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El verano del cohete


Enviado por   •  16 de Octubre de 2011  •  Tutorial  •  10.695 Palabras (43 Páginas)  •  680 Visitas

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Crónicas Marcianas

Ray Bradbury

Indice

ENERO DE 1999..................El verano del cohete

FEBRERO DE 1999.............Ylla

AGOSTO DE 1999...............Noche de verano

AGOSTO DE 1999...............Los hombres de la Tierra

MARZO DE 2000.................El contribuyente

ABRIL DE 2000...................La tercera expedición

JUNIO DE 2001...................Aunque siga brillando la luna

AGOSTO DE 2001...............Los colonos

DICIEMBRE DE 2001.........La mañana verde

FEBRERO DE 2002.............Las langostas

AGOSTO DE 2002...............Encuentro nocturno

FEBRERO DE 2003.............Intermedio

ABRIL DE 2003...................Los músicos

JUNIO DE 2003...................Un camino a través del aire

2004-2005.............................La elección de los nombres

ABRIL DE 2005...................Usher II

AGOSTO DE 2005...............Los viejos

SEPTIEMBRE DE 2005......El marciano

NOVIEMBRE DE 2005.......La tienda de equipajes

NOVIEMBRE DE 2005.......Fuera de temporada

NOVIEMBRE DE 2005 ......Los observadores

DICIEMBRE DE 2005.........Los pueblos silenciosos

ABRIL DE 2026...................Los largos años

AGOSTO DE 2026..............Vendrán lluvias suaves

OCTUBRE DE 2026............El picnic de un millón de años

ENERO DE 1999

El verano del cohete

Un minuto antes era invierno en Ohio; las puertas y las ventanas estaban cerradas, la escarcha empañaba los vidrios, el hielo adornaba los bordes de los techos, los niños esquiaban en las laderas; las mujeres, envueltas en abrigos de piel, caminaban torpemente por las calles heladas como grandes osos negros.

Y de pronto, una larga ola de calor atravesó el pueblo; una marea de aire tórrido, como si alguien hubiera abierto de par en par la puerta de un horno. El calor latió entre las casas, los arbustos, los niños. El hielo se desprendió de los techos, se quebró, y empezó a fundirse. Las puertas se abrieron; las ventanas se levantaron; los niños se quitaron las ropas de lana; las mujeres se despojaron de sus disfraces de osos; la nieve se derritió, descubriendo los viejos y verdes prados del último verano.

El verano del cohete. Las palabras corrieron de boca en boca por las casas abiertas y ventiladas. El verano del cohete. El caluroso aire desértico alteró los dibujos de la escarcha en los vidrios, borrando la obra de arte. Esquíes y trineos fueron de pronto inútiles. La nieve, que venía de los cielos helados, llegaba al suelo como una lluvia cálida. El verano del cohete. La gente se asomaba a los porches húmedos y observaba el cielo, cada vez más rojo. El cohete, instalado en su plataforma, lanzaba rosadas nubes de fuego y calor. El cohete, de pie en la fría mañana de invierno, engendraba el estío con el aliento de sus poderosos escapes. El cohete creaba el buen tiempo, y durante unos instantes fue verano en la tierra...

febrero de 1999

YLLA

Tenían en el planeta Marte, a orillas de un mar seco, una casa de columnas de cristal, y todas las mañanas se podía ver a la señora K mientras comía la fruta dorada que brotaba de las paredes de cristal, o mientras limpiaba la casa con puñados de un polvo magnético que recogía la suciedad y luego se dispersaba en el viento cálido. A la tarde, cuando el mar fósil yacía inmóvil y tibio, y las viñas se erguían tiesamente en los patios, y en el distante y recogido pueblito marciano nadie salía a la calle, se podía ver al señor K en su cuarto, que leía un libro de metal con jeroglíficos en relieve, sobre los que pasaba suavemente la mano como quien toca el arpa. Y del libro, al contacto de los dedos, surgía un canto, una voz antigua y suave que hablaba del tiempo en que el mar bañaba las costas con vapores rojos y los hombres lanzaban al combate nubes de insectos metálicos y arañas eléctricas.

El señor K y su mujer vivían desde hacía ya veinte años a orillas del mar muerto, en la misma casa en que habían vivido sus antepasados, y que giraba y seguía el curso del sol, como una flor, desde hacía diez siglos.

El señor K y su mujer no eran viejos. Tenían la tez clara, un poco parda, de casi todos los marcianos; los ojos amarillos y rasgados, las voces suaves y musicales.

En otro tiempo habían pintado cuadros con fuego químico, habían nadado en los canales, cuando corría por ellos el licor verde de las viñas y habían hablado hasta el amanecer, bajo los azules retratos fosforescentes, en la sala de las conversaciones.

Ahora no eran felices.

Aquella mañana, la señora K, de pie entre las columnas, escuchaba el hervor de las arenas del desierto, que se fundían en una cera amarilla, y parecían fluir hacia el horizonte.

Algo iba a suceder.

La señora K esperaba.

Miraba el cielo azul de Marte, como si en cualquier momento pudiera encogerse, contraerse, y arrojar sobre la arena algo resplandeciente y maravilloso.

Nada ocurría.

Cansada de esperar, avanzó entre las húmedas columnas. Una lluvia suave brotaba de los acanalados capiteles, caía suavemente sobre ella y refrescaba el aire abrasador. En estos días calurosos, pasear entre las columnas era como pasear por un arroyo. Unos frescos hilos de agua brillaban sobre los pisos de la casa. A lo lejos oía a su marido que tocaba el libro, incesantemente, sin que los dedos se le cansaran jamás de las antiguas canciones. Y deseó en silencio que él volviera a abrazarla y a tocarla, como a una arpa pequeña, pasando tanto tiempo junto a ella como el que ahora dedicaba a sus increíbles libros.

Pero no. Meneó la cabeza y se encogió imperceptiblemente de hombros. Los párpados se le cerraron suavemente sobre los ojos amarillos. El matrimonio nos avejenta, nos hace rutinarios, pensó.

Se dejó caer en una silla, que se curvó para recibirla, y cerró fuerte y nerviosamente los ojos.

Y tuvo el sueño.

Los dedos morenos temblaron y se alzaron, crispándose en el aire.

Un momento después se incorporó, sobresaltada, en su silla. Miró vivamente a su alrededor, como si esperara ver a alguien, y pareció decepcionada. No había nadie entre las columnas.

El señor K apareció en una puerta triangular

- ¿Llamaste? - preguntó, irritado.

- No - dijo la señora K.

- Creí oírte gritar.

- ¿Grité? Descansaba y tuve un sueño.

- ¿Descansabas a esta hora? No es tu costumbre.

La señora K seguía sentada, inmóvil, como si el sueño, le hubiese golpeado el rostro.

- Un sueño

...

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