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Educar Los Sentiminetos


Enviado por   •  4 de Junio de 2014  •  44.051 Palabras (177 Páginas)  •  279 Visitas

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Educar Los Sentimientos

ALFONSO AGUILÓ PASTRANA

INTRODUCCIÓN

PARTE PRIMERA: AUTOCONOCIMIENTO Y AUTODOMINIO

v Capítulo 1: Conocerse a uno mismo

v Capítulo 2: Controlar los propios sentimientos

PARTE SEGUNDA: MOTIVAR Y MOTIVARSE

v Capítulo 3: Aprender a motivarse

v Capítulo 4: Reconocer los sentimientos de los demás

PARTE TERCERA: LA POSIBILIDAD DE CAMBIAR

v Capítulo 5: Modelar nuestro estilo sentimental

v Capítulo 6: El temperamento no es un destino inexorable

v Capítulo 7: El desarrollo emocional

v Capítulo 8: Sentimientos y carácter

GUÍA DE TRABAJO INDIVIDUAL

ALFONSO AGUILÓ PASTRANA

Ha tenido relación durante más de quince años con la formación de gente joven en diversos trabajos de carácter educativo y docente. Es autor de numerosas publicaciones, entre las que se cuentan seis libros en esta Colección y más de un centenar de artículos. Desde 1991 es Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación (IEEE).

Resulta patente que muchas personas con un alto coeficiente intelectual (CI), pero con escasas aptitudes emocionales, se manejan en la vida mucho peor que otras de modesto CI pero que han sabido educar bien sus sentimientos. Parece claro que un elevado CI no constituye, por sí solo, una garantía de éxito profesional, y mucho menos de una vida acertada y feliz.

La educación de los sentimientos comprende habilidades como el conocimiento propio, el autocontrol y equilibrio emocional, la capacidad de motivarse a uno mismo y a otros, el talento social, el optimismo, la constancia, la capacidad para reconocer y comprender los sentimientos de los demás, etc.

Las personas que gozan de una buena educación afectiva son personas que suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces y hacen rendir mucho mejor su talento natural. Quienes, por el contrario, no logran dominar bien su vida emocional, se debaten en constantes luchas internas que socavan su capacidad de pensar, de trabajar y de relacionarse con los demás.

Como es lógico, no se trata de sustituir la razón por los sentimientos, ni tampoco lo contrario. Se trata de descubrir el modo inteligente de armonizar mente y corazón, razón y sentimientos. El gran logro de la educación afectiva es conseguir, en lo posible, unir el querer y el deber, porque así se alcanza siempre un grado de felicidad –y de libertad– mucho mayor.

INTRODUCCIÓN

v El ocaso del CI

v Llegar a tiempo

v La información no es suficiente

v Disfrutar haciendo el bien

v Educar los sentimientos

El ocaso del CI

Fue por los años de la Primera Guerra Mundial cuando Lewis Terman inventó los famosos tests de inteligencia para determinar el coeficiente intelectual (CI). Aquel incansable investigador de la Universidad de Stanford logró en pocos años clasificar a dos millones de norteamericanos mediante la primera aplicación masiva de esos tests, y el éxito fue tan arrollador que en poco tiempo el CI pasó a ser considerado universalmente como el principal indicador del talento personal.

Lo malo es que la idea de que la inteligencia es un dato de partida invariable en nuestra vida ha impregnado durante décadas a toda la sociedad occidental: nacemos más o menos inteligentes, según nuestro CI, y eso es algo que ya nunca podrá cambiar.

Por suerte, todo aquello entró en crisis hace ya años, sobre todo después de que Howard Gardner publicara su libro Frames of Mind, en el que proponía una nueva visión de la inteligencia como una capacidad múltiple: no hay propiamente un único tipo de inteligencia, esencial para el éxito en la vida, sino un amplio abanico de capacidades intelectuales, que Gardner agrupó en siete inteligencias básicas: lingüística o verbal, lógico-matemática, musical, espacial, de coordinación o destreza corporal, interpersonal o social, e intrapersonal.

A su vez, un número cada vez mayor de especialistas ha llegado en los últimos años a conclusiones similares, coincidiendo en que el viejo concepto del CI abarca sólo una estrecha franja de habilidades lingüísticas y matemáticas, por lo que tener un elevado CI puede predecir tal vez quién va a tener éxito académico (tal como suele evaluarse hoy en nuestro sistema educativo), pero no mucho más.

Resulta patente, por ejemplo, que muchas personas con un alto CI pero escasas aptitudes emocionales se manejan en la vida mucho peor que otras de modesto CI pero que han sabido desarrollar otras aptitudes. Parece claro que un elevado CI no constituye, por sí solo, una garantía de éxito profesional, y mucho menos de una vida acertada y feliz.

—Sin embargo, nuestra cultura insiste denodadamente en el desarrollo de las habilidades académicas.

Sí, y aunque aquel modelo esté en crisis desde hace años, hay todavía una gran inercia social que prestigia en exceso el CI en detrimento de otras capacidades que luego se demuestran más importantes. En este libro nos centraremos en un conjunto de ellas que tienen una importancia decisiva: las relativas a la educación de los sentimientos, que comprenden habilidades como el conocimiento propio, el autocontrol y el equilibrio emocional, la capacidad de motivarse a uno mismo y a otros, el talento social, el optimismo, la constancia, la capacidad para reconocer y comprender los sentimientos de los demás, etc.

Las personas que gozan de una buena educación de los sentimientos (o sea, quienes han logrado desarrollar esas capacidades que con tanto éxito Daniel Goleman ha denominado inteligencia emocional), son personas que suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces, y hacen rendir mucho mejor su talento natural. Quienes, por el contrario, no logran dominar bien su vida emocional, se debaten en constantes luchas internas que socavan su capacidad de pensar, de trabajar y de relacionarse con los demás.

Algunos estilos educativos –hoy, por fortuna, en franco retroceso– han soslayado con frecuencia el decisivo papel que desempeñan los sentimientos, olvidando quizá que son una parte importante de la naturaleza humana, y que la felicidad y la vida moral tienen una estrecha relación con la esfera afectiva. Quizá observan con tanto recelo todo lo relativo a los sentimientos porque lo identifican con la idea del sentimentalismo, o de personas blandas, volubles o faltas de voluntad. Por eso conviene aclarar desde el comienzo que son cosas bien distintas, aunque aparentemente tengan alguna semejanza. Lo sensato es rechazar los errores propios del sentimentalismo o de la falta de voluntad, pero sin dejar de acometer

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