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Filosofia


Enviado por   •  15 de Febrero de 2015  •  2.707 Palabras (11 Páginas)  •  218 Visitas

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LA CARTA A GARCIA

«LAS GENTES QUE NUNCA HACEN MAS DE LO QUE SE LES PAGA, NUNCA OBTIENEN PAGO POR MAS DE LO QUE HACEN».

Elbert Hubbard

APOLOGIA

El pasatiempo literario que va a leer usted, amigo, «UNA CARTA A GARCIA»; fue escrito de sobremesa, una tarde, en el corto término de una hora. Pasó esto el 22 de Febrero de 1899, aniversario del natalicio de Jorge Washington y en Marzo del mismo año ya se había publicado en la Revista «Philistine». Fue algo que brotó caliente de mi corazón y lo escribí tras un día gastado en la pesada faena de excitar a infelices sumidos en los limbos de una inacción criminal a que se tornasen hombres auténticos, radiactivos.

Pero la verdadera idea creadora brotó de labios de mi hijo Bert, cuando en eí curso de la conversación entre taza y taza de té, sugirió que el héroe verdadero de la guerra de independencia de Cuba había sido Rowan.

«Si, dijo mi hijo, porque Rowan fue quien en la hora oportuna, culminante, llevó a cabo el hecho

necesario: llevar el mensaje a García».

La frase me hirió como un rayo. Si, exclamé, el muchacho tiene razón; el héroe es siempre aquel que cumple su misión, el que lleva la carta a García. Corrí a mi escritorio y de un tirón de uno a otro cabo, escribí: «UNA CARTA A GARCÍA».

Tan poco caso hice de mi escrito, que fue publicado en la revista sin encabezamiento siquiera.

La edición salió y empezaron a llover pedidos por docena, por cincuenta, por cien ejemplares, de la revista, y cuando THE AMERICAN NEWS CO., pidió mil ejemplares, pregunté lleno de asombro a uno de mis

Momo Ediciones

ayudantes qué era lo que en ese número de la revista levantaba tal polvareda; con asombro oí la respuesta: «Esa historia suya acerca de García».

Al día siguiente recibí un telegrama de George H. Daniels del New York Central Railroad, que decía: «deme el precio de 100.000 ejemplares del artículo de Rowan, en forma de folleto, con un aviso en la portada sobre el Empire State Express, y diga cómo puede hacer la entrega>>.

Contesté dando el precio y avisando que la entrega se le podia hacer en dos años.

Disponíamos de tan pocos elementos, que eso de imprimir 100.000 ejemplares, nos Parecía una empresa temeraria. El resultado fue que di permiso a Mr. Daniels para reimprimir el articulo por su cuenta. Hízolo en ediciones de a medio millón de folletos.

Dos o tres lotes de a 500.000 fueron puestos en circulación y además fue reproducido por cerca de 200 revistas y periódicos y traducido a todas las lenguas vivas.

En los tiempos en que Mr. Daniels distribuía «LA CARTA A GARCIA», vino a los Estados Unidos el Príncipe Kiíakoff, Director de íos ferrocarriles rusos. Y como dicho príncipe fuese huésped del New York Central y saliera a una giro por todo el país bajo la dirección personal de Mr. Daniels, conoció el folleto y se interesó por él más, quizá por ser Mr Daniels quien lo repartía y por la gran cantidad que vio circular, de mano en mano, que por cualquier otra causa.

Lo cierto del caso fue que, de vuelta a su país, lo hizo traducir al ruso en hizo repartir sendos ejemplares a los empleados de todos los ferrocarriles del imperio, De Rusia pasó a Alemania, a Francia, a España; a Turquía, al Indostán, a Ia China...

Durante Ia guerra rusa - japonesa, cada soldado ruso que iba al frente Ilevaba un ejemplar de «LA CARTA A GARCIA». Al encontrar los japoneses el folleto en poder de todos y cada uno de los prisioneros de guerra, concluyeron que debía ser algo excelente y lo vertieron a su idioma. Por orden de Mikado fue repartido a cada uno de íos empleados del gobierno, militares o civiles.

Alrededor de 40.000.000 de ejemplares de «LA CARTA A GARCÍA» han sido impresos, siendo esta Ia mayor circulación que una obra, en vida de su autor, haya logrado en tiempo alguno de Ia historia, gracias a qué serie de afortunados incidentes».

UNA CARTA A GARCIA

Hubo un hombre cuya actuación en la guerra de Cuba, culmina en los horizontes de mi memoria, como culmina un astro en su perihelio.

Sucedió que cuando hubo estallado Ia guerra entre España y los Estados Unidos, palpose clara Ia necesidad de un entendimiento Inmediato entre el Presidente de Ia Unión Americana y el General Calixto García. Pero cómo hacerlo? Hallábase García en esos momentos Dios sabe dónde en alguna serranía perdida en el interior de Ia Isla. Y era precisa su colaboración. Pero, cómo hacer Ilegar a sus manos un despacho?

Qué hacer?

Alguien dice al Presidente: «Conozco a un hombre Ilamado Rowan. Si alguna persona en el mundo es capaz de dar con García, es él: Rowan.

Cómo el sujeto que Ileva por nombre Rowan toma la carta, guárdala en una bolsa que cierra contra su corazón, desembarca a los cuatro días en las costas de Cuba, desaparece en la selva primitiva para reaparecer de nuevo a las tres semanas at otro extremo de la Isla, cruzando un territorio hostil, y entrega Ia carta a García, son cosas de las cuales no tengo especial interés narrar aquí. El punto sobre el cual quiero Ilamar la atención es éster

«McKinley da a Rowan una carta para que la Ileve a García. Rowan toma la carta y no pregunta: en dónde podré encontrarlo?».

iPor Dios vivo!, que hay aquí un hombre cuya estatua

debería ser vaciada en bronces eternos y colocada en

cada uno de los colegios del universo. Porque lo que debe enseñarse a los jóvenes no es esto o lo de más allá; sino vigorizar, templar su ser integro para el deber, enseñarlos a obrar prontamente, a concentrar sus energías, a hacer las cosas, «a Ilevar la carta a García».

El General García ya no existe, Pero hay muchos Garcías en el mundo. Qué desaliento no habrá sentido todo hombre de empresa, que necesita de la colaboración de muchos, que no se haya quedado alguna vez estupefacto ante la imbecilidad del común de los hombres, ante su abulia, ante su falta de energía para Ilevar a término la ejecución de un acto.

Descuido culpable, trabajo a medio hacer, desgreño, indiferencia, parecen ser la regla general. Y sin embargo no se puede tener éxito, si no se logra por uno u otro medio obtener la colaboración completa de los subalternos, a menos que Dios en su bondad, obre un milagro y envie un ángel iluminador coma ayudante.

El lector puede poner a prueba mis palabras: Ilamé a uno de los muchos ernpleados que trabajan a sus órdenes y dígale: «Consulte usted la Enciclopedia y hágame el favor de sacar un extracto de la vida de Correggio». Cree usted que su ayudante le dirá: «si señor», y ponga manos a la obra?

Pues no lo crea, le lanzará una mirada vaga y le hará una o varias

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