El Educador
Enviado por marielaangel • 18 de Noviembre de 2014 • 5.432 Palabras (22 Páginas) • 166 Visitas
el artista valenciano Segrelles hay una que llamamos “El sueño de Calasanz”. En ella, aparece el santo rodeado de niños como un icono visible de una realidad que deseó con todas sus fuerzas: la posibilidad de que todos los niños pudieran tener una educación de calidad.
La imagen del “sueño” es la expresión de los deseos y aspiraciones más nobles de la persona humana. También expresan la necesidad de unir la realidad con la utopía, como en el conocido sueño de Martin Luther King Soñamos con tener una buena familia, con un trabajo exitoso, con unas vacaciones estupendas. Soñamos con un buen matrimonio, con tener una buena casa… Los sueños son la visión de un futuro ilusionante que nos gustaría alcanzar.
Los cristianos soñamos con que un día podamos vivir en una situación donde realmente haya justicia y paz, donde exista una igualdad verdadera entre las personas, donde no exista miseria ni sufrimientos. El sueño es la utopía; el horizonte que un alma noble desea que sea haga posible alguna vez. El sueño es la “paz mesiánica” de la que habla Isaías: “El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá” (Is 11,6)
Calasanz tenía una visión clara de lo que quería: hacer posible que los niños pobres tengan acceso a una educación integral de calidad a través de la piedad y las letras. Para ello fundó las Escuelas Pías.
Esta imagen de los niños en torno a Calasanz también expresa el deseo más noble que tenemos los escolapios y nuestra razón de ser. Las Escuelas Pías se fundaron para los pobres: En cuanto a recibir alumnos pobres, obra usted santamente admitiendo a cuantos vienen, porque para ellos se fundó principalmente nuestro Instituto. Y lo que se hace por ellos se hace por Cristo, y no se dice otro tanto de los ricos (EP 2812).
Los escolapios de hoy somos herederos de este sueño de Calasanz. Nuestra vocación es hacer posible este sueño y burlar, como lo hizo nuestro santo padre, los obstáculos y dificultades que se presenten en cada generación.
A Calasanz no le resultó nada fácil ser fiel a su idea. Tuvo una oposición real de los nobles y de parte de la Iglesia que no entendía ni aceptaba que los pobres se educaran en las mismas condiciones que los ricos. ¿Quién haría entonces los trabajos más humildes? Vivió en su carne las dificultades económicas que suponía mantener una escuela con sus maestros. Tuvo que soportar la mediocridad de sus propios hermanos que no terminaban de compartir su proyecto e incluso fue llevado ante el tribunal de la Inquisición, por calumnias infundadas de algunos de sus hermanos de comunidad.
A pesar de todas estas dificultades, hizo posible una realidad que los humanistas del Renacimiento proyectaron en sus utopías. Adelantándose a su tiempo; inventó la escuela moderna y consiguió integrar la fe y la cultura desde la más tierna infancia. Entendió que la educación era el arma más poderosa para una verdadera revolución social.
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Muchos escolapios están invadidos por la enfermedad de la nostalgia. En la práctica, no creen posible que pueda hacerse realidad el “sueño de Calasanz” en la complejidad de esta época. Algunos piensan que, para ser fiel al carisma hay que copiar con la mayor fidelidad lo que él hizo hace 400 años y en una sociedad completamente diferente a la nuestra. Se lamentan de que haya menos vocaciones, de que los gobiernos no ayudan, de que la familia no apoya, de que los maestros sólo buscan su interés, de que el edificio escolar necesita una inversión que no hay… Tras la nostalgia viene el lamento, la queja y la incredulidad.
Estos “nostálgicos” son guardianes de un modelo ya agotado, que produce desencanto, lamento y esterilidad vocacional. Sin darnos cuenta, la “sal” se ha vuelto sosa y ya no da sabor al mundo. Ahí muere el sueño.
¿Nos atrevemos a soñar?
Preparando un taller de formación para profesores, me encontré con un video muy conocido en el mundo del coatching empresarial. Se titula “¿te atreves a soñar?”. El autor Matti Hemmi ofrece unas pistas prácticas para alcanzar los sueños (proyectos) que toda persona tiene. Redacta una guía para la puesta en práctica del proyecto de vida de las personas e instituciones. El descubrimiento de esta reflexión me ofreció alguna luz para esta reflexión. Haré un breve resumen del video.
Las personas vivimos instalados en una “zona de confort”. Es el espacio en el que nos sentimos seguros, la zona donde se anclan los miedos y las falsas seguridades. Desde la infancia a la edad adulta buscamos la estabilidad física, material, profesional, afectiva y espiritual. Hemos escuchado expresiones como esta: “estudia para ser un hombre de provecho”, “debes ser un buen profesional…”, “¿Qué será de tu vida si no trabajas’. “No te arriesgues si no estás seguro”. Hemos crecido con el miedo a perder la zona de seguridad y confort y para no perderla, somos capaces de grandes sacrificios.
Pienso en el joven sacerdote Calasanz cuando viajó a Roma a los 34 años; una edad en la que cualquier persona busca algo a lo que aferrarse para el resto de su vida: una renta económica, un cargo de reconocimiento, un proyecto al que entregarse. Como es previsible, el inquieto y ya maduro sacerdote busca asegurar su zona de confort y anclarse en el micromundo de su posible canonjía, de su doctorado en teología y de la cercanía y apoyo de sus amigos nobles. En cuanto consiga la prebenda esperada, volverá a su patria, cerca de su familia.
Matti Hemmi describe una segunda “zona de aprendizaje” que se adquiere cuando la persona viaja, se abre a otras culturas y conoce otros universos. Esta zona abre el horizonte de la mente, ensancha la zona de confort y lleva al límite la “zona de pánico o zona mágica”. A medida que se adquieren conocimientos, se abren nuevas posibilidades de desarrollo personal e institucional. El aprendizaje ensancha las posibilidades de la zona de confort.
En los primeros años de su estancia en Roma, Calasanz se abre a nuevas realidades que le obligan a replantearse su estilo de vida y su modo de pensar. El contacto directo con los pobres, la apertura a nuevas espiritualidades y el conocimiento de personajes clave en Roma fueron una verdadera escuela donde aprendió un modo diferente de entender la iglesia y la sociedad y por lo tanto de cambiarla. Cuando le llegó la canonjía que tanto había anhelado ya había cambiado su modo de pensar: “Ya he encontrado el mejor modo de servir a Dios haciendo el bien a los pequeños y por nada del mundo lo dejaré”
Esta particular época de aprendizaje puso a Calasanz al límite de un cambio sustancial en su vida; lo que Hemmi llama “zona mágica”.
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