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Cuando Quiero Llorar No Lloro


Enviado por   •  28 de Junio de 2013  •  2.783 Palabras (12 Páginas)  •  705 Visitas

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Una novela actual: Cuando quiero llorar no lloro de Miguel Otero Silva

María del Carmen Porras

Universidad Simón Bolívar

Escrita en 1970, cerca de cuarenta años atrás, quizás sea ésta la narración de Miguel Otero Silva que más tiene que decirle, que con mayor claridad y contundencia le habla a la Venezuela de hoy y a un grupo generacional en especial, la juventud, que en poco tiempo se ha convertido en protagonista de la actualidad nacional (*). Y no sólo me estoy refiriendo a los movimientos que surgieron en el año 2007, a raíz de lo sucedido con el canal de televisión RCTV, sino también a las informaciones y cifras que aparecen diariamente en la crónica roja del país, así como al cada vez mayor número de venezolanos jóvenes que toman la decisión de emigrar hacia otros territorios.

Y es que, como ya ha sido afirmado por Nelson Osorio (**), profesor chileno que vivió unos cuantos años en este país y que realizó, para mí, la lectura más atinada de esta novela, para comprenderla a cabalidad hay que comenzar por su hasta cierto punto enigmático título, que contiene una frase aparentemente sin lógica: “Cuando quiero llorar no lloro”. La frase cobra coherencia al leerla en su contexto original, el poema “Canción de otoño en primavera” del poeta nicaragüense Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro,/ ¡ya te vas para no volver!/Cuando quiero llorar no lloro…/ y a veces lloro sin querer…” estrofa inicial y que se reitera a lo largo del poema tres veces para, en la cuarta ocasión, cerrarlo con el añadido del siguiente verso: “!Mas es mía el Alba de oro”. Para Osorio, el título da la clave para hacer una lectura que no coloca como eje de la novela a la violencia, lectura bastante usual de esta obra, sino a la juventud y el objetivo –o no—de su natural rebeldía. Y es un buen argumento el que presenta Osorio cuando señala que, si abordamos la novela desde la perspectiva de la violencia y no de la juventud, el título carece de sentido. Pero habría que señalar que si dejamos de lado la violencia, tampoco se comprende la visión escéptica con respecto a la capacidad revolucionaria de la juventud, pues es a través de la violencia, como veremos, gratuita, que se expresa esa rebeldía innata de los jóvenes en la novela.

Cuando quiero llorar no lloro, pues, habla, en realidad de la juventud y la violencia, insistiría que en este orden; de la juventud y su impulso luchador que muchas veces deriva en acciones de calle, furia, enfrentamiento del peligro sin un por qué preciso y claro. La novela cuenta la historia de tres jóvenes que han nacido el mismo día, el 8 de noviembre de 1948, poco antes del derrocamiento de Rómulo Gallegos y que reciben el mismo nombre, Victorino, dado que quienes se los colocan se guían por el santoral. Los vamos a conocer, como apunta el subtítulo que engloba a la segunda parte de la novela y que es la central, el día en que alcanzan su mayoría de edad: “Hoy cumple Victorino 18 años”. El día es, pues, 8 de noviembre de 1966. La única diferencia entre los tres Victorinos será su origen social, pues hasta la primera sílaba de sus apellidos es idéntica: Pérez, el de clase baja, es un conocido y temido atracador; Perdomo, el de clase media, es universitario y miembro de una célula de guerrilla urbana y que, como el primero, también comete atracos, pero para financiar la lucha armada contra el recién establecido régimen democrático y Peralta, el de clase alta, es un famoso patotero caraqueño que como los dos anteriores roba pero para probarse el poder que tiene sobre los demás. Aunque esta parte de la novela transcurre, como ya se dijo, en un solo día, el uso de múltiples técnicas narrativas nos permiten conocer los hechos más resaltantes de las cortas vidas de estos tres personajes, hechos que están hermanados por la decepción, la incomprensión y la tristeza en cada caso: para Victorino Pérez, la niñez fue un escapar de la escuela y soportar las “pelas” del padre, cuando aparecía, generalmente borracho, por el humilde hogar; para Victorino Perdomo, ser niño fue leer y soñar con convertirse en pirata, para rescatar al padre, preso por sus ideas políticas; para Victorino Peralta, destruir las fiestas infantiles a las que era obligado a asistir, para demostrar su inconformidad con los ritos familiares. Esta niñez se continuará, en los tres casos, en una adolescencia rebelde, rebeldía que expresa, como vimos, según la clase social en que cada uno nació.

Por lo dicho hasta ahora, se podría suponer que Cuando quiero llorar no lloro resulta una novela oscura, sombría, quizás dura de leer. Pero en ella, Otero Silva despliega toda su capacidad no sólo de narrador, sino de poeta, de dramaturgo, de periodista, de humorista, de escritor, pues, en el sentido total de la palabra. De principio a fin, sin descanso, el autor echa mano a toda una multiplicidad de recursos estilísticos para narrar no sólo las vidas de sus protagonistas y cómo se articulan entre ellas, sino también para contextualizar estos tres destinos en la reciente historia nacional. Diferentes tipos de narradores (omnisciente, primera persona, segunda persona), representación de voces diversas (polifonía), rupturas temporales y espaciales, fragmentación del discurso….Cuando quiero llorar no lloro es magnífico ejemplo de esa narrativa que en los sesenta y setenta buscaba renovar el discurso novelístico latinoamericano y cuyos más conocidos logros son Cien años de soledad (1967), de Gabriel García Márquez, La Casa Verde (1966) de Mario Vargas Llosa y La muerte de Artemio Cruz (1962) de Carlos Fuentes. Permítaseme leer tres fragmentos que dan cuenta del estilo múltiple, digamos, de la narración:

La alegría del patio, en cambio, tiene su origen y sede en la pieza de la derecha, allí habita el maestro albañil Ruperto Belisario, Victorino le dice don Ruperto, en compañía de su mujer, dos hijas y un loro. Se comenta que todos (menos el loro) duermen en el mismo catre, no obstante los aparentes impedimentos morales que van a continuación:

a) don Ruperto no es casado con su mujer;

b) las dos hijas de don Ruperto son mayores de quince años;

c) ninguna de las dos es hija de don Ruperto sino producto de maridos anteriores […].

Así los enumera el padre de Victorino, dedo a dedo, cuando llega a puerto con exceso de tragos en la cabeza, lo cual es pan de cada dos días. Olvida, enredado en su maledicencia alcohólica, que el tampoco está casado con Mamá, como no ha sabido de boda ninguna en esta casa de vecindad (58-59).

Hoy es el santo de Gladys, ya has pasado más de una hora en la piscina, te vas a resfriar, es tiempo de vestirse para. Una pegajosa tarde de aburrimiento y pendejadas gravita sobre Victorino. Llegarán en tropel las

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