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Persecución Del Clero


Enviado por   •  2 de Noviembre de 2013  •  2.436 Palabras (10 Páginas)  •  330 Visitas

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PERSECUSION DEL CLERO

El calvario del clero polaco en el siglo XX, perseguido primero por el régimen nazi y después por el comunista, se manifiesta en el alto número de sacerdotes martirizados en uno o en otro momento de dicho siglo. No en vano, como nos recuerda Vicente Cárcel Ortí en su interesante libro sobre las persecuciones religiosas del siglo XX, la Iglesia defendió con gran valentía la identidad polaca frente a la germanización hitleriana y a la rusificación pretendida por los comunistas, por lo que se granjeó el odio de ambos regímenes totalitarios, que personalizaron su inquina en los sacerdotes, pues éstos estuvieron siempre junto al pueblo cuando unos y otros quisieron conculcar los derechos humanos y las libertades.

En el caso del sacerdote Ladislao Findysz, vemos cómo los extremos del totalitarismo se tocan, pues primero padeció la persecución nazi, y a ella sobrevivió, para después ser perseguido por los comunistas -sin sobrevivir en este caso a la persecución- en su afán de privar al pueblo de los valores morales y trascendentes y ante la negativa de la Iglesia católica polaca de convertirse en una “iglesia nacional” o colaborar con el régimen. Éste, en un primer momento, quiso ganarse las simpatías de la gente mostrando respeto hacia la idiosincrasia polaca, incluso ayudando a reconstruir iglesias y conventos al acabar la guerra mundial, pero pronto dejaron ver su verdadero rostro laicista y persecutorio, especialmente a partir de 1947.

Ladislao recibió la ordenación sacerdotal el 19 el junio de 1932 en la Catedral de Przemyśl de manos del obispo de la diócesis Mons. Anatol Nowak. En septiembre de 1935 fue nombrado vicario parroquial de Drohobycz, población perteneciente hoy a Ucrania, el 3 de octubre de 1944 fue expulsado por los alemanes, como todos los demás habitantes de aquella población. La expulsión formaba parte del proyecto de germanización de Polonia ideado por Hitler: los gobernadores nazis (como Arthur Greiser en el Warthegau y Albert Forster en Danzig-Prussia oeste) expulsaron cientos de miles de polacos de sus casas en el Gobierno General y más de 500.000 alemanes fueron luego asentados en estas áreas. Se calcula que entre 1939 y 1945, por lo menos 1,5 millones de ciudadanos polacos fueron deportados al territorio alemán para hacer trabajos forzados. Cientos de miles también fueron encarcelados en campos de concentración.

Aquí debemos detenernos brevemente en el modo en que los sacerdotes polacos fueron perseguidos por Hitler con toda saña. Como premisa, por si a alguien le cabe alguna duda de la inquina que el dictador tenía contra el clero católico, hay que recordar que solo en el campo de concentración de Dachau fueron internados casi tres mil sacerdotes de diferentes nacionalidades, y más de la mitad encontraron allí la muerte por sus creencias. Sólo en Alemania se calcula que cerca de doce mil religiosos fueron torturados por el régimen nazi, y gran parte de ellos murieron, y en el caso de Polonia, a manos de los nazis fueron eliminados nada menos que el 20% de los 10.017 sacerdotes que había al inicio de la Segunda Guerra Mundial (incluidos cinco obispos) en aquel país.

No era un odio circunscrito a los sacerdotes, sino en general al catolicismo polaco, pues se daban cuenta que la Iglesia era la depositaria de la cultura y de la identidad nacionales, por lo que era uno de los obstáculos principales para conseguir la “germanización” de Polonia planeada por Hitler: sus templos fueron demolidos, sus liturgias prohibidas, más de una tercera parte de sus ministros deportada a los campos de exterminio. “Dachau -nos relata el historiador George Weigel- se convirtió en el monasterio más poblado del mundo”. Como ya se ha dicho, casi tres mil sacerdotes polacos fueron inmolados, por negarse a abjurar de su fe, y muchos de ellos probaron en sus carnes dilaceradas, antes de expirar, los experimentos médicos del sádico doctor Josef Mengele; a muchos se les inyectó tifus. Con ocasión de la beatificación de Juan Pablo II, se ha recordado también el caso del salesiano Józef Kowalski, que regentaba la parroquia de Karol Wojtyla en Debniki, fue ahogado por sus carceleros en una letrina rebosante de heces, tras negarse a pisotear las cuentas de un rosario.

De hecho, durante la mayor parte de la guerra, la principal preocupación de la Santa Sede fue Polonia. Conquistada el primer mes de la guerra, seguiría en manos alemanas hasta el otoño de 1944, casi al final. Tenía todos los ingredientes para convertirse en un infierno: ocupada durante cinco años, país católico, de la raza eslava, despreciada por los nazis y con más de tres millones de judíos, casi diez veces más que Alemania antes del nazismo, y la mayor proporción de Europa. Y en eso se convirtió. Los alemanes intentaron aislar Polonia y que no llegaran al exterior noticias de lo que pasaba, pero llegaban, y comenzaron a llover protestas de la Santa Sede, que consiguieron bien poco.

En enero de 1945 don Ladislao pudo volver a su parroquia y dedicarse a reorganizar la parroquia. Acabada la guerra, no vinieron tiempos fáciles para la Iglesia y para el pueblo polaco: como consecuencia de las decisiones tomadas en las conferencias de Yalta y Potsdam, Polonia, como los demás países de la Europa Central, quedó bajo la dominación soviética y empezaron una serie de cambios económicos, sociales y culturales impulsados desde la Unión Soviética, en circunstancias cambiantes, desde la extrema represión del estalinismo, hasta la moderación del régimen en los últimos años antes de la caída del comunismo. Durante más de 40 años, la Iglesia católica polaca desempeñó un papel clave en la lucha contra el régimen comunista impuesto en Polonia, y tuvo una gran influencia social en la clase obrera, el campesinado y los intelectuales. Contó incluso con el apoyo de la oposición de la izquierda laica al comunismo encabezada por personalidades como Jacek Kuron y Adam Michnik.

Los primeros años fueron los peores, de 1945 a 1956, en los que el régimen intentó copiar el modelo ruso con la imposición de la dictadura del proletariado, la colectivización agraria forzada y el aislamiento de Polonia de posibles influencias culturales occidentales. En 1948 el presidente Bierut afianzó la línea dura del comunismo y encarceló a Gomulka, jefe de los comunistas moderados. Ese mismo año Wyszynski sucedió al cardenal Hlond; por Bula del 16 de octubre de 1948 fue nombrado arzobispo de Varsovia, y Primado de Polonia. Wyszynski afrontó con realismo la situación: no se opuso a las reformas económicas, ni a la colectivización de la agricultura, ni reaccionó fuertemente contra las limitaciones de la libertad, pero defendió a los obispos y sacerdotes, animó a los fieles a perseverar en la fe y a preparar tiempos mejores para la patria y

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