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EXISTENCIALISMO DEL VODKA


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2016  •  Tutorial  •  1.776 Palabras (8 Páginas)  •  287 Visitas

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EXISTENCIALISMO DEL VODKA

No estaba confundido, pero quizás sí  algo ebrio. No sabía si era el sueño o el Tequila, pero mis parpados se cerraban, lo único que lo impedía era esa loca idea de qué si me dormía, ella desaparecería de mi vida. Es cómo si dormir esa noche significara perderla.

Así que salí de mi cuarto. Pasé la mano por mi cara y la sentí  adormecida. Mi rostro es pequeño, siempre ha sido un breve recorrido para mis dedos, esta vez parecía haber sido delineado en sus rasgos. Es una peculiar manera en que me doy cuenta de cuanto alcohol he bebido, por lo general, sobrio nunca logro percibir dónde terminan mis parpados y comienza la base de mi nariz.

 La calle era  tan amplia cómo su abandono nocturno. Desconfié de mi alrededor, temía que algún otro noctivago me quitara los últimos pesos  que llevaba en el bolsillo para comprar alcohol. Era algo peculiar, al  principio nunca tuve la idea de beber ese día, fueron las cosas que pasaron, fue ella y su visita tétrica. Lo que me indujo a hacerlo.

Caminé en la calle, era recta; yo tambaleaba, una calle completamente dormida en cuyos extremos los autos  estaban pintados de abandono, de viento, de noche . Me sentí arrojado a la realidad, con la sensación de que a cada paso, estaba más cerca de encontrarme, como si encontrarme fuera una cuestión posible o cómo si yo, siendo parte de ese gran todo, con unas copas encima fuera tan capaz para realizarlo.  Cuando llegué a la esquina  ya me era imposible mantenerme en un sólo sitio. Tuve la sensación de ya no poder regresar, o aún más, de que si lo hiciera lo haría arrastrándome.  Llegué a la Vinatería, decía Reyes en la parte de arriba con letras azules y estaba pintada de color blanco. Toqué con una moneda de cinco pesos la reja. Mientras esperaba observé con atención la gran gama de licores ahí postrados. Tenía la intención de comprar un Ron cualquiera, pero me seducía de gran manera una botella más propia de mi economía y de mi intención de embriagarme. Era un  Vodka de 750 ml, de envoltura azul como las letras del negocio. El encargado apareció de pronto rompiendo mis cavilaciones. Le indiqué la botella, no faltó siquiera pronunciar palabra en ello, él de una forma automática se dirigió a tomarla del estante. Y yo a sacar las monedas.

Tuve la certeza de que estaba completamente ebrio. Sujeté la reja con ambas manos, pero no podía disimular mi desequilibrio. Le di el dinero y él me dijo de forma sarcástica: Larga noche ¿no?, Amigo. Yo asentí con la cabeza, pero el comentario se me hizo despectivo. Aguardé unos segundos a que se dirigiera al lugar de dónde salió y cuando lo ví volverse de espaldas, aproveché para soltar la reja y emprender mi partida. Temía estar tan ebrio como para poder caminar, pero lo hice, mi pie derecho a veces se adelantaba, otras veces era el izquierdo o simplemente mi visión me timaba haciéndome dar breves o largos pasos sin saber cuantos, ni como, si eran continúos o esporádicos, pero lo que sí sabía, es que en cuanto  intentaba normalizarme, una fuerza extraña me jalaba hacía el suelo. Regresé en silenció, ni siquiera intenté hacer ruido con el pensamiento en la calle, era tal mi desequilibrio que de haberlo hecho esa fuerza me habría llevado de trastabillar a caer. Mi cuarto me esperaba en sombras, prendí la luz al entrar; al fondo, mi lámpara de lectura estaba cerca de mi cama. Fui a ella y la encendí, después regresé y apagué la luz principal. Todo quedó a media luz. Temblando. En un abismo de figuras oscuras que se convulsionaban espantosamente.  Serví un  buen tanto de Vodka en un vaso con repugnante olor a tequila y pensé en ella. Había venido en la tarde, después de mi hora de lectura, como a las seis, traía puesto ese pantalón negro; roto de la pantorrilla derecha, con bolsas a los lados y una camiseta obscura, casí de la misma manera que cuando nos conocimos. Se había sentado frente a mí, en esa misma mesa. Miró la cama, siempre miraba la cama. Me dijo que se sentía bien, pero que necesitaba tomar algo, fue entonces que abrí la botella de Tequila y le serví un vaso. Ella lo bebió y pidió más. Yo no pude negárselo y comencé a beber también, sentí que se avecinaba algo grande.

De ella siempre me gusto su cabello oscuro y ondulado, tenía cierta simetría con sus ojos grandes y su labios carnosos. Era más baja que yo, siempre eran más bajas que yo. La había conocido hacía un par de meses, no debería importarme tanto, pero de alguna manera ella había tocado lo que otras no, en mí. Me gustaba besarla y me satisfacía en la cama. No soy católico, no creo en la idea del matrimonio, pero se lo hubiera  propuesto si no pensáramos en él como una forma sutil de dominación. Ella era recién egresada de la Universidad, y yo aún estudiante de Filosofía, lo resentía mucho por que pensaba que sabía más.

Después de tres vasos, me miró detenidamente y dijo:

  •  Al, ¿crees qué siempre hemos sido, en el mundo?  Tú sabes, una y otra vez. - Guardó silencio, miraba la mesa.
  • Sí –Contesté.  Pudo ser.

Entonces agregó.

  •   Al,  es que siento que nadie ha importado, ni importa. Antes,  ahora, después. Míranos, seguimos intentando vivir, y a medida que lo hacemos tenemos menos razón para creerlo.  

Guardé silencio a la fuerza. Sentí que me hablaba de la fenomenología, de lo real,  de ser en sí, del para sí. Y a la vez de la nada, una nada propia que tenía mucho que ver con nosotros. Ella terminó su vaso y pidió que sirviera más. Yo bebía menos. Me levanté de la silla y lo hice.  Después tuve que preguntar:

  • ¿Qué te molesta?  - lo dije y no pude evitar sonreír.
  • Risita malvada -dijo y agregó.  Tienes una risita malvada, vives así Al, como sacado de un manual de Heidegger, eyectado,  pero a ti.  Yo soy una sentimental, tengo ganas de llorar y de creer en el amor. Tengo ganas de sentir y de tener una familia. Deseo codiciar y celar. Quiero sufrir engaños. Quiero, no,  necesito verte mío. Totalmente idiota  como todos. De mi propiedad, de tu propiedad.

Se quedó en silencio. Yo pasé mi mano en su cabello. Miré sus ojos por qué había levantado ligeramente su rostro con esa intención. Y la convertí en la mujer de otro, en la vecina, en la desconocida que pasea en el parque un domingo. Me volví indiferente a  sus sentimientos. Era la primera mujer librepensadora que abandonaba su libertad feminista para volver al claustro de una vida común y corriente de ama  de casa. Sentí pena por ella. Pensé que después de tomar un par de vasos con tequila, podría decirle algo. Ella muda y absorta bebía lentamente. Después de terminar el tercero; con certeza intuí que la amaba, y que no podría decirle nada. Que sería estúpido decirle que aunque no creía en el amor, por ella podría intentarlo. Ya bastante era con sentir  esa debilidad. Seguimos en silencio. Me serví el cuarto vaso y noté que habíamos bebido la mitad de la botella.

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