FILOSOFIA
Enviado por marcoinsurgente • 5 de Mayo de 2013 • 1.929 Palabras (8 Páginas) • 570 Visitas
Sócrates
Tratemos por lo pronto, Laques, de definir con exactitud lo que es el valor; después examinaremos los medios de comunicarle a estos jóvenes, en cuanto sea posible, ya sea por el hábito, ya por el estudio. ¿Di, pues, qué es el valor?
Laques
En verdad, Sócrates, me preguntas una cosa que no ofrece dificultad. El hombre que guarda su puesto en una batalla, que no huye, que rechaza al enemigo; he aquí un hombre valiente.
Sócrates
Muy bien, Laques, pero quizá por haberme explicado mal, has respondido a una cosa distinta de la que yo te pregunté.
Laques
¿Cómo? Sócrates.
Sócrates
Voy a decírtelo, si puedo. Un hombre valiente es, en tu opinión, el que guarda bien su puesto en el ejército y combate al enemigo.
Laques
Es lo mismo que yo digo.
Sócrates
También lo digo yo, pero el que combate al enemigo huyendo, y no guardando su puesto...?
Laques
¿Cómo huyendo?
Sócrates
Sí, huyendo como los escitas, por ejemplo, que no combaten menos huyendo que atacando; y como Homero lo dice, en cierto pasaje, de los caballos de Eneas, que se dirigían a uno y otro lado, hábiles en huir y atacar.{4} [279] ¡Ah! No supone en Eneas mismo esta ciencia de apelar a la fuga con intención, puesto que le llama sabio en huir?
Laques
Eso es muy bueno, Sócrates, porque Homero habla de los carros de guerra en este pasaje; y en cuanto a lo que dices de los escitas, se trata de tropas de caballería que se baten de esa manera, pero nuestra infantería griega combate como yo digo.
Sócrates
Exceptuarás quizá a los lacedemonios, porque he oído decir que en la batalla de Platea, cuando atacaron a los persas, que formaban un muro con sus broqueles, creyeron que no les convenía mantenerse firmes en su puesto, y emprendieron la fuga; y cuando las filas de los persas se rompieron por perseguir a los lacedemonios, volvieron éstos la cara como la caballería, y por medio de esta maniobra estratégica consiguieron la victoria.
Laques
Es cierto.
Sócrates
He aquí por qué te decía antes que había sido yo causa de que no hubieses respondido bien, porque yo te había interrogado mal, puesto que quería saber de ti lo que es un hombre valiente, no sólo en la infantería, sino también en la caballería y demás especies de armas; y no sólo un hombre valiente en todo lo relativo a la guerra, sino también en los peligros de la mar, en las enfermedades, en la pobreza y en el manejo de los negocios públicos; y lo mismo un hombre valiente en medio de los disgustos, las tristezas, los temores, los deseos y los placeres; un hombre valiente, que sepa combatir sus pasiones, sea resistiéndolas a pié firme, sea huyendo de ellas, porque el valor, Laques, se extiende a todas estas cosas.
Laques
Eso es cierto, Sócrates. [280]
Sócrates
Todos estos hombres son valientes. Los unos prueban su valor contra los placeres, los otros contra las tristezas, éstos contra los deseos, aquellos contra los temores, y en todos estos accidentes pueden otros, por el contrario, dar pruebas de cobarde.
Laques
Sin contradicción.
Sócrates
Te supliqué que me explicaras cada una de estas dos cosas contrarias, el valor y la cobardía. Comencemos por el valor. Trata de decirme lo que es esta cualidad, que siempre es la misma en todas estas ocasiones tan diferentes. ¿No entiendes aún lo que digo?
Laques
Aún no lo entiendo bien.
Sócrates
He aquí lo que quiero decir. Si, por ejemplo, te preguntase yo lo que es la actividad que se refiere a correr, tocar instrumentos, hablar, aprender, y a otras mil cosas a que aplicamos esta actividad mediante las manos, la lengua, el espíritu, que son las principales; ¿me comprenderías?
Laques
Sí.
Sócrates
Si alguno me preguntase: Sócrates, ¿qué es esa actividad que se extiende a todas estas cosas? le respondería que la actividad es una facultad que hace mucho en poco tiempo; definición que conviene a la carrera, a la palabra, y a todos los demás ejercicios.
Laques
Tienes razón, Sócrates; está bien definida.
Sócrates
Pues defíneme lo mismo el valor; dime cuál es esta [281] facultad, que es siempre la misma en el placer, en la tristeza y en todas las demás cosas de que hemos hablado, y que no muda jamás, ni de naturaleza, ni de nombre.
Revise los siguientes enlaces:
Sócrates
http://www.webdianoia.com/presocrat/socrates.htm
Manual para redactar citas bibliográficas
http://www.ops.org.bo/multimedia/cd/2008/SRI_8_2008/multimedia/documentos/norma_iso690.pdf
3. Lea el siguiente texto:
Diálogo entre un energúmeno y un filósofo
El energúmeno.— Eres enemigo de Dios y de los hombres; crees que Dios es todopoderoso y que puede dar el don del pensamiento a los seres que quiera; pues te voy a denunciar al [152] inquisidor, y arderás vivo; sé cauto, porque ahora te lo digo por última vez.
El filósofo.— ¿Esos son tus argumentos? ¿De ese modo enseñas a los hombres? Admiro tu carácter apacible.
El energúmeno.— Tendré calma para esperar los haces de leña que has de llevar a tu hoguera. Contéstame: ¿Qué es el espíritu?
El filósofo.— No lo sé.
El energúmeno.— ¿Qué es la materia?
El filósofo.— No lo sé muy bien. Creo que es extensa, sólida, resistente, gravitante, divisible y móvil; pero creo que Dios puede concederle otras cualidades que desconozco.
El energúmeno.— ¡Otras cualidades, traidor! Sé dónde vas a parar; vas a decirme que Dios puede animar a la materia, que dotó de instinto a los animales y que es dueño de todo.
El filósofo.— Pudiera muy bien haber sucedido que concediera a la materia lo que no está a tu alcance comprender.
El energúmeno.— ¡Que yo no puedo comprender, malvado!
El filósofo.— Sí; su poder va más lejos que nuestro entendimiento.
El energúmeno.— Ese es un pensamiento de ateo.
El filósofo.— Pues sin embargo, esta es la opinión de muchos santos padres.
El energúmeno.— Pues ni ellos ni Dios nos impedirá que mueras consumido por las llamas; que ese es el suplicio con el que se castiga a los parricidas y a los filósofos que no son de nuestra opinión.
El filósofo.— ¿Es el diablo que te posee el que te enseñó esa manera de argumentar?
El energúmeno.— ¡Te atreves a ponerme al nivel del diablo!
(El energúmeno da un bofetón al filósofo, y el filósofo se lo devuelve con usura.)
El filósofo.— ¡Venid en
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