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La Herencia


Enviado por   •  16 de Marzo de 2015  •  3.468 Palabras (14 Páginas)  •  197 Visitas

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El propósito de recoger en la Colección BAMBALINAS una serie de piezas breves de uso inmediato en la escuela nos lleva a replantearnos, siquiera superficialmente, el problema de la dramatización en la misma, en particular por lo que se refiere a la Enseñanza General Básica.

El término dramatización de por sí es polivalente y como tal sugiere distintos objetivos. Limitar las prácticas de dramatización en la escuela a la enseñanza del mimo o de la expresión corporal o al fomento de la creatividad dramática del niño, entendiendo por tal el teatro de niños -el escrito, interpretado, montado y dirigido por niños-, según se ha explicado en otra parte1, supone recortar peligrosamente las posibilidades educativas de la dramatización. Primordialmente dramatizar significa dar forma y condiciones dramáticas. Interesa, por tanto, relacionar su práctica en la escuela con los textos dramáticos de los que en expresión más o menos amplia no se puede prescindir. En el caso del mimo, el texto vendrá anotado sencillamente por un guión, o, si se quiere, incluso por el anuncio del tema. En el caso de la creatividad total y exclusiva del niño, tendrá que redactarlo el propio niño, aunque no llegue a escribirlo, y en el caso del teatro para niños -el representado por mayores que él, adultos o no, para él- el texto, compuesto por una persona adulta, tiene que reunir determinadas condiciones.

Conviene señalar que las actitudes adoptadas por el educador en su aceptación de la dramatización se pueden reducir a las siguientes prácticas:

a) Mimo y expresión corporal, con reducción del texto al mínimo.

b) Teatro de niños, con textos que parten de la iniciativa creadora del niño.

c) Teatro para niños, con textos especialmente estudiados para ellos.

d) Juego escénico, con elementos procedentes de distintos sistemas y con dos facetas: el juego de libre expresión y el juego dirigido.

Esta escueta enumeración necesitaría explicaciones y precisiones que se van a evitar aquí. Baste señalar que todas y cada una de las modalidades señaladas encierran valores pedagógicos y, en consecuencia, el educador no puede ignorarlas.

El que en el presente número de BAMBALINAS se haya fijado preferentemente la atención en el juego escénico no tiene otra significación que proponerlo como más adecuado para resolver los problemas más urgentes que tiene planteados la dramatización dentro del área de expresión dinámica. Y entre el juego de libre expresión y el juego dramático dirigido preferimos cargar el acento en el segundo con textos que han sido soporte de experiencias educativas y que creemos que pueden continuar siéndolo.

Por consiguiente, los textos que aquí proponemos para su utilización en la escuela adquieren perfiles bien definidos dentro de la perspectiva del juego escénico dirigido y tienen entre otras características las de adaptarse a una clasificación de los pasos obligados dentro de un proceso de dramatización:

-Guión para ejercicios de mimo y expresión corporal.

-Semiescenificación, o escenificación completa, de textos narrativos.

-Dramatización de una anécdota, total o libremente traspuesta a otro ambiente.

-Adaptación de un texto dramático clásico a la mentalidad infantil.

-Creación dramática para niños.

Sobre la técnica seguida para cada caso se encontrarán explicaciones adecuadas bastante extensas y claras en Teatro y educación2. Queden aquí sencillamente como resultado de distintos procesos los textos prestos ya para su empleo, y sirva su testimonio de sugerencia e incentivo para que el educador, a partir de otros textos no dramáticos o de otras situaciones, intente alcanzar otras tantas dramatizaciones que le ayuden, y ayuden a todos, a resolver la penuria literaria que padecemos en este terreno.

Adecuación a las edades

Suele ser ésta preocupación no pequeña por parte de bastantes educadores. Sin embargo, en el presente trabajo se ha huido de toda clasificación que, por la sencilla colocación de unas cifras al principio de las piezas correspondientes, las destinara a un público determinado y a unos determinados intérpretes.

Porque creemos que la problemática surgida en torno a esta clasificación por edades es bastante compleja, no la consideramos susceptible de reducirla a esquemas tan sencillos. Podría decirse de ella que reviste unas características generales cuya expresión más clara sería la manifestada a través de las preferencias, de acuerdo con el desarrollo psicológico del niño3. Pero, sin duda alguna, existen también características particulares de cada grupo derivadas de la educación, el medio ambiente y otros factores más difíciles de precisar.

Por eso, como norma general, sugerimos que estos textos sean utilizados por y para niños de diferentes edades. El provecho o el acierto estarán condicionados, no obstante, por tres factores fundamentales:

-La naturaleza del juego escénico.

-El tratamiento impuesto al texto.

-La formación de un lenguaje.

El juego escénico

La reproducción de la realidad es uno de los caminos, no de los objetivos, del teatro. La buscada y pretendida reproducción de la realidad ha sido no pocas veces escollo para cualquier actividad teatral en educación, con olvido de la función fabuladora de que nace el teatro y de la idealización a que somete las cosas y los hechos. El juego es, en definitiva, una de las formas de idealización más al alcance del niño. Y el juego escénico es teatro, porque es capaz de mantener la necesaria idealización de las cosas y a la vez posee fuerza para idealizar al propio arte teatral, manteniéndose respecto a él en relación de dependencia, pero a la distancia justa y conveniente.

El juego escénico es, por tanto, el cauce más apto para introducir al niño en el teatro4. Querer conseguir de los niños actores -mejores o peores, pero, en definitiva, actores- es desconocer la finalidad del teatro en la escuela. El teatro en la escuela sólo está justificado si contribuye a la educación del niño, ya como medio de expresión, ya como medio de observación, y en modo alguno puede tomarse la escuela como semillero de actores, ni siquiera de futuros espectadores. Además el niño, por naturaleza, es mal actor, porque para ser actor hay que fingir y el proceder del niño está lleno de espontaneidad.

La fácil identificación del niño con los personajes que observa en la vida, o los que interpreta en el juego escénico, no está motivada por el deseo de imitar, sino de vivir otras realidades, y, como es lógico, a estas nuevas vivencias aporta sus propios puntos de vista, sus deseos, o, sencillamente, realiza lo que haría en su caso.

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