La Gourmet
Enviado por alucardcruzlujan • 4 de Junio de 2012 • Ensayo • 1.793 Palabras (8 Páginas) • 396 Visitas
Gourmet
Diego Salas
En serio, Luisa, esto era innecesario. Hubiera sido suficiente con un café y un panecito. Sí, te acepto una copita de tinto. Ay, es que con este clima como que se antoja, ¿verdad? Un vinito y un quesito de cabra, de ese que venden en Superama. Muchas gracias. Uy, qué rico está, Luisa, ¿qué reserva es? Vaya, no creí que la 2006 tuviera tan buena cepa. Cuando te vuelva a ver, yo te traigo uno que descubrí en Italia, es siciliano, excelente vino, para combinarlo con un buen filete mignon o el que se te antoje. Pero para qué te estoy diciendo esas cosas si ya vi que tú eres una experta; con ese aroma que sale del horno, vuelves carnívoro hasta a Shayá Michán.
¿Tenemos que hablar de eso ahora? La verdad es que la cena pinta deliciosa y no me quiero amargar la noche recordándola. Bueno, tienes razón, si no arreglamos ese asunto ahora, no vamos a disfrutar el vino como se merece. Pero te advierto que no sé luchar contra la nostalgia, o sea, sé luchar contra la pobreza, contra el desencanto, y hasta contra las necedades de mi padre, pero no contra la nostalgia. Si de repente me invade, no me da tiempo ni de decir agua va. Nada más me trabo y lloro. No te preocupes, no te lo digo para que me abraces si me llegara a pasar; pero cuando menos saca unas servilletas para que me limpie los mocos.
Aún yo no sé quién es / lo que deben saber mis pies / la siguen como las ratas / a la flauta de Hamelin / para perderla después…
Luisa, no inventes, ¿cómo sabes que esa canción me fascina? La primera vez que la escuché estábamos en Poza Rica, ella y yo. Ella había ido a un congreso de medicina y a mí me daba curiosidad conocer la ciudad. Así que nos hospedamos en un hotel de cinco estrellas; era lindísimo, con ocho pisos y lleno de balcones, en donde yo me la vivía por las tardes hasta que la iba a alcanzar a la universidad; de ahí al resto, a comer algo. Bueno, creo que el hotel me pareció divino porque, en primer lugar, tenía aire acondicionado y el calor de la ciudad es espantoso; en segundo lugar, porque ahí dejó de aburrirme el sexo. O sea, el sexo en general. Ay, qué rara me siento hablando de esto contigo, justo contigo, Luisa. Sí, yo entiendo que todo esto fue su última voluntad, y ni modo que ni siquiera tengamos la decencia de cumplirle un deseo tan simple como ése.
…Y yo qué sé / dónde va, dónde vive / y todo está mal / y siempre es igual…
¡Pero qué delicia! ¿Cómo le hiciste para que te quedara toda la piel tostada y con ese juguito? Antes de que me vaya, recuérdame pedirte la receta, por fa. Es que soy malísima para recordar los nombres de condimentos y las cantidades. ¿Me puedes pasar ese pedazo de pierna? Muchas gracias.
Pues sí, te decía. Antes de ir a Poza Rica no le encontraba ninguna gracia al sexo. Todo me aburría, hasta el sexo oral. Lo que pasa es que todas con las que había estado, eran muy toscas, como atrabancadas. Les ponía los labios suavecito, así para que se humedezcan con el aliento de sus labios, y sácatelas, ya te estaban metiendo la lengua como si estuvieran limpiando la tarja de la cocina con sosa cáustica; o me echaba a la cama, con ellas encima, las tocaba tantito y parecía que les apretaba el on, y se ponían a restregarse en todas partes como uno de esos cochecitos de pila. Oye, en serio wow con esta pierna, ¿eh? La consistencia de la grasita te quedó impecable, y la carne se deshace en la boca. No te preocupes, con esa lechuga es suficiente. Sería una pena llenarme de ensalada con este manjar. Perdona, a veces me distraigo fácilmente. Pues te decía que mi experiencia con los besos y los arrimones fue horrible hasta que estuve con ella en Poza Rica. Te debo confesar que sí nos vimos algunas veces antes, pero siempre tratamos de no forzar las cosas; como lo nuestro había comenzado con una buena amistad, habría sido una pena tirarlo todo a la basura por un revolcón cualquiera. Por eso nos dimos tiempo, de hecho, yo creo que demasiado tiempo para ella. Recuerdo que ya se estaba desesperando. O a lo mejor se estaba acostumbrando. Quién sabe. El caso es que se le notaba cada día menos la alegría cuando nos veíamos. El día que nos besamos fue algo increíble. Yo estaba en el balcón, mirando las torres de Pemex, y ella se acercó y me dijo que debía hablar conmigo, que como íbamos a pasar varias noches en el mismo hotel, más valía saber a lo que ella se atenía y a lo que yo me debería atener, pues seguramente más de una vez nos íbamos a emborrachar y luego, de no aclarar las cosas, iba a haber malos entendidos inevitablemente. Ella me miraba con una cara de perrito faldero que no te puedes imaginar. Ah, perdón, tienes razón, se me olvida que estoy cenando con “el amor de su vida”. Pues nada, al verla con esa cara de mujerona vulnerada, me dio emoción, y no sé,
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