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La democracia Ateniense y las fuentes del debate ético-político


Enviado por   •  23 de Septiembre de 2014  •  Ensayo  •  6.309 Palabras (26 Páginas)  •  291 Visitas

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La democracia Ateniense y las fuentes del debate ético-político: el intelectualismo socrático

La Atenas del siglo V a.C. era una democracia radical, restringida pero directa. Los ciudadanos adultos y varones -excluidos los niños, mujeres y esclavos- no sólo tenían el derecho a hablar en la asamblea, sino que era para ellos un deber: discutir, escuchar y decidir. Incluso ante los jueces en caso de ser juzgados debían defenderse por sí mismos, jamás por boca de otros. El dominio de la palabra constituía la mejor garantía para vivir en comunidad, para defender derechos propios y ajenos y para dirigir el destino de la polis convenciendo a los demás ciudadanos de tomar determinadas decisiones.

Sócrates no escribió nada, quedando como ejemplo del poder de la oralidad de la filosofía, y casi nada sabríamos de él de no ser porque un discípulo suyo que de joven quería componer tragedias, Platón, y que acabó inventando el diálogo como género literario-filosófico y haciendo de su maestro el protagonista de casi todas sus obras. Todo lo que sabemos de Sócrates proviene principalmente de tres fuentes: los diálogos socráticos de Platón, las obras de Jenofonte que tratan del filósofo, y una sola comedia de Aristófanes que lo convertía en objeto de risa para el teatro público. A partir de estos materiales, junto con las citas o fragmentos de autores posteriores, que es todo lo que nos queda de los sofistas, los investigadores de todos los tiempos han intentado reconstruir el perfil de todos los personajes y la doctrina que enfrentó en el terreno ético-político al filósofo Sócrates con los maestros sofistas. Es, sobre todo, en la Apología de Platón y en el Critón donde se pueden rastrear los trazos del pensar de Sócrates más nítidamente, pues a medida que avanza en sus diálogos Platón irá incorporando sus propias doctrinas a las de su maestro. En el caso de los sofistas estamos ante escritores y oradores al mismo tiempo, que rivalizaron con Sócrates en el uso de la palabra viva y con Platón en su consignación en la escritura, pero aunque sus obras escritas fueron numerosas, todas ellas desaparecerían y sólo una serie de fragmentos de las mismas reunidos por Diles y Kranz nos permiten realizar la reconstrucción de sus ideas y del importante papel que tuvieron en la era más brillante de la democracia ateniense.

A comienzo de los años 1920 Eugene Dupréel sostuvo la tesis de la inexistencia histórica de Sócrates. Unos veinticinco años después Olof Gigon, en un trabajo que cambiaría el rumbo de los estudios socráticos, afirmó que Sócrates vivió realmente en Atenas donde fue condenado a muerte, pero que aparte de esto y con excepción de ciertos detalles biográficos sin importancia, era imposible saber más acerca de él. Para Agustín García Calvo sería un protoanarquista, para Fernando Savater una especie de reaccionario conservador (siguiendo a I. F. Stone o a Karl Popper) como Platón. Muchos estudiosos religiosos (como Noussan-Letry) se han inspirado en Platón y han interpretado la figura de Sócrates como una especie de Profeta, como un ser profundamente religioso. Lo cierto es que Sócrates será siempre lo que las fuentes ofrecen y el conjunto de interpretaciones que la tradición exegética ha realizado sobre ellas a lo largo de los siglos. Aquí nos interesarán los rasgos más consensuados de su filosofía ético-política en contraposición a los que, también variados, pueden rescatarse de los fragmentos sofísticos y de las lecturas de dos milenios de investigación sobre los mismos.

Los sofistas eran profesionales que cobraban por sus enseñanzas, unas lecciones de índole práctica, como el enseñar a hablar en público y a persuadir (retórica) o convencer a un auditorio. En su mayoría eran extranjeros, luego estaban excluidos del derecho de ciudadanía y, por ello, no podían hablar en la asamblea. Pero lo harán por boca de sus alumnos, para quienes el triunfo social se convierte en la máxima aspiración y en constatación de haber alcanzado la virtud o excelencia (areté). El éxito social es para los sofistas y quienes les siguen sinónimo de virtud y es algo que entre los atenienses de la democracia se adquiere a través del "Eu legein", del bien decir, del buen hablar. Asistimos así al nacimiento del lógos entendido como poder, del dominio del lenguaje como principal cualidad en el concurso por el poder. Saber hablar bien se transforma en el medio de alcanzar el poder o destacar entre los ciudadanos, sin que decir verdad o falsedad tenga que ser tenido en consideración. El interés de los sofistas dejó de lado las especulaciones sobre la naturaleza (physis) de los llamados presocráticos y, aun pretendiendo un cultivo de un saber enciclopédico que abarcase todas las áreas, se centraron primordialmente en las que tenían que ver con la ciudad y el gobierno, esto es, con la política.

Hay que tener en cuenta que el contexto del debate ético-político entre Sócrates y los sofistas se desarrolla en un momento en el que no existían instituciones públicas de enseñanza, pues no era en Atenas sino en Esparta donde el Estado se hacía cargo de la educación de los ciudadanos -una educación de carácter militar dirigida a formar soldados- a partir de los siete años de edad. En Atenas la formación de los ciudadanos corría a cargo de pedagogos privados entre los que llegaron a destacar los sofistas, a quienes el ciudadano medio no podía pagar sus costosos honorarios, pero sí debatir con Sócrates. La prueba de ello la tenemos en el Laques de Platón, donde un ciudadano que habla con Sócrates se lamenta de "no haber tenido ningún maestro", aduciendo que la causa de no haberlo tenido y de no poder tenerlo tampoco en la vejez era que "no puedo pagar sueldos a los sofistas" (186c). Sin embargo, está hablando con Sócrates, lo que no le cuesta ni un óbolo. Precisamente, el filo-espartanismo de Platón, que quiere aunar las virtudes de Atenas y las de Esparta, junto al precedente de las comunidades religioso-sapienciales como las de los pitagóricos, influirán bastante en la creación de la Academia: institución de enseñanza que servirá de ejemplo futuro para la creación de instituciones públicas de instrucción popular.

Los sofistas forman un grupo con particularidades y todos ellos en bloque son oponentes de Sócrates. Por tanto, no trataremos de la oposición particular de cada uno de los sofistas con Sócrates, sino de la oposición del conjunto de ellos frente al filósofo. De los dos sofistas más relevantes, Protágoras y Górgias, a quienes Platón dedicó sendos diálogos (además de consagrarle dos textos a Hipías) provienen las dos doctrinas más célebres de la sofística. A esas premisas son principalmente a las que se opondrá tanto el pensamiento de Sócrates como la filosofía de Platón. Del

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