El Rol Docente
Enviado por sms2002ar • 18 de Abril de 2014 • 3.328 Palabras (14 Páginas) • 257 Visitas
El Rol Docente
Trabajo Práctico N° 2
- Instituto: I.S.F.D.N° 41
- Carrera: Profesorado de Inglés
- Materia: Espacio de la Práctica I
- Integrantes del grupo:
Contenido
Introducción 1
Marco Teórico 2
Desarrollo 4
Conclusión 9
Referencias 10
Introducción
Como uno de los protagonistas del proceso educativo y actividad para la cual nos estamos preparando, el docente es tema de nuestro profundo interés. En este trabajo nos centraremos en descubrir cuál es su rol en la actualidad, trataremos de reconocer cuáles son sus tareas, las cualidades requeridas para el buen ejercicio de su función, los objetivos de su práctica y las dificultades que debe enfrentar.
Con este fin, visitamos la escuela primaria N° 6 “Gral Manuel Belgrano”, ubicada en el centro de Adrogué, partido de Almirante Brown, y entrevistamos a la profesora Amalia, que es la encargada de enseñar inglés a los alumnos de cuarto a sexto grado, a la maestra de tercer grado Flavia y a Marcela, la docente a cargo de cuarto grado; quienes muy amablemente, aunque un tanto apremiadas por el tiempo, nos contestaron nuestras preguntas. El resultante informe lo confeccionamos basándonos en sus respuestas y en los textos utilizados durante este año en la materia Espacio de la Práctica Docente.
Marco Teórico
La relación educativa ha variado a lo largo de los siglos. Desde la cultura griega hasta la sociedad contemporánea, la figura del maestro y las instituciones educativas han sufrido cambios significativos.
El rol del docente fue variando sustancialmente a través de los diferentes períodos históricos. En la remota cultura griega, encontramos que los maestros eran sirvientes que se encargaban de instruir a los niños; para pasar luego a Roma, posterior a la Republica, donde sin dejar de pertenecer a la clase servil, los maestros gozaron de estimación, remuneración por sus servicios y libertad; convirtiéndose más tarde, con la escuela de Alejandría, en el práctico orientado a instruir a los niños en la “buena conducta” y la virtud, a través de una disciplina severa, si era preciso, con castigos físicos. Llegamos entonces, a la Edad Media, período en que los monjes tomaron a su cargo la tarea de enseñar y civilizar a los fundadores de las nuevas nacionalidades europeas. Más adelante, en la Reforma, la formación del maestro constituyó un pilar fundamental ya que, fue en este período, cuando aumentaron el número de escuelas y las órdenes religiosas se dedicaron casi exclusivamente a la enseñanza, con métodos educativos rígidos. Aparece la figura de Comenio, cuya “Didáctica Magna” se convierte en la primer obra metodológica y didáctica de la modernidad y su propuesta supone a la enseñanza centrada en el docente, quien marca el ritmo escolar, dirige, organiza y prepara todo el saber. A partir del siglo XVIII, la educación es sinónimo de progreso social y económico. Aparecen, primero en Francia y luego en España, las escuelas normales. En ellas, se institucionalizó a un tipo de maestro que en la práctica se mostraba conservador de las buenas costumbres y del orden social establecido. El maestro debía ser una persona instruida, preparada cultural y pedagógicamente. Hacia el siglo XIX proliferaron los Movimientos de Renovación Pedagógica, quienes defendieron una enseñanza que respetara la vida infantil, la interacción afectiva entre el profesor y el alumno. Se apostó por una formación integral donde los maestros debían conocer todo el proceso de aprendizaje, las características evolutivas de los educandos así como la metodología didáctica de las diferentes materias a impartir. Dewey apostó por una participación activa del maestro en la sociedad, desde una escuela permeable que superase todo aislamiento y defendiese la libertad y la justicia. A mediados del siglo XX, Giner de los Rios decía que se debía asegurar a los maestros las mayores facilidades, para elevar constantemente su vida en las esferas intelectual, moral y material .
Llegamos al momento actual, en la posmodernidad, en que se plantea la urgencia de una transformación educativa profunda que asegure no sólo cantidad sino calidad y la “cuestión docente” es, en efecto, la cuestión por excelencia dentro de la problemática educativa de esta épocaxv. Es Paulo Freire, quien con su propuesta de una educación liberadora, cimentada en la reflexión, la responsabilidad y el compromiso, hace una fuerte apuesta por el diálogo, la relación reciproca maestro-alumno, sosteniendo que entre el educador y el educando se establece una auténtica interacción de pensamiento y acción.
Paulo Freire en su libro “Cartas a quien pretenda enseñar” propone “un educador humilde y abierto que se encuentre permanentemente disponible a pensar lo pensado, revisar sus posiciones, (…) que busca involucrarse con la curiosidad del alumnovii, un docente comprometido de cuerpo entero, con sus emociones, sus sentimientos y sus criticidad en la tarea de enseñar. Subraya la necesidad de una preparación seria, “capacitación y graduación constante” y valora la experiencia que “enseña al educador a enseñar”.vii
Freire define el estudiar como “un quehacer crítico, creador, recreador”vii que no separa el saber del sentido común del saber sistemático, sino que busca una síntesis de los dos, sin despreciar la lectura del mundo a partir de la experiencia sensorial, utilizándola como punto de partida para alcanzar la “experiencia escolar”, con su característica capacidad de generalizar.
Las cualidades indispensables para los educadores progresistas, son “predicados que se van generando en la práctica”viii ya que no nacemos con ellas, sino que nos formamos en ellas. Freire nos habla de la humildad, necesaria para reconocer que “nadie lo sabe todo, nadie lo ignora todo”, que nos permite escuchar al otro con atención, sin importar su nivel intelectual, en una verdadera práctica democrática. Otra cualidad que Freire menciona como necesaria en el docente es la “amorosidad” para los alumnos y para el proceso de enseñar. Es un “amor armado, un amor luchador de quien se afirma en el derecho o en el deber de tener el derecho de luchar, de denunciar, de anunciar”viii. Esa amorosidad a la que se refiere es la que le da significado a su trabajo, es la que le permite tener sueños y le exige la valentía de luchar por ellos. Los educadores deben también practicar la tolerancia, que junto con la convivencia con lo diferente, es uno de los principios fundamentales de la democracia; ya que “sin ella (la tolerancia)
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