Cuando No Tengo La Razón
Enviado por • 21 de Abril de 2013 • 3.637 Palabras (15 Páginas) • 259 Visitas
Cuando lo vi, sabía que debía controlarme, aunque con tan solo decir que lo conocía, vendría hacia mí y me saludaría, aún sin saber mi nombre. Me asombró que fuera guapo, aceptable, y nunca lo había visto por los pasillos, sin duda, sería la nueva atracción, sólo por ser el chico nuevo, y porque estaba comenzando el semestre.
En mi interior, algo me decía que no utilizara mi don con él, así que me dirigí a las listas de alumnos, esperando que a mis amigas y a mí no nos hubiesen separado. Ningún cambio. Por lo menos esperaba de ésto algo bueno. Todavía seguía pensando en eso cuando sentí en mi hombro derecho dos dedos que me tocaron, llamándome. Me volteé para descubrir que quien me hablaba era el mismo chico que hacía un minuto había estado observando.
Y sin querer las palabras salieron.
- No te conosco - dije, y ese escalofrío que siento al afirmar algo recorrió todo mi cuerpo. El chico nuevo, sólo me miró extrañado, dio media vuelta y se fue caminando a paso veloz hacia los sanitarios. Me sorprendió que se fuera, es decir, sólo debió de contestar que yo tenía razón o algo así y presentarse. No irse.
Olvidé el asunto, pero ese día solo me miraba indignado cada vez que cruzábamos miradas.
Desde pequeña, descubrí que tenía algo. Que era especial. Diferente a los demás. Que todo lo que yo afirmaba, era cierto. Si yo decía tener algo, ese algo se encontraba ahí, sin que yo me equivocara. Podía aparecer cosas con tan solo afirmar que estaban en donde yo decía. Tenía, en resumen, la razón. Nunca me equivocaba.
Abrí los ojos y miré el techo. Al fin me había despertado. Moví mi cabeza en dirección al reloj que se encontraba encima de mi buró derecho. 6:50, contaba con diez minutos para llegar a la escuela, y de mi casa hasta ahí, me tomaba cinco minutos en automovil. Claro que por otro lado estaba mi Don y con él llegaría en dos segudos. Con sólo decir que me encontraba en la escuela, aparecería ahí, pero mis papás sabían que yo me iba manejando y al ver el auto en el garage, se preguntarían si habría huído de casa, ya que una vez lo intenté hacer cuando tenía ocho años, y me descubrieron.
Me paré de la cama, bajé las escaleras y tomé las llaves del coche que se encontraban encima de una repisa donde usualmente colocamos papeles importantes. Pasé frente al espejo de la sala y observé que tenía puesto el pijama. Abrí la puerta y me dirigí al garage. Entré al auto, lo encendí y miré el reloj. 6:52. Arranqué y salí de mi vecindario poco a poco; mientras observaba el paisaje, comencé a hablar.
- Tengo mi uniforme puesto, mi mochila está en el aciento del copiloto, mi cara lavada, dientes cepillados y brillantes. Mi cartera está en el bolsillo derecho de mi pantalón. Tengo el cabello suelto, ondulado, con una diadema rosada.
Sentí un gran escalofrío debido a la gran cantidad de cosas que había dicho y afirmado, las cuales en menos de diez segundos se habían materializado ahí, donde no estaban. Llegué a la escuela a las 6:58. Me estacioné, tomé mi mochila y salí del auto. Caminé hacia mis amigas, y sentí como mi pelo castaño ondeaba con el frío viento.
- Hola - dije al acercarme; me miraron y sonrieron - ¿Cómo están? - Ninguna me respondió, solo miraban en dirección a mis pies. Bajé la mirada, aún tenía puestas mis pantuflas - Oh! olvide decir .. perdón, olvidé quitarme mis pantuflas, - comenzaron a reírse - ahora regreso, mis zapatos están en el asiento trasero del auto.
Entré a a la parte trasera y me acomodé. Como había dicho, ahí estaban. - Tengo puestos mis tenis.
Escalofrío y luego, sin mover ni un dedo, en lugar de mis pantuflas estaban mis Vans. Les sonreí. Cuando me bajé, el timbre sonó y mis amigas se adelantaron a entrar. Sin duda el día sería aburrido. Traté de alcanzarlas, pero me quedé atrás y mientras nadie me escuchaba, susurré.
- Tengo mi ipod dentro de la mochila que estoy cargando.
Cuando entré al aula, miré los únicos dos asientos que no estaban ocupados. Uno de ellos se encontraba en buen lugar, justo en el centro del salón, donde no había calor y el otro se encontraba a la izquierda del chico nuevo, junto a la ventana. Sentí un leve escalofrío que recorrió todo mi cuerpo. Uno que no había sentido antes. Me dirigí hacia la segunda opción. Ahí se sentía aún mas lo que afuera congelaba a cualquiera, así que no dudé en susurrar.
- Tengo una chamarra lila en mi mochila.
Saqué el abrigador objeto recién materializado y me tomé todo el tiempo del mundo para ponérmelo. Luego saqué el ipod. Mientras el profesor de matemáticas no se daba cuenta, me puse el audífono izquierdo y seleccioné Virus de Beethoven.; lo cual fue raro, ya que no escuchaba sus composiciones muy a menudo, aunque mi biblioteca musical estuviese repleta de todos los géneros de canciones que puedan existir. Me concentré en el sonido del subir y bajar de las notas mientras miraba ausente hacia un punto del pizarrón. Definitivamente me estaba aburriendo en esa esquina. Volteé por curiosidad al chico nuevo y éste me estaba mirando. Sonrió, y mientras lo hacía, me habló.
- Em, hola - dijo con cautela. Yo me quité el audífono para escucharlo mejor. - mi nombre es Thomas, pero puedes llamarme Tom - sonrió mostranto unos dientes blancos y relucientes, y luego continuó - la chica de mi derecha, - señaló con los ojos a Marie, una de mis amigas - quiere que te de ésta nota.
Extendió la mano que contenía el papel doblado por la mitad.
- Oh, gracias. Me llamo Natalie.
- Natalie, lindo - susurró para sí. Le dediqué una sonrisa que el no pudo ver.
Desdoblé el papel y observé la caligrafía. Demasiado bonita, pensé.
"¿A dónde piensas ir hoy por la tarde?"
Tomé un bolígrafo y justo debajo respondí que pensaba ir a la biblioteca a perder tiempo.
- Tom - susurré-
- ¿Si?
- ¿Puedes devolverle el papel por favor? - pregunté con un tono ligeramente seductor.
- Claro - respondió el chico, sonriendo. En seguida me volteé, coloqué el audífono en su lugar y cerré los ojos. Me concentré en la sonrisa de Tom, y me di cuenta de que apenas lo conocía y ya andaba pensando en él. Así estuve por un rato hasta que miré el reloj. Faltaban veinte minutos de una aburrida clase; nadie notaría si adelantaba el tiempo un poquito. Y mientras el profesor se volteó hacia el pizarrón, susurré.
- La clase terminó. Nadie está mirando sus relojes.
Y me concentré en ver cómo las agujas de todos lo relojes se alocaban y giraban apresuradamente hacia la derecha. En menos de cinco segundos el timbre sonó
...