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Apologia De Socrates


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2012  •  2.072 Palabras (9 Páginas)  •  345 Visitas

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Otfried Höffe, “Breve Historia ilustrada de la filosofía, el mundo de las ideas a través de 180 imágenes”.

¿POR QUÉ FILOSOFAR?

Esperamos de la filosofía que plantee preguntas fundamentales para darles respuestas igualmente fundamentales. En efecto, la filosofía se ocupa de cuestiones de principio que urgen, incluso, a toda la humanidad y pueden concentrarse en tres interrogantes decisivos: 1) ¿Qué es la naturaleza y qué podemos saber de ella? 2) ¿Cómo debemos vivir en cuanto individuos y en cuanto comunidad? 3) ¿Qué debemos esperar de una buena existencia, en esta vida o en la futura?

A estas preguntas se suman otras que preocupan a épocas concretas, como la relación entre razón y revelación o la relativa a si existe un progreso en la historia.

Algunos tienen a los filósofos por personas ajenas a la vida real. Sin embargo, quien examine más en detalle esas preguntas que ellos plantean y que afectan a la humanidad en general descubrirá enseguida cuestiones parciales o subordinadas que nada tienen de ajeno a la realidad: 1 a) ¿Hay una materia originaria o básica constitutiva de la totalidad de la naturaleza?; ¿existe eso que significa la palabra «átomo» en sentido literal: un componente último e indivisible de la naturaleza? 1 b) ¿Es la naturaleza espacial y temporalmente infinita, o, por el contrario, finita y, por tanto, obra de un creador, de una divinidad?

Es posible que estas preguntas no tengan relevancia existencial, pero no cabe duda de que las siguientes sí la tienen: la cuestión referente 2a) al bien y el mal y 2 b) a la libertad, sobre todo la libertad de la voluntad, y 2c) la que inquiere por la justicia del derecho y el Estado.

Para terminar, también queremos saber 3 a) si nuestro bienestar, la felicidad, depende de nuestro buen comportamiento, de una vida moralmente buena: ¿es rentable la honradez moral o, por el contrario, la persona honrada es, en definitiva, un tonto? 3b) Y, en el caso de que la compensación no se dé «en esta vida», ¿hay esperanza de un alma inmortal, una vida eterna y una recompensa en el más allá?

Aunque es posible eludir estas preguntas, resulta difícil negarlas. Así pues, tenemos derecho a decir que es necesario filosofar. La filosofía no quiere hechizar el mundo en que vivimos ni darle una hondura mística. Tampoco crea ilusiones, sino que busca, más bien, respuestas convincentes a ciertas preguntas básicas que apenas podemos evitar. Es cierto que en esa búsqueda puede verse obligada a alterar el horizonte de expectativas de las respuestas y, en más de una ocasión, incluso las propias preguntas.

En sentido estricto y riguroso, la filosofía es relativamente joven y, según los datos de las fuentes transmitidas, no tiene mucho más de dos milenios y medio. Sin embargo, las preguntas inevitables se plantearon mucho antes y se siguieron tratando también posteriormente fuera de la filosofía.

Por consiguiente, es necesario disponer al menos de una segunda razón para filosofar: la filosofía comienza a desarrollarse allí donde la gente se siente insatisfecha por la manera en que se han planteado esas preguntas o cómo se les ha dado respuesta hasta entonces. A partir de un descontento fundamental, de una crítica radical, se establece un nuevo estilo de preguntas y respuestas, un nuevo modo de abordar la realidad y hablar de ella.

Los filósofos no suelen narrar, en general, aquello que los griegos llamaban «mitos»: historias sobre dioses y héroes o sobre el principio y el orden tanto de la naturaleza como de la sociedad. Tampoco apelan a una revelación religiosa, a una palabra de Dios o a una transmisión, una tradición. Aunque se ocupen de todo ello, trabajan exclusivamente con los medios de la razón humana común: con conceptos (idóneos), con razonamientos y argumentos (explicativos y no contradictorios) y con experiencias elementales, por ejemplo la de que existe un mundo poblado por seres diversos y que entre ellos hay ciertos seres vivos capaces de hablar y pensar. Los filósofos buscan en esos tres «medios»—el concepto, el argumento y la experiencia—una validez amplia, a menudo incluso universal. Pero aunque no la consigan, se espera que obtengan al menos la «hermana menor» de esa validez: una posibilidad de comprobación general.

Dado que cada uno de esos tres medios filosóficos existe en múltiples formas, la filosofía amplía pronto su campo de acción para buscar una relación ordenada. Los griegos llamaban «logos» tanto a los conceptos como a los argumentos y, muy en especial, a su orden y su forma verbal. El elixir de la vida de la filosofía es el logos, con sus cuatro facetas: el concepto, la argumentación, el orden «lógico» y el lenguaje.

El lenguaje convierte el filosofar en diálogo e, incluso, en polémica, en discusión, tanto con los contemporáneos como con los grandes filósofos de la historia. En efecto, la filosofía no está compuesta por un tesoro de verdades eternas, sino que consiste en una búsqueda realizada con otros y contra otros, sin que en ese proceso podamos dar por supuesto un progreso lineal.

Pero los conceptos y los argumentos surgen ya en la vida cotidiana; y lo mismo podemos decir de las ciencias. Así pues, para que la filosofía sea algo peculiar, se requerirá un tercer motivo: se llega a filosofar en aquellos casos en que alguien reúne el valor suficiente y, al mismo tiempo, desarrolla la capacidad debida para llevar al límite ciertas preguntas fundamentales planteadas en la existencia diaria o en las ciencias—«¿qué es lo correcto?», «¿qué es algo en concreto?»; y, tanto para una como para la otra cuestión: «¿porqué?»—.

En ese caso, sin embargo, no tardaremos en movernos a unas alturas en que quizá sintamos vértigo. Filosofar significa, por tanto, aprender a no sentir vértigo cuando pensamos; no de forma necesaria y absoluta, pero sí en la mayoría de los casos.

Otra imagen nos aclarará la peculiaridad de la filosofía: quien pregunta «¿por qué?» se adentra en la cuestión en que los filósofos calan con cada vez más hondura—de manera radical, en el sentido literal de la palabra, pues se introducen bajo la superficie y buscan las raíces del asunto en cuestión—. En tales casos, nada se sustrae a sus penetrantes preguntas sobre el qué y el porqué, pues cuestionan hasta lo más obvio, incluida

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