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El Malestar


Enviado por   •  12 de Marzo de 2014  •  1.966 Palabras (8 Páginas)  •  196 Visitas

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La obra no es un solo de un tema sociológico.

El tema principal es el irremediable antagonismo entre las exigencias pulsionales y las restricciones impuestas por la cultura.

En anteriores publicaciones no había sido claro para Freud evaluar claramente el papel cumplido en las restricciones propias de la cultura (impuestas desde afuera); en general el papel cumplido en estas restricciones por las influencias interiores y exteriores, así como sus efectos recíprocos, hasta que sus investigaciones sobre la psicología del yo, lo llevaron a establecer la hipótesis del superyó y su origen en las primeras relaciones objetales del individuo. Por lo que en los capítulos VII y VIII se dedica a indagar y dilucidar la naturaleza del sentimiento de culpa y Freud declara su propósito de situar al sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural y sobre ello se edifica la segunda de las cuestiones colaterales tratadas: la de la pulsión de destrucción. Sobre esto, se dice que hasta que Freud no estableció la hipótesis de una “pulsión de muerte” (en varias obras, no solo este ensayo), no salió a la luz una pulsión agresiva independiente, que era secundaria y derivaba de la primaria pulsión de muerte, autodestructiva. En este trabajo esto es válido, pero acá el énfasis recae mucho más en las manifestaciones exteriores de la pulsión de muerte. James Strachey.

I

Freud empieza a relacionar la discusión sobre la religión como ilusión, pues un amigo le ha indicado que la religión es un sentimiento que prefería llamar sensación de “eternidad”, sin límites y sin barreras que prefería llamar oceánico, el cual es puramente subjetivo.

Al respecto, Freud considera que no puede descubrir en sí mismo ese sentimiento oceánico, que no puede medirse fisiológica o científicamente y que más bien por asociación puede considerarse como un sentimiento de atadura indisoluble, de la copertencia con el todo del mundo exterior. Cita a Christian Dietrich para ejemplificar: “De este mundo no podemos caernos”. En su criterio, no puede convencerse de tal sentimiento, pero por ello no impugna su efectiva presencia en otros.

Señala que la idea de que el ser humano recibiría una noción de su nexo con el mundo circundante a través de un sentimiento inmediato dirigido ahí desde el comienzo mismo suena extraña y se entrama mal en el tejido de nuestra psicología que parece justificada una derivación psicoanalítica. Normalmente no tenemos más certeza que el sentimiento de nuestro sí-mismo, de nuestro propio yo. Este yo aparece autónomo, unitario y deslindado de todo lo otro. Que esta apariencia es un engaño que el yo más bien se continúa hacia adentro, sin frontera tajante, en un ser anímico inconsciente que designamos “ello” y al que sirve como fachada. Pero hacia fuera el yo parece afirmar unas fronteras claras; las cuales parecen desvanecerse en el enamoramiento, porque el enamorado asevera que yo y tu son uno y está dispuesto a comportarse como si así fuera. Señala entonces Freud que lo que puede ser cancelado por una función fisiológica, naturalmente tiene que poder ser perturbado también por procesos patológicos. La patología -dice Freud- nos da a conocer gran número de estados en que el deslinde del yo respecto del mundo exterior se vuelve incierto o en que los límites se trazan de manera efectivamente incorrecta; casos en que partes de nuestro cuerpo propio y aun fragmentos de nuestra propia vida anímica -percepciones, pensamientos y sentimientos- nos aparecen como ajenos y no pertenecientes al yo, y otros aun en que se atribuye al mundo exterior lo que manifiestamente se ha generado dentro del yo y debiera ser reconocido por él. Por eso el sentimiento yoico está expuesto a perturbaciones y los límites del yo no son fijos.

El sentimiento yoico del adulto no fue así desde el comienzo, habrá recorrido un con desarrollo que si bien no puede demostrarse, sí puede construirse con bastante probabilidad. El lactante no separa su yo de un mundo exterior como fuente de las sensaciones que le afluyen y aprende a hacerlo poco a poco, sobre la base de incitaciones diversas. Tiene que causarle la más intensa impresión el hecho de que muchas de las fuentes de excitación en que más tarde discernirá a sus órganos corporales pueden enviarle sensaciones en todo momento, mientras que otras -entre ellas la más anhelada: pecho materno- se le sustraen temporariamente y solo consigue recuperarlas reclamando. Así por primera vez se contrapone al yo un “objeto” como algo que se encuentra “afuera” y solo mediante una acción particular es forzado a aparecer. Reconocer ese mundo exterior es la que proporciona las frecuentes e inevitables sensaciones de dolor y displacer, que el principio de placer ordena cancelar y evitar. Nace la tendencia de segregar del yo, todo lo que pueda devenir fuente de un tal displacer, a arrojarlo hacia fuera a forma un puro yo-placer al que ase contrapone un ahí-afuera ajeno, amenazador.

Así entonces, se aprende un procedimiento que mediante una guía intencional de la actividad de los sentidos y una apropiada acción muscular, permite distinguir lo interno -lo perteneciente al yo- y lo externo -lo que proviene del mundo exterior-. Con ello se da el primer paso para instaurar el pincipio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo posterior. El hecho de que el yo para defenderse de ciertas excitaciones displacenteras provenientes de su interior no aplique otros métodos que aquellos que se vale contra un displacer de origen externo, será luego el punto de partida de sustanciales perturbaciones patológicas. Entonces, podría decirse que el yo lo contiene todo, más tarde segrega de sí un mundo exterior, por lo que el sentimiento yoico de hoy es solo una parte de un sentimiento más abarcador, ese sentimiento yoico primario se ha conservado en mayor o menor medida en la vida anímica de muchos seres humanos y acompañaría a modo de un correspondiente al sentimiento yoico de la madurez que es más estrecho y entonces,

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