Las Palabras
Enviado por gatangie • 8 de Mayo de 2013 • 1.669 Palabras (7 Páginas) • 352 Visitas
"El ritmo"
Las palabras se conducen como seres caprichosos y autónomos. Siempre
dicen "esto y lo otro" y, al mismo tiempo, "aquello y lo de más allá". El
pensamiento no se resigna; forzado a usarlas, una y otra vez pretende
reducirlas a sus propias leyes; y una y otra vez el lenguaje se rebela y rompe
los diques de la sintaxis y del diccionario. Léxicos y gramáticas son obras
condenadas a no terminarse nunca. El idioma está siempre en movimiento,
aunque el hombre, por ocupar el centro del remolino, pocas veces se da
cuenta de este incesante cambiar. De ahí que, como si fuera algo estático, la
gramática afirme que la lengua es un conjunto de voces y que éstas
constituyen la unidad más simple, la célula lingüística. En realidad, el vocablo
nunca se da aislado; nadie habla en palabras sueltas. El idioma es una
totalidad indivisible; no lo forman la suma de sus voces, del mismo modo que
la sociedad no es el conjunto de los individuos que la componen. Una palabra
aislada es incapaz de constituir una unidad significativa. La palabra suelta no
es, propiamente, lenguaje; tampoco lo es una sucesión de vocablos
dispuestos al azar. Para que el lenguaje se produzca es menester que los
signos y lo sonidos se asocien de tal manera que impliquen y transmitan un
sentido. La pluralidad potencial de significados de la palabra suelta se
transforma en la frase en una cierta y única, aunque no siempre rigurosa y
unívoca, dirección. Así, no es la voz, sino la frase u oración, la que constituye
la unidad más simple del habla. La frase es una totalidad autosuficiente; todo
el lenguaje, como un microcosmo, vive en ella. A semejanza del átomo, es un
organismo sólo separable por la violencia. Y en efecto, sólo por la violencia del
análisis gramatical la frase se descompone en palabras. El lenguaje es un
universo de unidades significativas, es decir, de frases.
Basta observar cómo escriben los que no han pasado por los aros del análisis
gramatical para comprobar la verdad de estas afirmaciones. Los niños son
incapaces de aislar las palabras. El aprendizaje de la gramática se inicia
enseñando a dividir las frases en palabras y éstas en sílabas y letras. Pero los
niños no tienen conciencia de las palabras; la tienen, y muy viva, de las frases:
piensan, hablan y escriben en bloques significativos y les cuesta trabajo
comprender que una frase está hecha de palabras. Todos aquellos que
apenas si saben escribir muestran la misma tendencia. Cuando escriben,
separan o juntan al azar los vocablos: no saben a ciencia cierta dónde acaban
y empiezan. Al hablar, por el contrario, los analfabetos hacen las pausas
precisamente donde hay que hacerlas: piensan en frases. Asimismo, apenas
nos olvidamos o exaltamos y dejamos de ser dueños de nosotros, el lenguaje
natural recobra sus derechos y dos palabras o más se juntan en el papel, ya
no conforme a las reglas de la gramática sino obedeciendo al dictado del
pensamiento. Cada vez que nos distraemos, reaparece el lenguaje en su
estado natural, anterior a la gramática. Podría argüirse que hay palabras
aisladas que forman por sí mismas unidades significativas. En ciertos idiomas
primitivos la unidad parece ser la palabra; los pronombres demostrativos de
algunas de estas lenguas no se reducen a señalar a éste o aquél, sino a "esto
que está de pie", "aquel que está tan cerca que podría tocársele", "aquélla
ausente", "éste visible", etc. Pero cada una de estas palabras es una frase.
Así, ni en los idiomas más simples la palabra aislada es lenguaje. Esos
pronombres son palabras frases(1).
El poema posee el mismo carácter complejo e indivisible del lenguaje y de su
célula: la frase. Todo poema es una totalidad cerrada sobre sí misma: es una
frase o un conjunto de frases que forman un todo. Como en el resto de los
hombres, el poeta no se expresa en vocablos sueltos, sino en unidades
compactas e inseparables. La célula del poema, su núcleo más simple, es la
frase poética. Pero, a diferencia de lo que ocurre con la prosa, la unidad de la
frase, lo que la constituye como tal y hace lenguaje, no es el sentido o
dirección significativa, sino el ritmo. Esta desconcertante propiedad de la frase
poética será estudiada más adelante; antes es indispensable describir de qué
manera la frase prosaica —el habla común— se transforma en frase poética.
Nadie puede substraerse a la creencia en el poder mágico de las palabras. Ni
siquiera aquellos que de desconfían de ellas. La reserva ante el lenguaje es
una actitud intelectual. Sólo en ciertos momentos medimos y pesamos las
palabras; pasado ese instante, les devolvemos su crédito. La confianza ante el
lenguaje es la actitud espontánea y original del hombre; las cosas son su
nombre. La fe en el poder de las palabras es una reminiscencia de nuestras
creencias más antiguas: la naturaleza está animada; cada objeto posee una
vida propia; las palabras, que son los dobles mundo objetivo, también están
animadas. El lenguaje, como el universo, es un mundo de llamadas y
respuestas; flujo y reflujo, unión y separación, inspiración y espiración. Unas
palabras se atraen, otras se repelen y todas se corresponden. El habla es un
conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los
astros y las plantas.
Todo aquel que haya practicado la escritura automática —hasta donde es
posible esta tentativa— conoce las extrañas y deslumbrantes
...