Los nuevos rumbos de la didáctica- Rafael Ramirez
Enviado por marijudiful . • 22 de Febrero de 2016 • Resumen • 7.560 Palabras (31 Páginas) • 233 Visitas
Los nuevos rumbos de la didáctica- Rafael Ramirez
1. El proceso de educación en un individuo cualquiera es continuo. Se inicia en el momento de nacer y no termina sino en el preciso instante de morir. Durante todo ese largo camino, el sujeto va aprendiendo. Este aprendizaje, a veces, es hecho sin dirección ni guía, pero en otras ocasiones, como sucede cuando el individuo está en la escuela, recibe cuidadosa dirección. El aprendizaje continuo de que hablamos no consiste, en esencia, sino en la adquisición constante de experiencia que el sujeto va acumulando minuto tras minuto y día tras día, pues la vida es una ininterrumpida serie de momentos de experiencia. Gracias a la experiencia ganada en esos momentos, el individuo va transformándose paulatinamente, es decir, cada nuevo día aparece diferente de lo que fue en los anteriores. Por esto último, quizás, es por lo que muchos educadores consideran el proceso de aprendizaje como un proceso de cambio del sujeto. El viejo decir de "renovarse es vivir" sería más exacto si dijera "vivir es renovarse". Tal cambio en el modo de ver las cosas, de sentirlas o de juzgarlas y en la manera de comportarse, se realiza en virtud de un trabajo interno que puede describirse, en términos generales, diciendo que consiste en sufrir la experiencia, después en interpretarla a la luz de las experiencias anteriores y, luego, en asimilarla, incorporándola a la masa que ya se tiene acumulada en el espíritu, incorporación que no puede efectuarse sino mediante una reorganización total de la experiencia, a fin de que la nueva encuentre el sitio más apropiado para encadenarse y para funcionar o actuar cuando la vida reclame su concurso. Como se ve, el aprendizaje es un trabajo que ocurre o tiene lugar precisamente dentro del aprendiz, y por esto mismo pudiéramos decir que nadie puede aprender por otro ni "pasarle" a éste, ya digerida, la experiencia que tiene que aprender. Apoyado en esta idea es como en un libro nuestro hemos dicho a los maestros: "Enseñar era una voz favorita de los educadores del pasado, pero no era usada por ellos en su acepción propia y original de señalar rutas para la actividad mental o física, sino con la significación postiza de impartir o dar instrucción, es decir, "pasar" a otro lo que uno ha aprendido. Por tradición, la palabra ha llegado hasta nosotros con ese contenido tuerto, pues entendemos ordinariamente por enseñar, instruir a alguien, esto es, darle la ciencia ya elaborada, o como dice vulgarmente la gente, "meterle en la cabeza" los conocimientos perfectamente hechos y convenientemente organizados, dispuestos y listos para almacenarse en las bodegas interiores sin más trámite. Esta concepción errónea que los maestros tenían de la enseñanza originó, sin duda, esa teoría educativa curiosa y extraña conocida con la expresión de doctrina de la receptividad y que también podría denominarse doctrina de la pasividad. Según esta teoría, el alumno, durante el proceso del aprendizaje, había de permanecer inmóvil, quieto, inactivo, pendiente de las palabras del maestro, de cuyos labios fluía la sabiduría que llenaba poco a poco su alma, tal como paulatinamente se llena el cántaro con el chorro cristalino de una fuente. Rajo la influencia de semejante concepción, una metodología de la enseñanza que ponía énfasis sólo en el proceder del maestro, olvidando por completo el comportamiento del aprendiz, se desenvolvió lozana e hizo rápidos progresos. Regulaba con detalle nimio la actividad del profesor, señalándole durante el curso de la clase, uno tras otro, los diversos pasos que tenía que dar, diciéndole en qué forma debía ilustrar sus lecciones y aconsejándole los experimentos que tenía que hacer, a fin de que las referidas lecciones fueran bien asimiladas. La actividad del maestro era realmente grande, variada y múltiple, pero en contraste, en frente de ella se manifestaba la completa quietud exterior y la absoluta pasividad interna de los alumnos. Frecuentemente, más a menudo de lo que deseaban, los maestros comprobaban, con gran desilusión, que aunque vertían con incansable afán la ciencia en la mente de los niños, el recipiente permanecía vacío o se llenaba con desesperada lentitud. Esta desilusión, sufrida no una sino miles de veces, acabó por rebelarlos en contra de las prácticas tradicionales que venían siguiendo. Fue entonces cuando comenzaron a fijarse en que el aprender es cosa que sólo puede hacer el aprendiz y no el maestro; se fijaron también en que el alumno aprende realmente sólo cuando ha sido galvanizado —como dice un educador— en interés, atención y esfuerzo en relación con un hecho, una situación o una actividad de valor indiscutible, y dedujeron el preciso y sabio principio de que el mejor modo de enseñar las cosas a los niños era empeñarlos en aprenderlas por sí mismos. En efecto, las cosas más valiosas que los niños saben son aquéllas que ellos mismos han aprendido. La humanidad misma ha adquirido su sabiduría más valiosa por medio de la experiencia diaria, y si esto es así, parece natural que los maestros hayan ideado una nueva doctrina capaz de guiar más certeramente su actividad docente. Denominaron a la nueva teoría "doctrina de la actividad", actividad no en relación con el maestro sino referida expresamente al comportamiento de los alumnos. "El aprender, lo repetiremos una vez más, es una cosa activa que corresponde sólo a los alumnos, y únicamente mediante esta cosa activa es como las actitudes y los hábitos se forman, las habilidades y destrezas se adquieren, se gana la información científica y el carácter se construye". Esto decíamos entonces, pero a fe que nos faltó agregar que mucho ha adelantado la didáctica, sobre todo en los últimos cuarenta años. Ahora los maestros están ya muy lejos de pensar como los antiguos dómines, pues un conocimiento más amplio y más profundo del alma infantil y de la psicología del aprendizaje les ha permitido avanzar con más seguridad sobre el sendero de una mejor enseñanza. El empleo cada vez más extendido de métodos activos tales como el de los centros de interés, el de proyectos y el de problemas, así como el de los otros tipos de métodos globalizadores de la enseñanza, indica con toda claridad que todos los educadores progresivos están haciendo persistentes esfuerzos para encontrar el mejor modo de enseñar, pero ¿en qué consiste ese mejor modo de enseñar? El mejor modo de enseñar será aquél que más se aproxime y ajuste al modo como trabaja la mente de los alumnos que tienen interés o necesidad de aprender algo. Los métodos acabados de citar no son apenas sino pasos que se aproximan bastante a esa meta, y por eso mismo se consideran buenos; pero debe sin duda haber otros mejores: aquellos en que el ajuste entre el proceso de enseñar y el de aprender sea lo más perfecto posible.
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