Filosofia
Enviado por eriselh • 6 de Febrero de 2014 • 2.382 Palabras (10 Páginas) • 252 Visitas
La historia de la filosofía occidental se remonta a la Antigua Grecia, y se la puede dividir en cinco períodos: la filosofía antigua, la filosofía medieval, la filosofía renacentista, la filosofía moderna y la filosofía contemporánea.1 La filosofía antigua va desde el siglo VI a. C, hasta la decadencia del Imperio Romano, e incluye pensadores como Platón y Aristóteles. El período medieval llega hasta finales del siglo XV, cuando deja lugar al Renacimiento. La filosofía moderna va desde finales del siglo XVI hasta el período de principios del siglo XIX. La filosofía contemporánea comprende el desarrollo filosófico del siglo XIX hasta la actualidad, que incluye pensadores y escritores postmodernos.
La filosofía política occidental, al menos desde Platón hasta Hegel, ha restringido el campo de lo político a la esfera del Estado, sea cual sea la forma histórica que éste haya adoptado: la polis griega, el imperio romano, los reinos feudales, las repúblicas urbanas o el Estado-nación moderno. Los filósofos griegos y latinos, los Padres de la Iglesia, los maestros escolásticos, los humanistas del Renacimiento y los tratadistas políticos modernos, todos han hecho coincidir la vida política con el gobierno del Estado, tanto en su vertiente interior –las relaciones de mando y obediencia entre gobernantes y gobernados–, como en su vertiente exterior –las relaciones de hostilidad y alianza con otros Estados o pueblos extranjeros.
Por supuesto, hay notables diferencias entre el concepto restringido de política elaborado por los griegos antiguos, los cristianos medievales y los europeos modernos. En cada uno de estos tres casos, el campo de lo político es delimitado por contraposición con espacios sociales diferentes: el oikos griego, la oikoumene cristiana y la economía moderna. El paso del modelo político aristotélico (la oposición polis-oikos) al modelo agustiniano (la oposición civitas homines-civitas Dei), y de éste al modelo hobbesiano (la oposición estado de naturalezaestado de derecho), se corresponde con el tránsito histórico de los viejos Estados estamentales (el esclavista y el feudal) al moderno Estado capitalista. Pero entre estos diferentes tipos de Estado se mantiene, a pesar de todo, una profunda continuidad histórica. Y esta misma continuidad se observa en la sucesión de los diferentes modelos teóricos, en la que permanece prácticamente inalterado un presupuesto común: la identificación de la comunidad política con el Estado, más aún, con su élite gobernante, compuesta por aquellos que reúnen, como diría Bataille, la triple condición de «padres, patronos y patriotas». Este mismo presupuesto seguirá perdurando, después de la gran síntesis teórica de Hegel, en todos aquellos «padres de la sociología» –Spencer, Durkheim,Weber, Parsons, Luhmann...– que describen la modernización europea como un proceso evolutivo de diferenciación funcional de las diversas esferas de acción social: el Estado, el mercado, la familia y la cultura.
Ahora bien, el hilo conductor que une a Platón con Hegel no consiste sólo en restringir el campo de lo político y en identificarlo con el gobierno interior y exterior del Estado. Al mismo tiempo, y de forma aparentemente contradictoria, los grandes autores de la filosofía política occidental han defendido una concepción generalizada de lo político, esto es, han caracterizado la vida humana como una vida constitutivamente política y han hecho de la convivencia política la forma más eminente y más plena de humanidad. La comunidad política ha sido pensada como la forma específicamente humana de comunidad, o, al menos, como la forma más elevada y evolucionada de comunidad humana. ¿Por qué estos autores han recurrido simultáneamente a ambos conceptos de lo político y a qué argumentos han recurrido para conciliarlos entre sí?
Aristóteles define al hombre como un «animal político», no sólo porque convive con sus semejantes, sino porque comparte con ellos un lenguaje y una ley comunes. Esta sociabilidad específicamente «política», fundada en la lengua y la ley, es lo que distingue al hombre del resto de los animales sociales o gregarios. Sin embargo, el propio Aristóteles utiliza el término politeia para designar una forma de gobierno que él considera distintiva y exclusiva de las ciudades helenas; y, en virtud de esta particular forma de convivencia, no vacila en diferenciar a los «helenos» de los «bárbaros», a los ciudadanos de los extranjeros, a los hombres libres de los esclavos y a los varones de las mujeres. De modo que, finalmente, la definición aristotélica de «animal político» acaba quedando restringida a aquellos hombres que son a un tiempo ciudadanos de una polis, dueños de una hacienda y jefes de una familia. Ahora bien, dado que se ha hecho coincidir la condición humana con la condición política, al restringir la ciudadanía política, se restringe también la cualificación humana, o al menos se establece una escala gradual de humanidad, en cuya cúspide se encuentra el «animal político» heleno.
Esta misma operación se repite en Hobbes. Por un lado, se equipara la condición humana con el estatuto político de ciudadanía o «civilidad», es decir, con la pertenencia a una determinada comunidad política; por otro lado, ese estatuto se hace coincidir con la pertenencia al estamento dominante de un Estado «civilizado», esto es, se restringe a un reducido grupo de humanos –los que reúnen la triple condición de propietarios, varones y europeos–, de modo que todos los demás –trabajadores, mujeres y no europeos–, a pesar de ser la inmensa mayoría, no sólo carecen de existencia política, sino que tampoco gozan de la plena condición humana, y, precisamente por eso, están destinados a realizar actividades que los sitúan más cerca de la naturaleza que de la civilización, a medio camino entre la animalidad y la humanidad propiamente dicha.
Como puede observarse, esta confusión entre el concepto restringido y el concepto generalizado de «política» no es un simple error intelectual, sino más bien una eficaz estrategia teórica para justificar y preservar una determinada relación de dominio entre diferentes categorías de seres humanos. En efecto, este doble uso del término «política», tal y como lo practican los autores citados, tiene la decisiva consecuencia práctica o política de establecer una clara jerarquía y una legítima relación de gobierno entre diferentes escalas de seres humanos: unos dedicados a la vida política en sentido propio o restringido, es decir, a la tarea de gobernar a los otros –en la medida en que ésta es considerada como la forma de vida más distintiva y más plenamente humana–, y esos otros que han de ser gobernados por sus superiores y que se encuentran dedicados a tareas económicas y domésticas, es decir,
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