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En la vida diaria, a menudo creamos referencia utilizando expresiones que provienen de un campo para decir de otro. Esta intencionalidad referencial tiene en la metáfora uno de sus dispositivos predilectos


Enviado por   •  24 de Febrero de 2017  •  Documentos de Investigación  •  6.624 Palabras (27 Páginas)  •  322 Visitas

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Campo, lenguaje y formación

Alfonso Cárdenas Páez*

Introducción

En la vida diaria, a menudo creamos referencia utilizando expresiones que provienen de un campo para decir de otro. Esta intencionalidad referencial tiene en la metáfora uno de sus dispositivos predilectos; así, la noción de campo se justifica desde el discurso cotidiano tal como lo muestran las metáforas ontológicas y espaciales que transforman las palabras en lugares o en cosas (Lakoff & Johnson, 2004). De hecho, el nombre ‘inteligencia’ procede metafóricamente de la consideración de un lugar interior desde el cual se puede leer. Asimismo, buena parte de los elementos gramaticales tiene carácter espacial y, en ese horizonte, se forman sustantivos, verbos, adverbios, preposiciones y perífrasis verbales.

La razón de ese proceder parece estar en que los seres humanos necesitamos estribos, siendo el principal el que nos provee el espacio; esta coordenada se ha convertido en tema de interés que revela una nueva mirada del acontecer humano. Los efectos sincrónicos de la mirada espacial nos permiten tejer redes, afianzar posiciones y generar tensiones que, aunque extrañas en el universo global y abstracto donde reinaba la verdad, lo son menos en los contextos actuales en que nos movemos. De hecho, el espacio afecta las concepciones de educación en lo que ella tiene que ver con agentes, prácticas y discursos; la educación es un campo de tensiones donde ocurre el proceso pedagógico de formación.

Este es, grosso modo, el territorio donde vamos a movernos en esta presentación; en ella, trataremos de relacionar la noción espacial de campo de Bourdieu con la arquitectónica de Bajtín (1986b) para echar algo de luz sobre el papel del lenguaje en la formación del sujeto. Con este propósito, la noción de campo es más bien un pretexto para ventilar la organización espacial de la propuesta de Bajtín, en la cual, además de la arquitectónica, aparece la extraposición como categoría organizadora de la manera como entramos en relación con el mundo y con el otro.

En este sentido, no se trata de situar la pedagogía en el orden de inteligibilidad de la lingüística o cualquiera otra de las disciplinas aledañas; la intención es ponerla en el campo del lenguaje y atinarle a una cartografía que permita comprender la práctica social del sentido en que ella se mueve.

1. Campo intelectual y campos del sentido

El campo intelectual de la educación tiene varias aristas de interés; además de la metáfora espacial (Díaz, 1993:10) que le sirve de apoyo, la ideologización correspondiente y la aparición del lenguaje parecen ser componentes de la espacialización que ha ocurrido en la educación y en la ciencia , así como una crítica de la hegemonía del tiempo y de las ideologías como soporte del poder.

Un indicio de lo que acabamos de decir corresponde al hecho de que cuando se toma distancia de las ciencias de la educación y se siguen los lineamientos de la pedagogía, esta se espacializa y, al mismo tiempo, se ideologiza, permitiendo que sean muchos los ojos que se fijen en ella de modo que tal abundancia enriquezca la perspectiva desde la cual es vista; la muestra son los complejos de poder que han transformado la educación en arena de lucha política entre posiciones de agentes, instituciones y discursos y el interés que han despertado las prácticas y los discursos pedagógicos, como constantes del campo de poder de la educación.

Los efectos de esa visión espacial se hacen sentir en el lenguaje y en el sujeto; ambos son efectos de cierta dispersión. Por eso, cuando hablamos de lenguaje no nos referimos a la facultad universal sino a un fenómeno de sentido abierto que ocurre en contextos de alteridad definidos, tiene apoyo semiótico y teje redes de enunciados interdiscursivos, en situaciones sociales definidas. Tampoco incurrimos en la tentación de confundir el lenguaje con la lengua como es usual en el discurso pedagógico oficial y oficioso. Con respecto al sujeto, el espacio obliga a tomarlo como cuerpo situado en un espacio donde todo está dado y disperso y el sujeto no tiene otra forma de darse que a través de posiciones y relaciones siempre múltiples. De este modo, el campo es una noción relacional que ofrece pistas para analizar las fuerzas sociales, recoger las tensiones de lo heterogéneo, para ordenar lo disperso, así como señalar tomas de posición y advertir oposiciones, en la tesitura de una gran metonimia espacial basada en la coexistencia y la simultaneidad, cuya ley es la colisión, y su evidencia la diferencia no indiferente.

En esas condiciones, el orden lo impone el discurso que relaciona, dispone, propone y enuncia. Por eso, ejerce poder porque irrumpe en el espacio, para modificar y alterar la superficie, establecer jerarquías y dar una nueva visibilidad a las cosas. El discurso le otorga principio y fin a las cosas, establece cortes sobre ellas, opera para objetivarlas de una manera particular. Entonces, el lenguaje es una mediación en la cual las palabras proferidas asumen el horizonte del discurso del otro y, por tanto, no son neutras ni totalmente objetivas. En otros términos, el horizonte del lenguaje es esa capacidad de extraposición que no solo nos ubica en el lugar del otro sino también en el deseo de matar al padre.

El discurso es una forma de espacialidad social cuya sintaxis se expande metonímicamente para hacer visibles los detalles y nexos entre las cosas que ocupan un lugar en el espacio y que, a veces mediante malabares lógicos, se elevan a la categoría de esencias; para ello, se apropia de formas semióticas que, por lo general, son siempre los signos lingüísticos, los más visibles, pero en otras circunstancias la resolución discursiva se da bajo forma de indicios, señales, gestos, marcas, huellas, íconos, símbolos, que representan cuerpos, sensaciones, emociones, deseos, afectos, intereses, distancias, posiciones, imaginarios, valores.

Esta diversidad nos indica que el ser humano es un ser de fronteras que, como lo afirma Bajtín (1997), vive en los límites del mundo de la vida y el mundo de la cultura; desde esta instancia, cabe diferenciar dos grandes campos de sentido: lógico y analógico.

1.1 Los campos del sentido

El sentido es una toma de distancia de las instituciones del significado: orden, poder, verdad, realidad, objetividad y un intento de superar el estatismo de los sistemas, para sorprender en los procesos discursivos la diversidad de signos, la duplicidad del conocimiento, la interacción comunicativa, fenómenos que competen a una transdisciplina que podríamos denominar semiolingüística, cuya comprensión dejamos, por ahora,

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