Contrato Social
Enviado por ashleyjazure • 25 de Marzo de 2014 • 4.102 Palabras (17 Páginas) • 180 Visitas
El ensayo comienza con una frase absolutamente rompedora (y revolucionaria para su época): “El hombre ha nacido libre, y por doquiera está encadenado”. Rousseau parte de la base de que la libertad es un concepto, ya no solo natural, sino inalienable, por eso cualquier relación basada en el dominio de unos hombres sobre otros sería ilegitima para el ginebrino.
El Contrato Social parte de que la dominación se suele sustentar, al menos en sus inicios, en la fuerza y una vez ésta se consolida se trata de transformar en derecho para buscar su perpetuación. Empero, este derecho es contradictorio, o inestable, en el sentido que el único motivo por el que obedecen los demás es porque temen la fuerza del jefe, así que si apareciera otra fuerza superior a ésta ya no encontrarían sentido para seguir obedeciendo a la primera. De modo que, no se está hablando de derecho (u ordenamiento jurídico), sino de una relación de dominación basada en la fuerza. De hecho, uno de los aspectos que más trabaja Rousseau es el de la legitimación, por lo que ésta cobra especial importancia en las instituciones que propone.
Es vital diferenciar entre el sometimiento de una sociedad y regir una sociedad, porque la voluntad de aquellos que someten a los demás será siempre la suya particular, por lo que no existirá cuerpo político alguno que pueda guiarse bajo las directrices de una voluntad general. De esa manera, ya explicada la necesidad de asociación entre los hombres para poder darse un buen gobierno, se llega al capítulo VI del libro I. Dicho capítulo se encarga de explicar los principios básicos por los que se debe constituir el Contrato Social.
Lo primero que se destaca es que el llamado estado de naturaleza se torna incapaz de superar las adversidades que se le presentan, por lo que se hace necesario que los hombres se organicen de otro modo, para que de esta manera puedan poner en común sus fuerzas. El Contrato Social es el mecanismo ideal para poder canalizar tal disposición de fuerzas y guiarlas en la búsqueda de la felicidad. La cláusula básica sobre la que se asienta este contrato es la enajenación total de todos los derechos de cada asociado a la comunidad. De esta manera, si la entrega es total a la comunidad, será idéntica para todos, por lo que los intereses individuales (egoístas) tenderán a desaparecer. Además, hay que añadir que este tipo de enajenación dota de solidez al pacto, de modo que cada asociado no podrá reclamar sus antiguos derechos, ergo ganará mucho más.
El resultado del pacto es “un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea”, y es este principio del que recibe la razón de ser el acto de constitución. El Soberano, por tanto, corresponde a la totalidad de miembros de la asociación y encauzará la acción que nacerá de este cuerpo (la totalidad) y que podrá plasmarla mediante varios actos. Hay que destacar la relación entre los Súbditos (sometidos a las leyes) y el Soberano, ya que los primeros se encuentran comprometidos frente al Soberano y respecto de otros particulares que al igual que ellos se encontrarán integrados en el pacto. Así pues, se debe entender el cuerpo político (Soberano) como el conjunto integrado por todos los miembros que forman parte del pacto, y por lo tanto no podrá ir contra sus intereses, a pesar de que una persona de manera individual puede “creer” que sus intereses difieren de los da la comunidad. Por ese motivo, se necesita que exista un compromiso que sea plenamente garantizable por el resto de los ciudadanos. Ya que resulta insolidario pretender disfrutar de los derechos del ciudadano (participantes de la autoridad soberana) sin acarrear con los deberes del súbdito. Si estos intereses individualistas triunfaran supondrían la muerte del cuerpo político.
El resultado de este pacto, y el abandono del estado de naturaleza, es el estado civil, en el cual, aunque se hayan tenido que renunciar a las prerrogativas del estado de naturaleza (perdiendo la libertad natural), se ganará la libertad civil y la propiedad de todo cuanto posee.
Libro II: Capítulos 1 – 12
Rousseau plasma con precisión un principio básico de su gobierno en la siguiente frase: “sólo la voluntad general puede dirigir las fuerzas del Estado según el fin de su institución, que es el bien común”. Es ese acuerdo, de todos, el principio que debe regir la acción del Estado. Un Estado, en donde la meta debe ser el bien común, no el particular, ni la realización individual, lo que al fin y al cabo derivaría en diferencias.
El ejercicio de esta voluntad, es decir la soberanía, no podrá ser nunca enajenada, en tanto en cuanto que es el pilar fundamental sobre el que se sostiene la sociedad. Del mismo modo, como dicha soberanía es general y corresponde a un cuerpo único, conformado por la totalidad de las voluntades encarnadas en una común, es además indivisible. Esta voluntad general de la que habla Rousseau siempre debería perseguir la utilidad pública. Sin embargo, el pueblo puede ser engañado, y a través de artimañas podría adoptar decisiones que le perjudicara, ya que es obvio que de otra manera no lo haría. El motivo del engaño podría responder a intereses egoístas o sectarios de pequeños grupúsculos o camarillas de gente que solo aspiraría a su propio beneficio. Porque es prioritario distinguir entre la voluntad general (el interés de la sociedad en su conjunto) y la voluntad de todos (una mera suma de voluntades individuales).
En el momento en que aparecen pequeños grupos que abogan por defender sus propios intereses, afirma Rousseau que ya no habrá tantos votantes como hombres, sino como asociaciones que se hayan constituido. Es inevitable aquí resaltar el siniestro paralelismo con los actuales partidos políticos, que tienen unos intereses, en muchas ocasiones, separados del resto del electorado. Así en las instituciones del Estado que quedan copadas por dichos partidos no se representan más que a ellos mismos. El mayor peligro es que una de estas asociaciones llegue a tener un tamaño considerable, y pueda imponerse sobre las demás. En ese momento se estaría hablando de la imposición de una voluntad única, ajena a la general.
El pacto social requiere, por tanto, de una soberanía, que es inalienable e indivisible y que tiene un poder absoluto sobre las personas que conforman el cuerpo político. No obstante, Rousseau, por supuesto, atiende
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