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Historia literaria y pedagogía de la literatura

NO EXISTEDocumentos de Investigación21 de Julio de 2017

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Historia literaria y pedagogía de la literatura

Roberto RetamoSO

Como ha sido señalado reiteradamente, la pedagogía de la literatura contemporánea ha sido “modelada" por la historia literaria. Con esto queremos decir que ha sido esta disciplina singular, nacida en la época de la constitución y emergencia del historicismo europeo, la que proveyó de sus principios y categorías teóricas y metodológicas a la pedagogía de la literatura desde fines del siglo XIX. Por ello, para poder analizar puntualmente las formas de esa incidencia epistemológica y metodológica, es necesario previamente

caracterizar los rasgos distintivos de la historia literaria en tanto . ܡ ܢܝ

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que disciplina.

En tal sentido, puede decirse que tanto el Idealismo como el Romanticismo-fundamentalmente en sus manifestaciones de origen germánico- fueron las tendencias filosóficas y culturales que sentaron las bases para el surgimiento del pensamiento historicista. Pensamiento que, así como por una parte introduce la conciencia de la historicidad del conjunto de las relaciones, experiencias y realizaciones de los seres humanos, por otra parte discrimina el orden de la historia general o universal respecto del orden de las historias nacionales. En ese plano, las historias nacionales se conciben como el proceso de afirmación de determinadas identidades nacionales, que se articulan a partir de una lengua nacional y se organizan jurídica y políticamente en un estado nacional. Desde esa perspectiva, la literatura se concibe como el conjunto de las manifestaciones que expresan o representan dicho proceso, nutriéndose de esa lengua materna para emerger como el discurso que encarna, de manera emblemática, la sustancia misma de la nacionalidad.

Podría decirse, de manera sucinta, que semejante concepción de la literatura es la que caracteriza sobre todo al Romanticismo en

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sus distintas vertientes. No obstante ello, el punto de vista historicista habría de persistir a lo largo del siglo XIX, imponiéndose asimismo en el campo de las investigaciones y de la filosofía llamadas “positivistas”. Así, estas investigaciones aunaban la perspectiva histórica con el saber naturalista, sosteniendo un determinismo que intentaba explicar a la literatura a partir de diversas determinaciones externas, como la raza, el medio o el momento histórico, tal como lo formulara Hipólito Taine.

De ese modo, el siglo XIX europeo aparece como el ámbito específico donde se desarrollan las diversas manifestaciones del historicismo filosófico, político y literario. Manifestaciones que suponen, además, un conjunto de supuestos operantes en el modo de concebir la naturaleza de los acontecimientos o fenómenos estudiados, dado que el historicismo se estructura sobre una serie de Criterios y enfoques que actúan como verdaderos articuladores de Su discurso. Así, la dimensión histórica de los fenómenos estudiados se piensa generalmente como una suerte de desenvolvimiento lineal y sucesivo de los mismos, según una lógica de tipo genético y causal que afirma la primacía de lo que se revela como el origen de ese desenvolvimiento. Junto con ello, a la literatura se le asigna generalmente el rol de representar y expresar al conjunto de los factores que constituyen la esencia de tales procesos de desarrollo histórico, como pueden ser los factores geográficos, temporales, etnológicos y lingüísticos.

Tales criterios y supuestos operantes en las concepciones historicistas son los que nutrieron a la Historia Literaria en tanto que disciplina autónoma. Desde sus orígenes, la Historia Literaria se propone estudiar a la literatura como la manifestación privilegiada del desenvolvimiento histórico de las diversas nacionalidades, y por ello la concibe como un objeto de naturaleza eminentemente histórica. Pero además, al compartir la visión expresiva y representativa de la literatura, le asigna el papel de símbolo o de signo de una exterioridad que la constituye en la misma medida en que la trasciende. Por esa vía, naturalmente, la literatura termina Subordinándose en su configuración y en su funcionamiento respecto de la “realidad" histórica que -se cree-le confiere tanto su significación y su sentido como su valor estético e ideológico.

Si ésos son los supuestos sobre los que opera la Historia Lite

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raria, es porque además se apropia de un conjunto de nociones y categorías de procedencia filosófica, poética y estética con las que tramará su peculiar discurso. Así, se destacan como categorías fundamentales de la Historia Literaria las tradicionales categorías de Autor, Generación, Obra, Género, Escuela, Movimiento o Período Histórico. Con ellas pretenden establecerse las diversas unidades del sistema analítico e interpretativo propio de la disciplina, que se articulan según una lógica de cuño aristotélico. De ese modo, las menores unidades de reconocimiento y análisis como la novela, el poema o el cuento son integradas en ciertas categorías englobantes como la obra e incluso el género, para arribar al nivel mayor de unidad -la literatura- a través de sus especificaciones témporoespaciales: lo regional, lo nacional, lo universal. Al autor-demiurgo, genio o médium según los casos- le corresponde el papel de creador en el proceso genético del fenómeno literario, papel que también puede ser subsumido en categorías englobantes como las de generación, escuela o movimiento.

En consecuencia, en la Historia Literaria como disciplina. Se reconoce un sistema de categorías que se articulan según una lógica que privilegia las relaciones de identidad. Esa lógica permite agrupar los objetos estudiados mediante procedimientos de inclusión y exclusión, según parámetros que tienden a integrar, en categorías más o menos generalizantes, series o conjuntos de textos que se identifican desde medidas y valores impuestos exteriormente sobre dicho conjunto textual.

Cuando a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX las escuelas de Occidente adoptan la perspectiva de la Historia Literaria como perspectiva pedagógica hegemónica en la enseñanza de la literatura, generan tanto un conjunto de prácticas discursivas diferenciadas cuanto un conjunto de efectos significantes de importancia estratégica en el ámbito de la actividad escolar.

Porque al adoptar esa perspectiva, por un lado introducen un discurso específico que media la relación de conocimiento y aprendizaje de los alumnos respecto de la literatura, y por otro generan como efecto una relación de distanciamiento e incluso de "alienación" respecto del objeto de estudio. Por consiguiente, la constitución de semejante dispositivo de saber no podía dejar de suscitar la consideración problemática de sus mecanismos y de sus alcan

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Jes, Consideración que encontramos en algunos trabajos relevantes que habremos de comentar seguidamente.

a) La Historia Literaria en la escuela o la constitución de un metalenguaje

En su artículo “Reflexiones sobre un manual", Roland Barthes define a la Historia Literaria como una “lengua metaliteraria" cuyos objetos serían diversos “monemas” o unidades mínimas de significación. Tales objetos serían, según Barthes, los autores, las escuelas, los movimientos, los géneros y los siglos. Sobre estos nombres, un número limitado de rasgos o predicados vienen a combi

12 ISC.

Así, la lengua “metaliteraria” o el metalenguaje de la Historia Literaria supone además una combinatoria que constituye una verdadera “gramática”, la que produce una serie de “individuaciones estereotipadas" que pueden repetirse en cualquier circunstancia. De ese modo, la “frialdad retórica” puede oponerse a la “sensibilidad", del mismo modo que “las fuentes” a la “originalidad", y así siguiendo. Se trata, en consecuencia, de una “estructura elemental", conformada a partir de un repertorio básico de unidades mínimas cuya combinatoria ofrece, no obstante ello, múltiples posibilidades.

Obviamente, uno de los efectos que produce el uso de ese metalenguaje es el del relevo de la literatura por su sucedáneo escolar, el manual de historia literaria. Pero además, Barthes señala que la historia literaria se constituye necesariamente sobre la base de un conjunto de censuras: la de las clases sociales, la de la sexualidad, la del propio concepto de literatura, la de los diversos lenguajes sociales. Si las dos primeras han sido señaladas reiteradamente desde las diversas perspectivas críticas que han denunciado su existencia, las dos restantes, por el contrario, requieren de una especificación mayor. Respecto de la censura del propio concepto de literatura —que, en tanto que elisión, se vuelve altamente significativa- señala Barthes que “jamás está definido en cuanto concepto, ya que la literatura en esas historias es en el fondo un objeto

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- - ". Cfr. Barthes, Roland: «Reflexiones sobre un minual», en El susurro del lenguaje,

f 一う Barcelona, Paidós, 1987.

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que se da por supuesto (el subrayado es nuestro)". En cuanto a la censura de los lenguajes, se trata, según Barthes, “de una censura manifiesta que los manuales hacen sufrir a los estados de la lengua alejados de la norma clásica". Esta censura lingüística remite a lo que Barthes denomina el "clásico-centrismo", o ideal clásico de ༄༽

lengua, que se sostiene no sólo en parámetros estrictamente gramaticales sino también políticos e ideológicos (el ideal clásico de

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