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Superando la dificultad


Enviado por   •  28 de Septiembre de 2014  •  Tesis  •  1.337 Palabras (6 Páginas)  •  256 Visitas

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Superando la dificultad: aceptación casi incondicional del ser humano.-

Naturalmente, es más fácil hablar de aceptación incondicional que sentirla como verdadera, aun cuando intelectualmente estemos de acuerdo con su validez. Esto se debe a que por muchos años hemos creído en la superstición transitoriamente útil de la autoestima, y no es fácil abandonarla de un día para otro.

Por esa razón, Ellis recomienda lo que llama una forma no elegante, pero sí práctica, de enfocar el problema. Consiste en decir que valemos, por el simple hecho de que existimos. Es lo él que llama “la autoaceptación casi incondicinal”. El “casi” quiere decir que podemos considerarnos valiosos por una sencilla razón: el simple hecho de que existimos.

Para las personas religiosas, podríamos agregar: Soy valioso porque fui creado por Dios.

Con la vara que midas te medirás a ti mismo.-

Es muy conocida la máxima bíblica, “Con la vara que midas, serás medido” . (Mateo, 7:2-4). Significa, por supuesto, que los demás van a juzgarlo a uno con la misma severidad con que uno los juzgue. Proponemos considerar que también, “Con la vara que midas te medirás a ti mismo”. Esta otra advertencia, que hemos basado en una observación de Ellis, nos recuerda cómo el juzgar la valía de una persona va a llevarnos inevitablemente a que juzguemos la nuestra propia; y el juicio es una evaluación que terminará algún día en baja autoestima. Aunque no lo parezca, el castigo de tener autoestima es a la larga muchísimo más doloroso que el de estar en la boca de los demás, porque la gente un día se cansa de murmurar para emprenderla contra otra víctima; o el infortunado puede escabullirse a donde no lo conozcan. Pero la humillación que viene de una baja autoestima, sigue a la víctima dondequiera que se oculte, noche y día.

Todos apreciamos la aprobación de los demás; sin embargo, la maledicencia y opinión adversa no nos afectará gran cosa, si le atribuímos exactamente la misma valía a todos los humanos, independientemente de sus acciones e ideas.

El cristiano o cristiana ‘original’, que se dejaba devorar por el león, podría tener quizás todo el coliseo romano gritando en su contra. Pensaba acaso alcanzar la Gloria; pero lo importante es que cuando evaluaba al prójimo como a sí mismo / misma (y si en realidad lo amaba, todavía mejor) no se sentía inferior ni aun con el desprecio que pudiera tenerle todo un imperio. Ya fuera paseando por la calle o en camino hacia la muerte, su concepto de cuánto valía como ser humano permanecía intacto, y probablemente era mayor su fortaleza interna que la del propio emperador.

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Esa fortaleza de espíritu de una persona extremadamente religiosa, puede también lograrla quien ha aprendido a alcanzar la felicidad mediante “el uso prudente de la razón” (José Martí), que para nosotros incluye el no evaluar la esencia del humano. La religiosidad llevada con inteligencia es muy útil y deseable; pero por sí sola no evita el sentirse inferior. La mayoría de las personas religiosas no alcanzan el grado de fervor de los mártires. Además, en un mismo individuo pueden coexistir la santidad, la psicopatología y las ideas irracionales de inferioridad.

Un ejercicio muy valioso para alcanzar la autoaceptación incondicional, es atribuirle a alguien que detestamos, una valía igual que la de alguien admirado. No es fácil: hubo quien lanzó con violencia el libro, al leer que “por lo tanto, Hitler y Stalin valen igual que San Francisco de Asís”. Fue al rechazar con furia la idea anterior, intentando después su refutación metódica, cuando comprendimos —intelectual y emocionalmente— la lógica de la autoaceptación incondicional.

Para algunos este ejercicio les significa paz y fuerza interna, como una experiencia casi mística, igual que el efecto pacificador de una primera comunión válida para toda la vida: “Desde ahora y para siempre estarás libre de fallas y acciones pecaminosas que te disminuyan; nada ni nadie tendrá el poder de degradar tu valía; ni siquiera tú mismo.”

En nuestra práctica psiquiátrica, con frecuencia damos la asignación de demostrar que Toño Bicicleta vale menos que Madre Teresa o Sor Isolina Ferré. En otra sesión sugerimos al paciente practicar la aceptación incondicional de personas que lo hayan tratado muy mal; incluso —si lamentablemente los tiene— enemigos declarados.

Consideramos la aceptación incondicional de los demás —sobre todo de quienes no tenemos la inclinación de pensar bien— un requisito

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