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Leer Para Aprender


Enviado por   •  21 de Febrero de 2014  •  1.236 Palabras (5 Páginas)  •  304 Visitas

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El SUEÑO DEL GATO ALBERTO

El sábado me encontré con el gato Alberto. Estaba sentado en el borde de la vereda de su casa, con la mirada fija en el agua que corría junto al cordón.

- ¡Buen día, Alberto! –le dije suavemente, para no asustarlo- ¿Cómo estás?

Parecía hallarse en otro mundo, observando una carrera de hojitas secas que navegaban como veleros. Al oírme, levantó su cabezota y dos grandes lágrimas se le cayeron, haciendo ¡toc, toc! sobre un barquillo de papel que pasaba delante de él.

- ¡Estoy muy triste! –contestó, refregándose los ojos varias veces.

- ¿Por qué lloras? –le pregunté, preocupado.

Me contó que hacía tiempo que estaba buscando trabajo, porque quería ahorrar dinero y comprarse una bicicleta con canasto... ¿Para qué con canasto? Para cumplir el sueño de toda su vida: ser repartidor de leche y alimentar a todos los gatitos del barrio.

Así, un día pidió trabajo en un quiosco de revistas, para ayudar a separar los diarios. Otro día estuvo en un supermercado donde ofrecían un puesto para cuidar los carritos. Otro día se presentó en el correo, para pedir que le dejaran pegar -con su lengua- estampillas en los sobres...

Pero el tiempo pasó y no lo llamaron de ninguno de los lugares en que había estado. Llegó el sábado y Alberto, desconsolado, abandonó la idea de buscar trabajo y, llorando, se sentó junto al cordón de la vereda de su casa.

Fue en ese momento que yo lo encontré y me senté a su lado para animarlo.

Alberto era un gato muy inteligente y trabajador; no sabía por qué no conseguía trabajo en ninguna parte, pero yo tenía que averiguarlo y alentar a mi amigo a que realizara su sueño, porque para eso están los amigos.

- ¡Te voy a ayudar! –le dije-. Pero primero tenemos que saber por qué nadie te quiere dar trabajo. A ver... ¿eres desobediente?

- ¡No! –gritó, ofendido.

- ¿Dices palabras feas?

- ¡Nunca...! –me contestó enseguida.

- ¿Eres limpio? ¿Te lavas todos los días?

- ¡Claro que sí !: ¡a la mañana, a la tarde y a la noche!

Yo no podía entender cómo un gato obediente, bien educado y limpio tenía tan mala suerte. Me quedé un rato como él, con la mirada puesta en el agua, que seguía corriendo y arrastrando hojitas y papeles. En ese momento pasó un perro conocido, haciendo gambetas con una pelota y lo saludó.

- ¡Hola, Tito! ¿Vienes a jugar un partido? Nos están agua-guardando en la canchita.

- No, gracias –contestó Alberto, disimulando sus lágrimas.

El perro se fue, haciendo equilibrio con la pelota sobre la cabeza.

Al rato, apareció un gran sapo verde y negro, con guantes de arquero, que también se acercó a nosotros.

- ¡Hola, Fus-Fus! Apúrate, que ya va a empezar el partido.

- No... Otro día –respondió Alberto, empujando con una uña un palillo marrón que había chocado contra un fósforo de madera.

El sapo se fue por una esquina, dando saltos cada vez más altos.

Yo seguía pensando y re-pensando por qué mi amigo no conseguía trabajo, pero al mismo tiempo sentía una cosa rara y no sabía qué era. Algo me tironeaba del pantalón y, al mirar hacia abajo, vi que una tortuga se esforzaba por subir al cordón. Apoyando dos patitas sobre mi zapato derecho, le gritó a Alberto, para que la escuchara bien.

- ¡Buen día, Maullido! ¿Me acompañas a la canchita? Hoy tenemos el partido, ¿te acuerdas?

- Sí... Me acordé, pero no me siento bien para jugar. Por favor, diles a los chicos que la semana próxima voy a ir...

La tortuguita se bajó de mi zapato y siguió muy, muy lentamente.

De pronto, se me ocurrió una idea.

¡ Alberto! –lo tomé a mi amigo de una pata- ¿Cómo te llamó el perro, el que te saludó primero?

- Me llamó Tito.

...

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