Feminismo e identidades transnacionales
Alec LigtwoodTrabajo18 de Diciembre de 2019
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FEMINISMO E IDENTIDADES TRANSNACIONALES
Para la siguiente práctica, hemos escogido la temática del feminismo y su relación con el concepto de identidades transnacionales, ya que se trata de una parte muy importante y a tener en cuenta en el ámbito de las relaciones internacionales. Por ello, analizaremos una serie de puntos que tratarán, en la medida de lo posible, de definir de una manera sencilla y breve lo que estos conceptos han significado y significan en esta sociedad global en la que vivimos, así como se realizará un estudio desde su perspectiva ética.
El concepto de feminismo ha ido adquiriendo diferentes interpretaciones a lo largo de la historia y ha sido un movimiento que no ha tenido la misma finalidad en todas las corrientes que han ido surgiendo. A través del tiempo, el feminismo se ha extendido por el mundo y las diferentes culturas y moralidades lo han interpretado a su manera, por lo que ya no se puede concebir el movimiento con una definición precisa sin dejar de lado algún punto de vista. Al fin y a cabo, cada corriente o vertiente del feminismo tiene una meta y un modo de llegar a ella y no tienen por qué ser incompatibles. No podemos mostrar como nos gustaría toda la realidad de este movimiento por su complejidad, pero intentaremos representarla en la medida de lo posible.
Como diría Nuria Varela (2005), encontramos en el siglo XVIII, entonces, los orígenes del feminismo histórico y político, un siglo que destaca por la filosofía ilustrada y por uno de los cambios más relevantes de la política si tenemos en cuenta el contexto sociocultural que conocemos de esa época. En este sentido, fue una etapa marcada por la Declaración de Independencia de Estados Unidos redactada por Thomas Jefferson y por la Revolución Francesa de finales de siglo, una revolución que cambió por completo el sistema gubernamental y de derechos de toda Francia.
Digamos que, en pleno proceso revolucionario francés, el 28 de agosto de 1789, se proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre, un texto que incluía el derecho a la propiedad, el de resistencia a la opresión o el de igualdad jurídica y libertad personal garantizada, entre otros. Es en este momento cuando empezamos a reconocer la figura de personalidades de gran relevancia para el feminismo, como es el caso de Olimpia de Gouges o Mary Wollstonecraft. Efectivamente, la Declaración dejaba muy claro hacia quién iban dirigidos los derechos que en ella se encontraban: a los hombres, única y exclusivamente. Se entiende que no había un uso sexista del lenguaje y, por ello, a las mujeres no se les reconoció ningún derecho.
Sin embargo, las dos mujeres que hemos mencionado anteriormente no se quedaron calladas y redactaron nuevos textos que sí pretendían ceder la titularidad de los derechos al género femenino: Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, escrito por Olimpia de Gouges, y Vindicación de los derechos de la mujer, una creación de Wollstonecraft. De esta manera nació el feminismo en su forma más reglamentada, aunque ambas declaraciones acabaran poniendo fin a la vida de sus autoras y, a su vez, a la llamada primera ola del feminismo.
Posteriormente, ya entrando en la segunda mitad del siglo XIX, aparecen los movimientos sufragistas, liderados por mujeres que pedían aspectos como el sufragio universal, la educación superior o el acceso a cargos de todo tipo, entre otros. En resumidas cuentas, vindicaban la condición de libres e iguales para todos los individuos independientemente de su género. Surgen, en primer lugar, en los países anglosajones, pero con el paso del tiempo se van extendiendo y podemos vislumbrar los primeros atisbos de que realmente las mujeres son un sujeto transnacional de mucha relevancia para la sociedad actual y el curso de las relaciones nacionales e internacionales.
Así, uno de los escritos más importantes de esta época fue la Declaración de Sentimientos, redactada por Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton, dos estadounidenses que sufrieron las desigualdades de la sociedad machista del Londres de la época. De esta manera surge el sufragismo norteamericano, acompañado de manifestaciones y huelgas a través de todo el país. De igual forma ocurrió en Reino Unido, donde después de manifestarse pacíficamente durante mucho tiempo y después de sufrir humillaciones por ello, se rebelaron a través de huelgas de hambre, sabotajes a líderes políticos e incluso bombas e incendios.
Fue sobre todo después de la Primera Guerra Mundial cuando el sufragismo consiguió, en parte, lo que deseaba. Sin embargo, no podemos dejar de mencionar que el sufragismo fue un movimiento de burguesas blancas y que en él no se incluían mujeres negras u obreras, por ejemplo. Sojourner Truth o Flora Tristán fueron las primeras mujeres que hablaron por vez primera de la doble, e incluso triple, exclusión. Con ellas, comienzan a surgir dos vertientes del feminismo, una que busca la igualdad de derechos y otra que pretende cambiar el sistema establecido y terminar con el capitalismo (feminismo socialista).
Después, durante el periodo de entre guerras, muchas mujeres habían conseguido el voto (bajo ciertas condiciones) y hasta habían accedido a la educación, por lo que el movimiento se paralizó en gran medida. Todo hasta que apareció Simone de Beauvoir con su libro El segundo sexo, un estudio sobre la condición de la mujer en el que explica conceptos como el de androcentrismo o el de roles de género. El androcentrismo nos muestra un modelo en el que el hombre es la norma y medida de todas las cosas, mientras que la mujer se supedita a él. De esta forma se impide que la mujer se asuma a sí misma como sujeto y hace que se identifique con lo que el hombre espera de ella. Así, cuando cada género comienza a identificarse con unas características muy concretas, establecidas por la sociedad, entonces podemos hablar de roles de género, entendidos como el papel y la función que se desempeña en una comunidad según seas hombre o mujer. De todos modos, los roles de género no se dan únicamente en sociedades androcéntricas, sino que en mayor o menor medida aparecen en todas las existentes. No podemos olvidar que, en este documento, estamos analizando un estudio, sobre todo, teniendo en cuenta sucesos ocurridos en Occidente, pero debemos ser conscientes de las distintas realidades que ha habido y hay alrededor del mundo.
Comienza, tras Simone, la tercera ola del feminismo. Ahora ya ha terminado la Segunda Guerra Mundial, los hombres vuelven a sus hogares y las mujeres empiezan a tener problemas de salud. Betty Friedan se encarga, pues, de explicar este fenómeno en su Mística de la feminidad y con la creación de la National Organization for Women (NOW). Según dice, las mujeres se sienten insatisfechas en el sistema que les ha tocado vivir y a través de estas dos iniciativas pretende que las mujeres mejoren su estilo de vida centrándose en temas de ámbito personal. Con ella aparece el feminismo liberal, que describe la situación de la mujer como una desigualdad, no como una explotación u opresión. Desde esta perspectiva, se deseaba que las mujeres fueran consideradas tan “humanas” como los hombres y así poder incluirlas en la interpretación de la Declaración de Derechos Humanos de 1948, redactada por la nueva organización de Naciones Unidas. Para ello era necesaria la desvinculación del sexo biológico del ámbito del género, entendido ahora como una construcción sociocultural. En palabras de Zalewski (2018), “un futuro justo sería uno sin género”.
Desafortunadamente, aunque parece que los derechos fundamentales se empiezan a cumplir tras este movimiento del que hablábamos anteriormente, sigue habiendo problemas sobre todo en el ámbito doméstico. Hablamos, por primera vez, del concepto de patriarcado, un sistema de dominación del hombre sobre la mujer que se produce en todos los ámbitos, y del movimiento de liberación de la mujer, guiado por manifestaciones en contra de la cosificación de la mujer y por la creación de centros de mujeres maltratadas, de defensa personal e incluso guarderías. El nuevo feminismo de índole radical intenta cambiar el día a día de las mujeres y las guía hasta su liberación. No tendría nada que ver, pues, un patriarcado con un matriarcado, como diría Peggy Sanday (2002, en Kottak, 2011), quien afirma que, por lo general, en las sociedades matrilineales (con línea de descendencia femenina) y matrifocales (donde el lugar de residencia escogido es el de la madre), las mujeres poseen papeles destacados en la economía y la vida social, pero sin tratar de que los hombres se subordinen a ellas. Por ejemplo, para las minangkabau de Indonesia, aunque controlan la herencia de las tierras, todas las decisiones de su comunidad deben decidirse por consenso, teniendo en cuenta tanto a hombres como a mujeres.
En conclusión, hasta los años 90, reconocemos las dos corrientes feministas que protagonizaron las relaciones sociales, el feminismo liberal y el radical, pero no podemos olvidar que no solo ha habido movimientos sociales y feministas durante la historia, sino que estos han ido acompañados de políticas y discursos por parte de los diferentes sujetos y actores que han participado en ella.
Por ejemplo, mencionábamos anteriormente la función de una organización tal como la de Naciones Unidas para la creación de una nueva Declaración de Derechos Humanos que pudiese ser aceptada e interpretada por la gran mayoría
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