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CuENTO FANTASTICO


Enviado por   •  28 de Noviembre de 2012  •  1.611 Palabras (7 Páginas)  •  610 Visitas

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CUENTO FANTASTICO

La cabina era para Tere su segunda casa. Sólo le faltaba el olor. Montreal no tenía el perfume denso de la isla, ese efluvio sensual a frutas maduras que se mezclaba con el aroma sexual del mar. Pero en el locutorio sonaba la música que le recordaba las playas, los bosques de palmeras, las piñas coladas, los bailes agarraditos al ritmo de la bachata.

Iba a aquella hora no porque hubiera poca gente, sino porque era la adecuada para conectarse, teniendo en cuenta el desfase horario con Santo Domingo. Se sacrificaba de comer para hablar con él y Melquíades, el encargado del locutorio, le dirigía una sonrisa amable cuando entraba, le señalaba su mesa, salía del mostrador de troncos de cocotero y le clicaba la clave de entrada con el ratón.

- Qué, cariño, otra vez a platicar con tu amorcito

- Sí, otra vez.

- Se nota que lo quieres. ¡Qué suerte tiene! ¡Una chica tan guapa! Yo me venía.

Gladis era bonita. Oscura de piel, una blanca que era un poco negra en cuanto al cuerpo, de cabellos como el carbón, boquita ancha y enormes ojos. Se movía despacio, con cadencia sensual, haciendo bailar sus amplias caderas, como si escuchara salsa.

- Aquí lo tienes. Que te vaya bien, bonita.

El progreso era extraño. Se habían acostumbrado a él ellos, que apenas sabían nada. Primero los teléfonos, luego los móviles, después esas comunicaciones por Internet que tenían la ventaja de que les permitía verse las caras.

Gladis esperó con ansia, fija la vista en la pantalla gris del ordenador, hasta que lo vio aparecer en imagen, sentarse en una silla, encararse, hablarle.

- ¿Me estás viendo bien, Gladis, mocita?

- Te veo, Pablo. Te veo.

- ¿Cómo me encuentras?

- Te encuentro muy flaco. ¿Y a mí?

Acercaba la cara a la cámara de video y oía a Pablo reírse a doce mil kilómetros más allá, separado por el Atlántico.

- No te acerques tanto a la cámara, que te deforma, mi niña. Estás guapísima, guapa de verdad, amorcito

- ¿Me quieres?

- Claro, por supuesto. Claro que te quiero.

- ¿Y de verdad que estoy guapa?

- Enormemente guapa, hermosa. Se nota que te dan bien de comer tus señores, que te dan pollo.

- Aquí comen mucho pescado, Pablo.

- ¿Cómo te va?

- Al principio es duro. Las costumbres son distintas, la gente es fría y te mira con desconfianza algunos, otros con desprecio. Pero en general bien. La señora es amable, pero seria, y no te deja respirar.

- ¡Pobre mi niña!

- Pero tiene unos chiquillos preciosos, y con ellos me llevo muy bien. Me gusta vestirlos, me gusta bañarlos, llevarlos de la mano hasta el colegio.

- Veo que estás hecha una mamaíta.

- Me entreno para cuando tengamos nosotros.

- Pero para eso hay que estar juntos, muy juntos.

- Te echo tanto de menos, Pablito.

- No será tanto. Que con lo linda que eres alguien te irá detrás. ¡Pero como me entere, lo rajo!

- No miro a nadie, te lo juro. A nadie.

- ¿Ni a los compatriotas?

- Ni siquiera voy a bailar. Ellos se reúnen, me dicen que vaya con ellos. Pero no quiero. Si no es con mi Pablo, ¿para qué quiero bailar la bachata?

- ¿Y te pagan bien?

- No tanto como creía. Me dejan dormir en su casa, y me dan de comer, con lo que el dinero es limpio, para meter en el banco y para pagar las conferencias.

- ¿Por qué no pones la boquita en la pantalla, que quiero besarte?

- ¡Ay! ¿Estás tonto?

- Hazlo y será como si nos diéramos piquito.

- Me da vergüenza, Pablo, que Melquíades mira.

- ¿Quién es ése?

- El encargado del locutorio.

- Un besito.

-¡Pesado!

Tere transigió. Acercó la boca a la cámara, casi rozó el objetivo con su boca, hizo ruido de beso y vio por el monitor la boca deformada, los dientes irregulares, de su amado. ¡Si también se pudieran tocar, además de verse, sería perfecto!

- ¿Te gustó?

- Tonto.

- Tonta tú.

- ¿Y tú qué haces?

- Lo de siempre. En la isla no hay trabajo. A veces me cogen en algún hotel. Los fines de semana, sobre todo.

- Me doy cuenta aquí de lo poco que trabajamos. Aquí la gente trabaja de una forma enorme. Tendrías que ver Barcelona. La gente va como loca por la calle, hacia el trabajo. ¡Unas ansias por llegar a la oficina que no se entiende!

- Es otra forma de vida. Yo no sé si me acostumbraría.

- Podrías venir. Lo he estado pensado. Hablé el otro día con Marita y cree que puede encontrarte trabajo. Le dije lo bien plantado que eres, lo bien hablado e instruido, y me dijo que quizá haga algo y puedas meterte en una residencia.

- ¿Y eso qué es? Me suena mal la palabra.

- En donde meten a los viejos para cuidarlos.

- ¿No los cuidan los hijos?

- Cuando los padres son muy, muy viejecitos, no. Ya

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