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Eric Hobsbawm. Historia Del Siglo XX. Cap. XVIII


Enviado por   •  7 de Marzo de 2015  •  1.430 Palabras (6 Páginas)  •  935 Visitas

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ERIC HOBSBAWM: Historia del siglo XX, Ed. Crítica, Bs. As., 2003.

Cap. XVIII: BRUJOS Y APRENDICES: LAS CIENCIAS NATURALES

Ningún otro período de la historia ha sido más impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el siglo XX. No obstante, ningún otro período, desde la retractación de Galileo, se ha sentido menos a gusto con ellas. (...)

Dentro del mundo desarrollado la ciencia fue concentrándose gradualmente, en parte debido a la reunión de científicos y recursos, por razones de eficacia, y en parte porque el enorme crecimiento de los estudios superiores creó inevitablemente una jerarquía, o más bien una oligarquía, entre sus instituciones (...) En un mundo democrático y populista, los científicos formaban una élite que se concentró en unos pocos centros financiados. (...) A medida que pasó el tiempo estas actividades fueron cada vez más incomprensibles para los no científicos, aunque hiciesen un esfuerzo desesperado por entenderlas con la ayuda de una amplia literatura de divulgación, escrita algunas veces por los mejores científicos. (...)

Sin embargo, muchas áreas de la vida humana seguían estando regidas casi exclusivamente por la experiencia, la experimentación, la habilidad, el sentido común entrenado y, a lo sumo, la difusión sistemática de conocimientos sobre las prácticas y técnicas disponibles. Éste era claramente el caso de la agricultura, la construcción, la medicina y de toda una amplia gama de actividades que satisfacían las necesidades y los lujos de los seres humanos.

Esto empezó a cambiar en algún momento del último tercio del siglo XIX. En la era del imperio no sólo comenzaron a hacerse visibles los resultados de la alta tecnología moderna (no hay más que pensar en los automóviles, la aviación, la radio y el cinematógrafo), sino también de las modernas teorías científicas: la relatividad, la física cuántica o la genética. Se pudo ver además que los descubrimientos más esotéricos y revolucionarios de la ciencia tenían un potencial tecnológico inmediato, desde la telegrafía sin hilos hasta el uso médico de los rayos X, basados ambos en descubrimientos realizados hacia 1890. No obstante, aún cuando la alta ciencia del siglo XX era ya perceptible antes de 1914, y pese a que la alta tecnología de etapas posteriores estaba ya implícita en ella, la ciencia no había llegado todavía a ser algo sin lo cual la vida cotidiana era inconcebible en cualquier parte del mundo.

Y esto es lo que está sucediendo a medida que el milenio toca a su fin. La tecnología basada en las teorías y en la investigación científica avanzada dominó la explosión económica de la segunda mitad del siglo XX, y no sólo en el mundo desarrollado. Sin los conocimientos genéticos, la India e Indonesia no hubieran podido producir suficientes alimentos para sus crecientes poblaciones, y a finales de siglo la biotecnología se había convertido en un elemento importante para la agricultura y la medicina.

El caso que estas tecnologías se basan en descubrimientos y teorías tan alejados del entorno cotidiano del ciudadano medio, incluso en los países más desarrollados, que sólo unas docenas, a lo sumo unos centenares de personas en todo el mundo podían entrever inicialmente que tenían implicaciones prácticas. Cuando el físico alemán Otto Hahn descubrió la fisión nuclear a principios de 1939, incluso algunos de los científicos más activos en ese campo, como el gran Niels Bohr (1885–1962), dudaron que tuviese aplicaciones prácticas en la paz o en la guerra, por lo menos en un futuro previsible. Y si los físicos que comprendieron su valor potencial no se lo hubieran comunicado a sus generales y a sus políticos, éstos no se hubieran enterado de ello, salvo que fuesen licenciados en física, lo que no era frecuente.

Gracias en buena medida a la asombrosa expansión de la información teórica y práctica, los nuevos avances científicos se traducían, en un lapso de tiempo cada vez menor, en una tecnología que no requería ningún tipo de comprensión por parte de los usuarios finales. El resultado ideal era una serie de botones o un teclado a prueba de tontos que sólo requería que se presionase en los lugares adecuados para activar un proceso automático, que se autocorregía e incluso, en la medida de lo posible, tomaba decisiones, sin necesitar nuevas aportaciones de las limitadas y poco fiables habilidades e inteligencia del ser humano medio. En realidad el proceso ideal podía programarse para actuar sin ningún tipo de intervención

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