Programacion lineal
Enviado por josekira • 8 de Julio de 2013 • 835 Palabras (4 Páginas) • 278 Visitas
Mitch vio el sol azul danzar en torno a él y oscurecerse, y supuso que era de
noche, pero el aire era ligeramente verdoso y en absoluto frío. Sintió un pinchazo de
dolor en la parte superior del muslo y una sensación de malestar general en el estómago.
No estaba en la montaña. Parpadeó para aclarar la vista e intentó incorporarse para
frotarse la cara. Una mano le detuvo y una suave voz femenina le dijo en alemán que
fuese un buen chico. Mientras le ponía un paño frío y húmedo sobre la frente, la mujer
le dijo, en inglés, que estaba algo magullado, sus dedos y su nariz se habían congelado y
tenía una pierna rota. Unos minutos después volvía a dormir.
Inmediatamente después, despertó y consiguió incorporarse hasta quedar sentado
sobre una crujiente y dura cama de hospital. Se encontraba en una habitación con otros
cuatro pacientes, dos junto a él y otros dos enfrente, todos hombres, todos de menos de
cuarenta años. Dos tenían piernas rotas sobre cabestrillos como los de las películas
cómicas. Los otros dos tenían brazos rotos. Su propia pierna estaba escayolada, pero no
en cabestrillo.
Todos los hombres tenían los ojos azules, eran fuertes y enjutos, atractivos, con
rasgos aquilinos, cuellos delgados y mandíbulas alargadas. Lo observaban con atención.
Por fin veía la habitación con claridad: paredes de cemento pintadas, camas con
cabezales lacados en blanco, una lámpara portátil sobre un soporte cromado que había
confundido con un sol azul, suelo de baldosas jaspeadas de marrón, el aire cargado de
vapor y antiséptico, un olor general a alcanfor.
A la derecha de Mitch, un hombre joven muy tostado por el sol, con las rosadas
mejillas pelándosele, se inclinó hacia él y le habló.
—Eres el americano con suerte, ¿verdad? —La polea y las pesas que mantenían
su pierna elevada chirriaron.
—Soy americano —dijo Mitch con voz ronca—, y debo de tener suerte, porque
no estoy muerto.
Los hombres intercambiaron miradas solemnes. Mitch comprendió que su
experiencia debía haber sido tema de conversación durante un tiempo.
—Todos estamos de acuerdo en que es mejor que sean otros alpinistas los que te
informen.
Antes de que Mitch pudiese objetar que él no era realmente un alpinista, el joven
tostado le dijo que sus compañeros habían muerto.
—El italiano con el que te encontraron, en el serac, se rompió el cuello. Y a la
mujer la encontraron mucho más abajo, enterrada en el hielo.
Y luego, con ojos inquisitivos, ojos del mismo color que el cielo que Mitch había
visto sobre la cresta de la montaña, el joven preguntó:
—Los periódicos y la televisión lo han dicho. ¿De dónde sacó el cadáver del
bebé?
Mitch tosió. Vio una jarra de agua en una bandeja junto a su cama y bebió un
vaso. Los alpinistas le observaban como
...