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NIETZSCHE


Enviado por   •  1 de Junio de 2015  •  1.115 Palabras (5 Páginas)  •  202 Visitas

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Otra crítica radical del pensamiento ético es la de Nietzsche. Igual

que Marx, Nietzsche denuncia la falsa universalidad de los valores morales.

Éstos no proceden de la singularidad de la conciencia, ya que la conciencia,

a su juicio, no es particular ni singular, sino <da voz del rebaño

en nosotros». En cuanto un acto se hace consciente deja de ser particular

y único. En cuanto una vivencia se convierte en lenguaje, la singularidad

desaparece y habla lo colectivo, pues el concepto busca la igualación de

lo desigual. Nietzsche no cree en la conciencia, como no cree tampoco

en la verdad moral. Los valores morales tiene un origen social, utilitario,

expresión de intereses inconfesables. El significado originario de

«bueno» -noble, distinguido, poderoso- se ha perdido para ceder el

paso al «bueno» creado por voluntades débiles y reactivas. Todas las virtudes

y los deberes cristianos no tienen para Nietzsche otra razón de ser

que el resentimiento de quienes empezaron a creer en ellos para superar

su debilidad y bajeza. En La genealogía de la moral, Nietzsche se propone

desvelar el origen real de la moral cristiana, un origen «demasiado

humano» para que esos valores puedan ser declarados absolutos y universales.

Lejos de contribuir a la afirmación del individuo, los valores

morales han contribuido a su aniquilación, a la negación de la vida

humana frente a otra vida -la divina- superior e inalcanzable. Ha sido

la conciencia moral la que ha dividido al individuo creándole una conciencia

insuperable de culpa y deuda ante una conciencia o una norma

trascendente. Al descubrir el origen humano de los valores, Nietzsche

aporta nuevas pruebas que confirman su gran verdad: la muerte de Dios,

esa verdad que los hombres aún no son capaces de entender ni de aceptar.

En cualquier caso, el desenmascaramiento del fundamento de la

moral, el reconocimiento del engaño implícito en ella sólo podrá conducir

a la liberación del individuo. Liberación de ideales comunitarios, de

ideales racionales y «reaccionarios» por nihilistas. El hombre libre es el

ser feliz, capaz de aceptar el azar, la inseguridad y la provisionalidad de

la existencia después de la muerte de Dios. Es el ser que no actúa reactivamente,

que en lugar de querer la inmortalidad, quiere el instante, la

eterna repetición de su propia existencia. Todo ello requiere una recreación

del mundo, pensarlo con categorías no metafísicas, más cercanas

a las del arte. Ser más fiel a Heráclito que a Parménides, a un mundo

concebido como puro devenir que a un mundo unificado por el ser.

Tal vez la única semejanza que pueda encontrarse entre esos dos grandes

revulsivos de nuestro tiempo que fueron Marx y Nietzsche, sea la

de haber compartido una misma queja frente a la moral y una misma

esperanza con respecto a la autosuperación de la vida humana. Es cierto

que Nietzsche detesta los ideales socializantes y comunitarios que conformaron

a la ideología marxista, pero Nietzsche, como Marx, se empeñó

en mostrar, por encima de cualquier otra cosa, el engaño oculto en la

supuesta universalidad de los valores morales. Lejos de hablar en nom-

bre de la humanidad, los valores morales eran portavoces de intereses

innombrables: los intereses de la clase dominante, según Marx; los intereses

de las voluntades débiles, según Nietzsche. Ambas críticas eran necesarias

para poner de manifiesto la precariedad y relatividad de los absolutos,

y para desconfiar de las metafísicas que pretendían dotar de sólidos

cimientos a las construcciones morales. De algún modo, ambos filósofos

vienen a decirnos que la búsqueda de la verdad, epistemológica y moral,

emprendida por la filosofía moderna no ha llegado a buen término porque

estaba errada. A partir de entonces, la filosofía deberá hacerse de

otra forma.

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