Filosofia
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CUADERNOS UNIMETANOS
Año I / N° 3 / Abril de 2005 / P. 42-48
EDUCAR EN LIBERTAD Y PARA LA LIBERTAD
Rafael Acosta Sanabria1
Introducción
Educar en libertad y para la libertad es una tarea comprometedora, difícil, exigente y complicada. Los grandes pedagogos han señalado que éste debe ser un objetivo principal de la educación. Pero la práctica educativa está lejos de alcanzarlo. ¿Por qué? Porque tenemos miedo a la libertad; porque vivir en libertad supone asumir la autenticidad como valor humano fundamental; supone también aceptar la autodeterminación, la disensión, la diversidad, la pluralidad, la independencia... y ello no resulta siempre “agradable”. Los educadores tenemos la tendencia de imponer a nuestros educandos no sólo conductas determinadas que consideramos adecuadas, de acuerdo al modelo de ser humano que pretendemos inculcar, sino que impedimos que el educando reflexione y decida sobre su modo personal de ver y entender la realidad que le rodea. Seguimos anclados en el conductismo pedagógico y/o adoctrinamiento pedagógico que no forma, sino que “instruye” a los seres humanos.
La sociedad, de múltiples maneras, condiciona a las personas. La actuación, las ideas y los pensamientos de unos son constantemente tamizados por la crítica de los otros. Muchas personas viven con una fe ciega, sin saber el por qué de las cosas y sometidos a una sumisión constante. Se enseña a obedecer sin espíritu critico, sin libertad y mucho menos sin compromiso voluntario. El ser humano debe poder ejercer su capacidad de razonar y de elegir, sin otro límite que su propia conciencia, respetando, eso sí, las decisiones de los demás y teniendo siempre en cuenta el bien común de la sociedad.
1 Doctor en Filosofía y Letras (Sección Educación). Profesor de la Universidad Metropolitana; Departamento de Humanidades
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Lamentablemente, una actitud frecuente en nuestra sociedad es la de aparentar. La actuación de las personas está sometida al criterio de los otros, al qué dirán, y es difícil encontrar a alguien que actúe pensando por sí mismo, con independencia de los demás. No podemos encubrir la realidad con formas artificiales, como sucede con frecuencia. Cuando una sociedad vive de la apariencia, está sometida a la manipulación de quien detenta el poder, sea éste político, económico, social o religioso. Yo no debo parecerme a… yo debo ser yo mismo. Esto no quiere decir que desconozcamos el buen ejemplo y las virtudes de los otros; simplemente quiere decir que yo debo ser único, porque cada ser humano es único e irrepetible (biológica, psíquica y espiritualmente). Y esto no está en contradicción con la necesidad que tiene todo ser humano de vivir en sociedad; más bien refuerza esa realidad: en la medida en que las personas sepan respetarse y aceptarse, siendo divergentes y distintos, en esa misma medida lograrán una sociedad realmente justa y libre.
La libertad, como explica Fermoso (2000), es una prerrogativa humana, que exige la convergencia de múltiples elementos. En el acto libre actúan solidariamente la inteligencia y la voluntad, que son capacidades específicas del ser humano; la inteligencia, formulando un juicio de valor, la voluntad aprobándolo. El acto libre es un acto vital de un sujeto que sabe aquello que quiere; es el exponente más genuino de la existencia humana, en el que culmina toda la estructura antropológica, en armoniosa síntesis de las dimensiones integradoras del hombre. Nada queda excluido del acto libre; intervienen la apetencia, la cognoscibilidad, el espíritu, los fundamentos biológicos de la personalidad, la afectividad; en una palabra, todo el ser humano.
La libertad y su ejercicio perfeccionan al ser humano, porque es en ella y en su ejercicio donde el hombre verifica aquello que más puede engrandecerle: comprometerse y arriesgarse. En el acto libre el ser humano fabrica su propio ser, al autodecidir respuestas y conductas. En este sentido se afirma que el hombre es una suma de potencialidades y de realizaciones. El ser humano se transforma en el ejercicio de su libertad, porque ésta presupone la racionalidad. El tema de la
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libertad del ser humano, por tanto, es fundamental para pronunciarse sobre el quehacer educativo.
Cada persona debe saber escoger, entre múltiples posibilidades, libre de cualquier coacción o imposición de otros. Quienes educan, enseña Domínguez (1998), deben facilitar los datos, los hechos, pero dejando que cada individuo los interprete a su modo. Imponer las ideas de un modo imperativo es la peor forma de manipular a los seres humanos. Es necesario enseñar a vivir con libertad real y no como un simple enunciado demagógico. Resulta imperioso plantear la cuestión de que la libertad bien entendida, supone que cada individuo debe encontrar, él mismo, las razones para actuar de una manera u otra.
El concepto de persona y la libertad
La educación es una realidad que acaece sólo en los seres humanos, es decir, es una realidad constitutivamente humana. Kant (1996: 73) sostuvo que el distintivo entre el bruto y el hombre radica precisamente en que este último sólo llega a ser tal mediante la educación. La educación se realiza en función y al servicio de la persona humana. El hombre es educable, porque es libre: la libertad del ser humano es el exponente supremo del ser espiritual del hombre. Aunque está condicionada, porque no es absoluta, no está determinada por funciones biológicas, hereditarias, ambientales, etc. Mientras el ser humano goce de esta indeterminación, puede esforzarse en su autocreación, y eso es la educabilidad. El hombre es dueño de sus decisiones y del rumbo de su caminar, y andando hace camino, se perfecciona (Zubiri: 1948).
El concepto de persona podemos entenderlo de dos modos: como principio y como resultado (García Hoz, 1982). Como principio, se entiende que la persona es origen de sus acciones, libre, y por consiguiente responsable. En este sentido, podemos afirmar que es la persona quien se autodirige y se autoeduca. Como resultado, la persona se entiende como consecuencia de factores sociales, biológicos o técnicos, por tanto, no se le puede atribuir libertad ni responsabilidad alguna, ya que la persona humana vendría determinada por tales factores,
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anteriores a ella; en este sentido no existe, por tanto, educación ni libertad. En este trabajo, entendemos a la persona como principio.
La consecuencia inmediata es que la educación de la persona humana, su perfeccionamiento, depende principalmente de ella misma, porque como principio de su actividad, la persona se halla en el origen de sus propios actos, con anterioridad a cualesquiera otros elementos biológicos o sociales, y por ese motivo es responsable de sus acciones y tiene el derecho de autodirigirse
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