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LOS NIÑOS COMO PERSONAJES DE LA LITERATURA PERUANA


Enviado por   •  22 de Julio de 2021  •  Trabajo  •  3.076 Palabras (13 Páginas)  •  220 Visitas

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INSERCIÓN DE ELEMENTOS EN LA HOJA[pic 3]

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LOS NIÑOS COMO PERSONAJES DE LA LITERATURA PERUANA

La aparición de ¿Qué tengo de malo?, el nuevo libro de relatos de María José Caro, invita a recordar a los narradores peruanos que abordaron la infancia.

Por Gabriel Meseth[pic 4][pic 5]

¿Existe la infancia feliz? La escritora María José Caro cree que no. Al menos, no en la ficción. No es el mejor lugar donde se ha estado, ni el tiempo pasado que fue mejor y al que muchos añoran volver. “La infancia es la etapa que te marca para toda la vida. La infancia son los pequeños fracasos, esas imágenes que permanecen sin ser del todo comprendidas. Los psicólogos llaman a ello asimetría hedónica: la felicidad dura poco; lo que duele es más difícil de borrar”, explica.

Desde el arriesgado ejercicio de introspección que implica un libro de memorias, o la sumersión en los recuerdos más íntimos a partir de la (auto)ficción, la evocación de la infancia en la narrativa peruana ha revelado aquellos puntos de inflexión que despertaron la vocación creativa. Además, ha supuesto una oportunidad de redimir traumas personales o fantasmas familiares que advierten las fracturas de un país.

*RECUERDOS DE PROVINCIA*

Durante el Primer Encuentro de Narradores Peruanos, celebrado en Arequipa en 1965, José María Arguedas inauguró su ponencia con un recuerdo de su infancia. Una confesión en la que se identifica el origen de sus esfuerzos por dar a conocer el mundo andino en su obra, y a la que se asoman los demonios interiores que alimentarían su depresión suicida. “Yo soy hechura de mi madrastra —pronunció—. Como a mí me tenía tanto desprecio y tanto rencor como a los indios, decidió que yo había de vivir con ellos en la cocina, comer y dormir allí”.

El maltrato que sufrió en sus primeros años lo convertiría en testigo privilegiado de la vida indígena. Arguedas conoció el Perú a través de la vida, en una niñez que “pasó quemada entre el fuego y el amor”. Durmiendo en una batea para amasar harina, sobre pellejos y arropado con una frazada sucia, fue adoptado por los sirvientes con quienes “pasaba las noches conversando y viviendo tan bien que si mi madrastra lo hubiera sabido me habría llevado a su lado, donde sí me hubiera atormentado”.

Estas vivencias le permitirían descubrir “la incontenible, la infinita fuerza de las comunidades de indios”, como también la crueldad de los terratenientes. Aprendería el amor y el odio al visitar la estancia de Viseca, en la provincia de Lucanas, para luego viajar por todos el Perú, donde atestiguaría tanto la esclavitud todavía imperante como la nobleza de la cultura andina.

La hacienda de Lucanas es el telón de fondo de un cuento devastador, “Warma Kuyay”, que relata el primer amor de Ernesto, sobrino de un hacendado, también protagonista de la novela cumbre de Arguedas, la elegíaca Los ríos profundos. El niño contempla desde lejos a la bella Justina, que cuando canta hechiza a los sirvientes de la estancia. El cariño de Ernesto rivaliza con el del novillero Kutu, a quien Justina corresponde. Pero hay una amenaza mayor: don Froylán, el patrón, violenta a la muchacha. El abuso confronta a Ernesto con dos sentimientos desconocidos, el odio y la venganza. Tras incitar a Kutu a desquitarse a latigazos con los becerros de don Froylán, Ernesto es vencido por un arrepentimiento que lo lleva a correr hasta el establo para recuperar su inocencia. “Ahí estaba Zarinacha, la víctima de esa noche; echadita sobre la bosta seca, con el hocico en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su cuello; la besé mil veces en su boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes. […] Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa quebrada madre, alumbró mi vida”.[pic 6][pic 7]

“Warma Kuyay” pertenece a una tradición de la ficción breve peruana, en estrecha relación con los retratos de la infancia en provincia. A partir de un lenguaje barroco propio del modernismo, “El caballero Carmelo” revive el álbum familiar durante esos años felices que pasó Abraham Valdelomar en su natal Pisco, e identifica la aparición de la tristeza con el último combate de su héroe: un viejo gallo de pelea.

En cambio, “Paco Yunque”, una denuncia social de Vallejo (según su esposa Georgette, se publicó de manera póstuma por el rechazo de su editor por considerarlo “demasiado triste”), encierra toda la inequidad y el racismo del Perú en un aula. El miedo del protagonista por “la primera vez que venía a un colegio y porque nunca había visto a tantos niños juntos” es azuzado por las matonerías de Humberto Grieve, hijo del gerente de la compañía ferroviaria, para quien los padres de Paco trabajan. Sirviéndose del silencio encubridor de las autoridades escolares, Grieve aprovecha sus ventajas para humillar al niño pobre. Pese a los intentos de su compañero de carpeta por hacerlo reaccionar, Paco Yunque asume su inferioridad como lo natural.

Esta visión de la infancia en el Perú suele conectar con una realidad histórica. Ocurre en “El niño de junto al cielo”, de Enrique Congrains, sobre las promesas y desilusiones que depara la ciudad, vistas a través de un niño provinciano que se encuentra un billete de diez soles tirado en la calle. El contexto es recurrente en la narrativa de la generación del 50: el desborde popular en una capital industrializada. Esa “bestia de un millón de cabezas” que, cínica y corrupta, mata la ilusión.

*EL MUNDO DE AYER*

Quizá ningún autor peruano ha logrado asir la infancia como Alfredo Bryce Echenique con su primera novela, Un mundo para Julius (1970). Espejo de la familia de banqueros a la que pertenecía el autor, el libro fue concebido en el París de mayo del 68. La distancia oceánica permitiría a Bryce retratar el Perú desde una perspectiva innovadora: la sensibilidad de un niño que va descubriendo las brechas abismales que separan a su estirpe de los olvidados.

La mirada fascinada de un chico para quien el mundo entero se halla dentro del palacio de la avenida Salaverry donde nació cubre con una pátina de ternura el irreverente comentario social en torno a los privilegios de la aristocracia más rancia. En medio de los correteos por los jardines y los juegos al interior de la carroza del bisabuelo presidente de la República, Julius transita entre la opulencia de su familia y los cuarteles de la servidumbre, que eran “como un lunar de carne en el rostro más bello”. El amor de Julius se divide entre Susan Linda, la mamá frívola, que escapa de la realidad circundante bajo el efecto de los somníferos; y Nilda, la nana que maravilla al niño con sus historias de la selva, convertida en una segunda madre por el cariño incondicional que le profesa.[pic 8][pic 9]

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