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Ley General De La Salud


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2012  •  625 Palabras (3 Páginas)  •  652 Visitas

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María Teresa Ruiz Martínez

Uno de los aspectos más complejos que debemos enfrentar los humanos es el de las relaciones. Especialmente cuando es la relación que mantenemos con el otro, con la pareja.

Nuestra condición humana nos determina como animales muy complejos. Funcionamos, andamos, vivimos o sobrevivimos. Y para hacerlo, además de solucionar los aspectos relacionados con lo físico –tal como cualquier otro animal de la naturaleza– debemos atender algo mucho más delicado y difícil. La supervivencia emocional. La que nos permite subsistir sin dejar pedazos de corazón regados por los caminos transitados.

Nada más sencillo que alimentarse, cuando nos referimos al alimento físico. Pero ese proceso se transforma en un complicado rompecabezas cuando de alimentar el corazón se trata. En la alimentación del cuerpo físico, el sentido común hace la mayor parte del trabajo. Nos indica cuándo, cómo, dónde y hasta cuánto comer.

Sin embargo, a la hora de alimentar el corazón todo se complica. Pasamos una buena parte de nuestras vidas arrastrando y cargando una maleta de emociones negativas, basadas en cosas del pasado. Estas se mezclan -como los ingredientes de un coctel- con vivencias del presente y una que otra esperanza que ansiamos abrazar en el futuro. ¿El resultado? Neblina sobre la razón. Revolución de esas experiencias complejas que se llaman emociones. Adormecimiento del menos común de los sentidos, el sentido común.

Es lo que suele suceder cuando en nuestra cotidianidad irrumpe alguien capaz de movernos el piso y pegarnos a un alambique donde se destilan esperanzas y ternura. Sufrimos una evidente metamorfosis. Es como si un puñado de mariposas amarillas se soltara a volar en nuestro estómago, llenándolo de dulces, azules e inexplicables sensaciones. Nos sentimos seres etéreos. Y como tales nos movemos flotando sobre la superficie terrestre.

La carga gestual se desviste y nos delata. No podemos controlar las miradas melosas. Ni las sonrisas cálidas que transfiguran nuestras facciones. O el deseo irrefrenable de besar con las manos o acariciar con los ojos. O el querer compartir horas y horas bajo sol, lluvia, viento o tempestades. Ningún tiempo es suficiente para compartir con el otro. Las horas se nos antojan segundos. Los meses, días.

Solo el paso del tiempo, se encarga de atenuar el fluido hormonal que se desborda cuando vivimos un nuevo enamoramiento. Entonces nos mostrará que en ocasiones, a pesar de estar frente a un rompecabezas cuyas piezas no encajan, las metemos a la fuerza. Como si trataramos de hacer encajar las hojuelas de maiz de cualquier marca y en el intento acabamos destrozando alguna pieza. En otras, nos mostrará que efectivamente, logramos armar una figura coherente, pese a lo cual no faltarán los vientos fuertes que la sacudan

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