LA ESCUELA DEL DESENCANTO
Enviado por renedelacalleja • 10 de Octubre de 2013 • 2.168 Palabras (9 Páginas) • 587 Visitas
RENE DE LA CALLEJA BONILLA
LA ESCUELA DEL DESENCANTO: PROFESIONALISMO DOCENTE Y PARTICIPACIÓN ESTUDIANTIL
La participación de los alumnos en la gestión de los centros de enseñanza es hoy algo cuya conveniencia goza de una aceptación general. La multiplicidad de significados de la participación, los diversos intereses que estos expresan es lo que es preciso analizar para descender del cielo del lenguaje oficial y profesional al suelo de la realidad.
La participación. Una fórmula para todo.
La participación es el mecanismo idóneo para atender los derechos y libertades de los padres, los profesores y alumnos, dado que, amplía la libertad de enseñanza. La participación contenida es una opción para un sistema educativo moderno; la caracterización de la escuela como un servicio público, combinada con el reconocimiento de la competencia de los padres por educar a los hijos y el escaso reconocimiento profesional de que gozan los docentes. La idea de que la escuela debe acercarse a la comunidad que la rodea, una gestión descentralizada hace que la participación sea muy importante en este ámbito.
Puesto que uno de los objetivos proclamados por la escuela es la formación para la convivencia en democracia. La participación en la escuela debe ser también una escuela de participación para los jóvenes.
No es una batalla abierta, sino una guerra de desgaste derivada de la falta de correspondencia entre los postulados del discurso participativo y la realidad de unos grupos sin competencias allí se les había dicho que podían ejercerlas o celosos de prerrogativas que, por otra parte, no quieren reclamar abiertamente.
Lo que aparece en la escuela es un entramado firmado por tres grupos, profesores, padres y alumnos, vinculados entre sí por relaciones que no son de colaboración, sino de poder; relaciones asimétricas y bipartitas, no tripartitas, como las que vinculan a los profesores con alumnos, a profesores con padres o a padres con hijos, que son grupos con grados de implicación distintos, pues mientras para los alumnos la escuela es un lugar de formación, para los profesores es un lugar de trabajo y para los padres una institución marginal.
La participación de los otros como intrusismo.
Hay claras diferencias de clase; que separan al trabajo asalariado de la pequeña burguesía privilegiada. Los enseñantes no son ni una cosa ni otra. Como asalariados representan el peldaño inferior de la jerarquía laboral de la educación, ven su proceso de trabajo regulado por rutinas administrativas, están sometidos a escalas de autoridad, etc.
Sus retribuciones son sólo moderadamente altas en comparación con el conjunto de los asalariados y manifiestamente bajas si se las compara con las de los cuadros y técnicos de las empresas.
Hace diez o quince años, en plena efervescencia política y social, la expresión de moda era “trabajadores de la enseñanza” que denotaba un deseo de identificarse con el conjunto de los trabajadores. Hoy en día se haba ya más de “profesionalización”, “dignificación de la profesión docente, etc., esto revela el deseo de identificarse con el sector más privilegiado del trabajo.
La participación de los padres es aceptada siempre y cuando no interfiera en los designios del profesorado. Intervenir en lo que deben intervenir; participar, pero no mandar, colaborar, mejor que participar; participación personal antes que participación colectiva; cooperar, que equivale a escuchar y seguir instrucciones.
La política se presenta como la expresión de intereses particulares, partidarios, ideológicos; mientras la técnica representa los intereses generales o es ajena a cualquier interés. No sólo lo que viene de fuera de los cuatro muros escolares es ajeno a la educación. También lo es aquello que, estando dentro de ellos, no posee un lugar reconocido en la relación pedagógica.
Colaborar sí, co-decidir no.
Profesores y alumnos no son simplemente dos grupos de agentes, dos sectores implicados o dos secciones de la comunidad escolar. Son dos colectivos unidos y separados a la vez por una relación de poder en el contexto de institución que sabe del que no, a quien tiene la posibilidad y el derecho de enseñarle de quien tiene la necesidad y el deber de aprender. El profesor representa así el saber, la racionalidad, la civilización, la cultura; el alumno la ignorancia, el instinto, la barbarie, la naturaleza. La escuela no ha creado esta distinción, pero vive sobre ella y la refuerza.
“Trabajar en equipo” no se opone a trabajar sometido a una autoridad, sino a trabajar de manera autónoma. A un profesor le resulta intolerable ser juzgado por un alumno, puesto que los alumnos no son iguales ni meramente pasivos, el trabajo del profesor difícilmente puede medirse por sus resultados.
En cualquier posible situación conflictiva, individual o colectiva, los profesores cuentan siempre con una ventaja sobre los alumnos: éstos dependen del poder de aquéllos, y no al revés. La mayoría de los alumnos tienen demasiado que perder en una confrontación abierta con el profesor. El grupo se encuentra así con que una actitud demasiado activa puede volverse en su contra.
Entre el reconocimiento y el desconocimiento.
Es relativamente fácil cambiar la ley, pero no tanto las costumbres ni las mentalidades. Lo que se desea en realidad es que los otros sectores participen al servicio de lo que los profesores quieren, aunque lo que quieren sea también lo que creen que conviene a los demás.
Hay mil formas de recordar a los alumnos que su opinión no es importante. Las juntas de evaluación, donde se supone que deben entrar solos, cuando los profesores ya han hecho parte del trabajo, pero solo parte, se prestan a algunas de ellas.
Lo particular y lo general.
Cuando los alumnos están dispuestos a escuchar cualquier cosa, resulta que lo que vienen a decir no es válido. No es cierto ni falso, ni verdad ni mentira, ni correcto ni falso: es, ni más ni menos, impertinente. Impertinente, en el sentido habitual del término, por su contenido real; impertinente, en el sentido literal, por su dimensión formal.
Los profesores, en suma, tienen muchos más recursos simbólicos y más tablas que los alumnos. Aparte de que su oficio es hablar saben más por viejos que por profesores. Los profesores son demasiado sensibles a la crítica pública y aceptan difícilmente que su comportamiento se exponga y cuestione ante otros, porque, en tales casos, lo que parece estar en juego no son opciones objetivas acerca de cómo hacer las cosas sino valoraciones subjetivas sobre quiénes las han hecho.
Por su posición, los delegados tienden a tomarse un poco más en serio su función, pero no por ello acaban de creer en ella.
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